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La cárcel que quería ser escuela

La cárcel que quería ser escuela

El Colegio Zambrana, creado en 1948, cobró nueva vida en marzo de 1980 como centro piloto de rehabilitación de menores, sin violencia ni represión

Enrique Berzal

Sábado, 30 de abril 2016, 09:26

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«No habrá en el nuevo centro tiempo de penas o condenas. No se trata de hacer pagar al menor sino de resarcirle de una problemática social que ha influido en él». La carta de presentación de Andrés Pascual y Formatjé, director del recién estrenado Colegio Zambrana, pretendía transmitir un mensaje de esperanza. Aquel 29 de marzo de 1980 se abría, a decir de Pascual, una nueva vida para el Zambrana, alejada de mecanismos represivos y de la pedagogía del castigo, una nueva y definitiva etapa caracterizada por el cariño y la prevención como única vía para lograr la reinserción social del menor:

«Que se asemeje todo lo posible e incluso llegue a igualar al ambiente familiar. El ideal es que los niños vivan agradablemente, en una casa propia, con sus peleas y sus alegrías, sus juegos y sus responsabilidades. Todo bajo unos cuidados acertados y llenos de cariño. El cariño es indispensable para conseguir que el menor vuelva a reinsertarse con normalidad en la vida social. Si él ve hostilidad y represión aumenta su agresividad y la descarga a la menor ocasión, bien sea en el centro o fuera».

Nada de eso existía con anterioridad en el centro, según denunciaba El Norte de Castilla en un reportaje publicado en febrero de 1976, que desgranaba todo un rosario de duros castigos para los residentes díscolos, desde no salir los domingos y ser recluidos en una celda hasta rapaduras de pelo. Aislados de la ciudad, la comunicación con las familias era mínima y los chicos apenas se relacionaban con otros que no fueran del centro.

Por eso la nueva vida anunciada aquel 29 de marzo de 1980 sonaba a utopía capaz de hacerse realidad. El centro, situado en la Avenida de Segovia, había sido inaugurado más de 30 años atrás, concretamente el 2 de agosto de 1948, con el nombre de «Institución Arzobispo Gandásegui» en honor a su impulsor. Su precedente inmediato era el reformatorio de menores levantado en los terrenos que el Ayuntamiento tenía en el Pinar de Antequera y que estuvo en pie hasta 1940.

El año de su inauguración lo estrenaron 40 menores internos bajo la gestión de los Padres Terciarios de Nuestra Señora de los Dolores, propulsores del llamado «método amigoniano de educación correctiva». A finales de 1960 se hicieron cargo del centro los Hermanos de La Salle, quienes también acometieron una importante reforma del edificio mediante la construcción de nuevas salas de recreo y bibliotecas.

En octubre de 1975, nuevas reformas obligaron a su cierre temporal, si bien El Norte de Castilla apuntaba al desacuerdo de las autoridades con la gestión de los Hermanos de La Salle como razón profunda de aquella clausura. En aquel momento, el centro cubría las necesidades de once provincias: Valladolid, Oviedo, Zamora, Salamanca, Palencia, León, Burgos, Soria, Segovia, Ávila y Santander. Eran los respectivos Tribunales de Menores los encargados de enviar a la institución vallisoletana a los chicos que consideraban en periodo de reforma.

Pero no era ésta la única vía de ingreso: en otros casos decidían las propias familias, cuando no eran los directores de los orfanatos quienes enviaban a menores caracterizados, según ellos, por su mal comportamiento o por mostrar un carácter difícil. En 1975 albergaba a cerca de 200 chicos con edades comprendidas entre 8 y 18 años, divididos a su vez en pequeños, adolescentes y mayores. La mayoría había ingresado por hurtos o pequeñas infracciones, casi siempre contra la propiedad.

Poseía dos edificios: el central, más antiguo, con tres plantas y todo lo necesario para la convivencia diaria, y otro más moderno dedicado a Escuela Profesional. En la finca realizaban labores agrícolas y, además de una vaquería, había una vivienda incorporada donde residía la familia que trabajaba en ella. Entre los dos edificios se encontraban varios campos de deporte, piscina y jardín. Ocho Hermanos de La Salle se dedicaban a la dirección del centro y a las Escuelas de EGB y Profesional; con ellos trabajaban maestros, profesores contratados, un médico, un psicólogo y vigilantes.

Experiencia piloto

Hasta diciembre de 1979 en que reanudó su actividad, los internos fueron enviados a Colegios de Madrid y Oviedo, a la residencia Nuestra Señora de los Desamparados o a sus propias casas. Meses después llegó la revolución: bautizado como «Colegio Zambrana» por el lugar de su ubicación, comúnmente conocido como «Lagar de Zambrana», el 29 de marzo de 1980 se inauguró como «centro de rehabilitación de menores considerado como experiencia piloto en España y uno de los más avanzados en nuestro país», señalaba el periódico.

Su director, Andrés Pascual, anunciaba la puesta en funcionamiento de métodos «diametralmente opuestos a los utilizados anteriormente. Los métodos represivos han sido sustituidos por los educativos, se ha desterrado por completo la violencia y los niños se mueven en un ambiente de confianza que facilita su creatividad y busca la reinserción del menor en la vida normal».

El propio Pascual sabía de lo que hablaba: con nueve años lo ingresaron en una Casa Tutelar de Tarragona, que dirigía el Padre Perfecto Cabré, luego emigró a Holanda y, después de trabajar en una fábrica de pianos, obtuvo un puesto en la Embajada. A través del contacto con emigrantes en La Haya y Rotterdam se introdujo en la problemática de los colegios de rehabilitación de menores y comenzó a estudiar los métodos que empleaban en los Países Bajos, nada que ver con los existentes en España. Al regresar creó la Fundación Perfecto Cabré y el Ministerio de Justicia le dio la posibilidad de materializar la experiencia holandesa.

Rechazó hacerlo en Barcelona porque, según su testimonio, le ofrecieron un castillo medieval inhóspito y aislado; entonces surgió Valladolid: «Me quedé sorprendido y maravillado. Esto es una gozada. Cuarenta y dos hectáreas de terreno, un edificio que se podía acomodar a nuestros planes... en fin, acepté y, en agosto de 1979, comenzamos a trabajar y a reformar esto», reconocía a El Norte de Castilla. Enseguida comenzaron los cambios: desaparecieron las rejas y demás elementos represivos, los colores oscuros dejaron paso a los tonos claros, se habilitaron nuevas zonas para juegos y los vigilantes, que antes eran guardias civiles retirados, pasaron a ser educadores sin titulación pero capaces de dar «afecto, cariño y con capacidad de comunicarse y entender los problemas de los chicos».

Manuel Marín, entonces subsecretario de Justicia, aseguró el día de la inauguración que desde el Zambrana se impulsaría un «método innovador y revolucionario» para toda España, y que en él se formaría a un nuevo profesorado especializado para este tipo de centros. Era, según sus propias palabras, el principio del fin de esa «escuela de la cárcel», expresión que solía designar a los reformatorios de entonces: «Este cambio supone casi una revolución y la desaparición de todo aquello que no nos gustaba». En 1984, el centro, dependiente del Consejo Superior de Protección de Menores del Ministerio de Justicia, pasó a ser gestionado por la Junta de Castilla y León

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