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Eloy de la Pisa
Lunes, 12 de octubre 2015, 12:19
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De siempre, al estornino -pinto o negro, da igual-, las ciudades le han atraído. Con mesura, pero no era ave que tuviera un especial respeto al ser humano. Sin embargo, desde hace un tiempo a esta parte, es cada vez más habitual ver las imponentes bandadas sobre las zonas arboladas urbanas, sobre las tierras cercanas a las ciudades, o pasando la noche en plazas en las que encuentran sitio para dormitar sobre las ramas.
Y la razón de este progresivo cambio de costumbres, como casi siempre, hay que buscarla en la necesidad de sobrevivir.
El estornino tiene como principal mecanismo de defensa contra los depredadores -rapaces como los halcones son su principal enemigo-, el vuelo en bandos de miles de individuos. Esa masa negra que se mueve coordinadamente, gracias a algún mecanismo aún poco investigado, confunde a los depredadores. Un halcón o un aguilucho, ante tantas potenciales víctimas juntas, acostumbra a hacerse un lío, no se fija en ninguno o cambia de idea en el segundo decisivo en el que debe elegir presa. Y en esa duda suele estar la vida del estornino.
Pero a la hora de dormitar esa estrategia no vale de mucho. Y cuando un ave duerme es muy vulnerable. No solo porque no está alerta, sino porque le cuesta siempre unas décimas de segundo en echar a volar cuando detecta el peligro. Y en esas décimas se le puede ir la vida.
Total, que dormitar en la ciudad resulta ventajoso. Es cierto que algún gato asilvestrado y listo puede hacerse con algún pajaro despistado, pero no es lo normal. En las ramas de los plátanos de sombra, o de las falsas acacias, o de las coníferas que salpican las zonas urbanas, los estroninos tiene una buena posada en la que pasar la noche. Lo malo, para ellos y para los humanos, es que son vecinos molestos. Y en el pecado llevan parte de la penitencias
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