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Jorge Corral Acero posa en el Palacio de Santa Cruz de Valladolid.
«En el extranjero quizá haya más oportunidades y menos techos»

«En el extranjero quizá haya más oportunidades y menos techos»

a. g. encinas

Domingo, 3 de julio 2016, 12:02

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Jura que sus días tienen 24 horas, como los de todos, y cada una de apenas sesenta minutos, pero es casi seguro que miente. Porque a Jorge Corral Acero, a sus 24 años «recién cumplidos» le ha dado tiempo a graduarse en Ingeniería Química, trabajar en dos grupos de investigación punteros de la UVA como Bioforge y el Grupo de Altas Presiones de María José Cocero, participar en proyectos europeos solidarios como voluntario en Inglaterra y Polonia, representar a España en un evento internacional en Ankara, irse de intercambio a Luxemburgo, estudiar tres semanas en Dublín, pasar un año en el Imperial College de Londres...

Pero mejor ir por partes. El currículum de este vallisoletano de adopción, nacido por accidente en Cuenca y palentino de Villalcón por parte materna, brota en Valladolid. Primero en el instituto Santa Teresa de Jesús y luego, tras su cierre, en el Juan de Juni. «Era un chaval extraordinario, no solo era un alumno brillante sino que además se preocupaba por los demás», recuerda el que fuera su director,Jaime Foces.

«Fue una sorpresa lo fácil que fue integrarme», cuenta él, «tanto por los compañeros tan buenos que tuve como por los profesores». Y entonces acabó Bachillerato, dispuesto a estudiar Aeronáutica.

Debe ser lo único que no le ha salido como pretendía, en este caso porque «un problema familiar» le impedía acceder a Madrid o a León, donde había solicitado plaza. Ese asunto burocrático determinó su futuro. «Mi segunda opción era Organización Industrial o Mecánica, pero no podía porque tenían nota de corte y tuve que esperar hasta octubre y elegí Ingeniería Química, porque así quizá en el futuro podía cambiarme y porque podía estar cerca de casa y ayudar a los míos».

No es que cambiara, finalmente. Cierto que acabó la carrera y el máster en Ingeniería Química. Pero al mismo tiempo ha ido tocando muchos palos diferentes. «Lo que más me llama es enfrentarte cada poco tiempo a un nuevo reto. Empecé con Bioforge, que es biotecnología, cambié a Ingeniería Química pura, con el Grupo deAltas Presiones, pero acabé metido en matemáticas y ecuaciones; luego pasé a Energía y ahora voy a cambiar a Neuroingeniería. Al final la comodidad es veneno y no quiero adormecerme».

Su próximo objetivo lo demuestra. Pidió una beca del Banco Santander, que tiene un convenio con Berkeley, una universidad norteamericana que cuenta con 37.500 estudiantes y presume de tener en sus filas a siete premios Nobel cuenta con 29 entre sus egresados. El Santander eligió a seis estudiantes de toda Europa para su propuesta. Berkeley ha seleccionado a dos, una chica de Gante (Bélgica) y él.

Y lo ha conseguido para un departamento que no es el suyo y que, además, es el más destacado a nivel mundial en su campo. «En la UVA, gracias a Mar Peña y a Soledad Álvarez, me enteré de este programa. Propuse algo nuevo, decidí probar en Neuroingeniería. Y tuve la suerte de pasar la fase local, luego la fase europea y finalmente obtuve la confirmación de Berkeley», cuenta.

Suerte. Se le puede llamar así, sí. Aunque entre sonrisas cita una frase que le gusta. «La buena suerte es el resultado de la planificación». Y otra más. «Solo yo sé las horas de insomnio con las que he pagado mi buena suerte».

Berkeley no será su último destino. «Paralelamente estaba con unas becas del International Mentoring Programa que pone en contacto a los alumnos excelentes españoles con mentores que han triunfado en Estados Unidos y fui aceptado en Harvard, pero se me solapaban las fechas y tuve que elegir.Y elegí Berkeley porque eran cuatro meses y porque lo de Harvard se podía posponer para enero de 2017», explica. Así que en lontananza aparecen Berkeley y Harvard. Y luego...

«Estoy en proceso de maduración. Pero siento mucha atracción por el mundo industrial. Llevas mucho tiempo estudiando algo y te gustaría aplicarlo, y es un mundo muy dinámico. Me veo probando eso. Pero por otra parte me gusta tanto la universidad que no me imagino no volver nunca. Me veo en el futuro trabajando en una empresa y colaborando con la universidad o viceversa, pero no una cosa sin la otra».

Ojalá fuera la Universidad de Valladolid. Porque salió de ella y porque le guarda un agradecimiento infinito. «Llegas a la Imperial College, la mejor universidad de Europa. Te has formado bien, pero te queda la duda de si estarás a la altura. Vas a jugar en Primera División... Y tengo que confesar que casi fue una decepción estar tan bien preparado. No tuve ningún problema, de hecho me considero mejor preparado en muchas cosas de lo que están ellos, que tienen un grado de tres ó cuatro años y yo venía de un grado de cuatro y un máster de uno. Y la UVA me ha preparado muy bien».

Tanto, que se saltó pasos. «Llegué el 3 de octubre y el 29 estaba teniendo una reunión con una empresa para pedir datos y ver cómo hacer un modelo. Iba para quedarme hasta marzo, porque no tenía más dinero que la beca de excelencia de la UVA, más la Erasmus más la de Embajadores, y mi supervisor me dijo que me quedase, que me pagaba mil libras al mes para que siguiera haciendo lo que hacía».

¿Volver? Si fuera por su madre, seguro. «Lo lleva un poco regular, me dice que no quiere un hijo importante, quiere un hijo al que ver todos los días», sonríe. Aunque dependerá más de las posibilidades. «Sabía desde los 18 años que me tendría que ir. Pero el problema es no saber cuándo volver. Me encanta España. Pero a nivel de oportunidades profesionales ahora mismo no veo exactamente el sitio. Aquí hay cosas muy buenas pero quizá haya más oportunidades fuera y menos techos».

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