La peluquera de Delicias que abre su casa para poner guapas a las amigas
María Dolores Mayor cumple 40 años en el negocio que regenta en su piso del paseo de San Vicente, donde recaló un fabricante de bicicletas llegado de Eibar
Víctor Vela
Miércoles, 28 de enero 2015, 08:50
No hay cojines ni sofás en este salón que ha cambiado la mesa camilla por peines y la tele por un secador de pie. Allí donde podía haber vitrina existe una pila para lavar cabezas. Yla pared toda es un espejo que devuelve sonrisas recién peinadas. Los cuadros son postales gigantes de señoras que anuncian tintes. Yuna neblina de laca se extiende por la habitación.
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Bienvenidos al primero derecha de este bloque del paseo de San Vicente, a esta casa de techos altos, paredes blancas y puertas lacadas donde vive (y trabaja)María Dolores Mayor. Aquí duerme y come. Aquí peina y recibe a las clientas. Aquí, en el cuarto más grande de este hogar de las Delicias, está la peluquería Belén, el negocio que María Dolores atiende desde hace 40 años y del que, dice, está a puntito de despedirse, contando ya las semanas para embarcarse en una merecida jubilación. La suya es una de las poquitas peluquerías de piso que todavía quedan en la ciudad. «Sí que pensé en su día en coger un local a pie de calle.Pero no tengo familia, detrás de mí no hay nadie». ¿Para qué complicarse la existencia?«Una persona necesita lo que necesita», remacha con seguridad. Así que tampoco es plan de hacerle una permanente a la vida.
Nació en Castropepe, Zamora, en una casa donde, como en casi todas, no había muñecas de plástico sino de cartón. «Pero yo no las peinaba. Soy una peluquera atípica. Nunca me pongo bata. Y no llevo peine fuera del trabajo. Me gusta peinar a las demás, pero no que me toquen el pelo o la cabeza», explica. Cuando recaló en Valladolid, se empezó a formar en la academia que Jesús Bahíllo tenía en la calle de los Tintes. Empezó después a trabajar en una peluquería de Tirso de Molina, 22.
¿Cómo se llamaba?
No tenía nombre. No hacía falta. Tenía tantísimo éxito, iban tantas clientas, siempre a tope, que nunca necesitó que se la conociera con un nombre.
El problema es que María Dolores cubría canas y cortaba puntas sin que los jefes le aseguraran. Hasta que un día, en una de esas confesiones de secador, una clienta le susurró una idea. La hija de uno de sus empleados llevaba una peluquería en las Delicias que tenía pensado traspasar. «Alo mejor te interesa», le dijo. Yle interesó. Fue así como María Dolores se hizo cargo de esta peluquería Belén que todavía conserva el nombre de su anterior propietaria. Y eso que, en abril, ya se habrán cumplido 40 años de aquello.
Alguien llama a la radio que suena de fondo. Junto a la ventana que da al paseo de San Vicente hay una pequeña estufa. Tres grandes secadores ronronean como un gato acomodado. Y un catálogo de peines se despliega por mesas y cajones que en otras casas estarían llenos de servilletas limpias o cuberterías inútiles. Las clientas son ya amigas que vienen de visita para peinarse. «Son tantos años que nos hemos convertido casi en familia. Algunas ya no vienen porque no pueden subir las escaleras hasta el primero. Pero son muy fieles conmigo y yo con ellas», dice mientras termina un peinado, las manos ágiles con la laca, los pies inquietos sobre el suelo embaldosado. «Hay que tener claro cuándo empieza tu horario de trabajo y después, desconectar». Ella lo hace con paseos Esgueva arriba y abajo para «ventilarse» porque dice que hay muchos productos de peluquería que dan alergia.
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Escaleras abajo, fuera del portal, un par de números más acá está Accesibilidad y Movilidad (Accmo), un negocio fundado en 2007 (estuvo antes en la calle Zanfona), que desde 2013 ocupa este nuevo local y persigue la mejora en la calidad de vida de cientos de ciudadanos. Aquí hay sillas de ruedas, asientos subescaleras y scooter eléctricos, una alternativa de movilidad que no termina de cuajar en Valladolid. «Y sin embargo, en la costa, los vemos por todas partes. Es verdad que el buen tiempo y los extranjeros lo usan mucho, pero puede ser una alternativa muy buena para personas que tienen problemas para moverse y que deben recorrer grandes distancias», apunta Laura Alonso. Entre las iniciativas novedosas del negocio está la posibilidad de alquilar (incluso por días)uno de estos aparatos. «Por ejemplo, la silla de ruedas. Es muy útil si hay que llevar al abuelo al médico, o si se va a pasar un fin de semana de descanso». Incluso puede que haya personas que echen cuentas y decidan no comprarla y prefieran alquilarla, con renovación mensual del contrato.
Las ruedas son también la esencia que mueve el negocio de Javier Platero. Y la vida de su familia. Su padre Jesús dejó Peñafiel con tan solo 17 años y emigró al País Vasco para trabajar en Zeus, una de las muchas fábricas de bicicletas que hubo en Eibar y su entorno. La comarca vivió durante buena parte del siglo XXal amparo de sus fábricas de armas. Pero, una vez superados los grandes conflictos bélicos, los empresarios del sector tuvieron que buscar nuevos mercados. Y así nació una industria de la bicicleta con nombres ilustres como BH(Beistegui Hermanos)y GAC (Gárate Anitua y Cia). Y estaba Zeus, una marca de «alta gama» en la que Jesús trabajó, ensamblando manillares y sillines. Hasta que la crisis la historia se repite cerró la fábrica a finales de los años 70 y Jesús, el peñafielense que fabricaba bicicletas, decidió regresar a su Valladolid natal. Esta decisión pilló a su hijo Javier haciendo la mili enBadajoz. Así que cuando se licenció ya no regresó alPaís Vasco, sino que se vino directo a las Delicias, donde su padre continuaba dando pedales con Bicis Platero, una tienda de reparación y venta de ciclos que ha cumplido 28 años.«He tenido el mejor profesor», reconoce Javier cuando habla de su padre. Yparte de la herencia recibida es la forma de llevar el negocio, donde la mayor parte de las bicis que vende son fabricadas, precisamente, en España. «Por ejemplo MMR, una firma de Asturias que hace muy buenos productos», resume Platero.
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Y una historia más antes de cerrar el primer capítulo de este paseo de San Vicente. La que protagoniza Alberto García, de Vinaria, la tienda que la bodega cigaleña Ovidio García abrió en las Delicias con el objetivo de acercar sus productos al público, sin intermediarios, con una oferta de vinos con denominación de origen y unas cajas de caldos jóvenes para acompañar las comidas de los vecinos del barrio.
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