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Participantes en las clases de zumba, uno de los bailes que pueden aprenderse en el campamento.
Deberes especialmente divertidos

Deberes especialmente divertidos

25 niños y adolescentes disfrutan del campamento urbano de San Vicente de Paúl

Vidal Arranz

Domingo, 26 de julio 2015, 11:52

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El campamento se inicia a las once de la mañana y lo primero que toca es abrir los cuadernos de actividades para el verano. No estamos en ninguna tienda de campaña, ni similar, sino en la sede de San Vicente de Paúl. El rato de estudio es el mínimo peaje que los 25 participantes deben pagar para, a cambio, poder disfrutar del resto de las actividades: baile zumba, cocina, deporte, talleres, visitas especiales y, sobre todo, horas de convivencia con chicos y chicas de distintas nacionalidades.

«Yo vengo porque me obligan mis padres, y estoy sufriendo mucho». Quien habla es Ángel Fernández, uno de los pocos españoles del grupo. Lo dice en broma, o al menos así se lo toman sus compañeros, que sonríen. Muchos de ellos, como Ángel, han sido enviados, más o menos a la fuerza, por sus padres, o por algún familiar. Pero ninguno se arrepiente de la imposición. A fin de cuentas, 45 minutos diarios de estudio es un precio modesto a cambio de varias horas de entretenimiento y de actividades que no están normalmente al alcance de su mano.

A Kimberlyn Santana, de la República Dominicana, lo que más le gusta son las excursiones de los viernes, pero la mayoría de sus compañeros prefieren el taller de baile zumba. «Quedamos agotados», admite Santana. El baile, y las actividades esporádicas de deporte son la parte más física del campamento, aunque a alguno también le cansa el taller de cocina. «Nos hacen trabajar mucho aquí», bromea el búlgaro Petkan Georgiev. En el momento de visitarles están preparando un tomate relleno con cous cous, un menú adecuado a la diversidad cultural del grupo. Con todo, el mejor recuerdo para la mayoría es la visita a los ancianos de la residencia Nuestra Señora del Carmen, un clásico de todos los años, la única actividad que siempre se repite. «Nos dieron mucho cariño», recuerda el marroquí Youssef El Atrous. «Nos preguntaban por nuestros países, por nuestras costumbres, y nos contaban cosas de su vida, juegos de antes».

«Más que beneficios académicos, que son pocos, lo importante es la convivencia, que disfruten de otro tipo de actividades de ocio, que vean posibilidades de diversión distintas de las que ellos tienen», explica Antonio García, el presidente vallisoletano de la ONG. A su lado, Sara Fernández, la coordinadora de programas sociales y responsable del campamento, explica que llevan más de diez años realizando esta actividad. «Surgió como actividad complementaria de unos talleres con mujeres que realizamos durante el curso. Vimos que cuando los chicos acababan las clases estaban sueltos, sin nada que hacer, y pensamos que sería una buena idea tenerlos recogidos».

Recursos propios

El campamento en el que participan chicos y chicas de entre 6 a 18 años se beneficia mínimamente de una ayuda municipal para el programa que desarrollan durante el curso, pero en lo esencial es abordado por la ONG San Vicente de Paúl con sus propios recursos económicos y humanos. «Empezamos con familias gitanas, pero luego se han ido incorporando los inmigrantes. Es un reflejo de la realidad de la población a la que atendemos», explica Sara Fernández. Aunque también refleja que a sus hijos les cuesta más integrarse en el colegio y que no les sobran los amigos. «Se trata de una labor callada y continua, que nunca hemos dejado de hacer. Y siempre con la modestia de llegar hasta donde podíamos con los recursos que teníamos».

Otro de los objetivos es fomentar el conocimiento de la ciudad, por eso nunca se repite una visita de un año a otro. «El objetivo es abrirles posibilidades, que descubran los recursos que tienen a su disposición en Valladolid», explica Antonio García. Entre ellos, por ejemplo, los centros culturales de El Matadero, que visitaron el año pasado. Aunque ciertos descubrimientos son mucho más sorprendentes. «Algunos niños no conocían los columpios del interior del Campo Grande porque nunca habían pasado de las canchas deportivas del exterior», recuerda Sara Fernández. Pequeños descubrimientos para espíritus curiosos e inquietos.

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