Pilar Ercilla, con los recibos hallados en Internet y que correspondieron a su abuelo.

Una vallisoletana halla en Internet las facturas de la obra que su abuelo pagó con pasteles en 1952

Pilar Ercilla, vecina del barrio, reconstruye la historia de la confitería que su familia tuvo durante un siglo en Ferrari

Víctor Vela

Lunes, 15 de diciembre 2014, 12:19

La factura del 20 de febrero de 1952 ascendía a 1.181 pesetas (al cambio actual, 7,09 euros). Y el desglose incluía 80 pasteles (a 1,25 pesetas cada uno), cinco rosquillas (que valían 1,10), tres mantecados, ocho croissant, trece hojaldres, dos anguilas, caramelos, turrón de Alicante, Jijona, Cádiz, coco y yema (un kilo de cada, a 40 pesetas), 48 medianoches, un pan de reyes, seis paquetes de sopa de almendras, un kilo de peladillas, otro de piñones, un flan de tres cuartillos... Y el goloso festín seguía con más productos hasta sumar esas 1.181 pesetas. Pero hay más. Otra de julio de 1952 por 790 pesetas con bombones, tabletas de chocolate de Eudosio López, abisinios, moscovitas y pastas de té. Ymás facturas de enero de 1953. Son recibos todos ellos por compras realizadas entre 1952 y 1953 con la firma de Gregorio Ercilla, el dueño de la confitería que desde 1862 la familia regentaba en la calle Ferrari.

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¿Por qué tantos pasteles y dulces en tan poco tiempo y facturadas siempre a la misma persona?

Pilar Ercilla, la nieta de Gregorio, se hizo esta pregunta cuando estas facturas antiguas se cruzaron en su camino. Fue hace cerca de un mes, cuando trasteaba en casa con la tableta y se le ocurrió introducir el nombre de su abuelo en un buscador de Internet. «Como durante tantos años tuvo la confitería y esta fue tan conocida en Valladolid, supuse que encontraría algo».Pero nunca pensó que ese algo sería una sorpresa de tal calibre. El nombre de su abuelo aparecía vinculado a unas facturas de hace casi 60 años y que se vendían en Internet a través de una página de antiguos coleccionistas. Cada una de ellas al precio de seis euros. Y Pilar no dudó en pujar y hacerse con estos recibos, en propiedad de un vecino de Cádiz. ¿Cómo llegarían hasta allí esas facturas? Otro misterio. Pero Pilar tenía muy clarito que esos papeles eran originales. Y lo demostraba la letra de su abuelo, la rúbrica de Gregorio al pie de la lista de productos.

«Era la firma de mi abuelo»

«En cuanto vi la firma supe que eran auténticas». Pilar lo sabía con certeza puesto que era su abuelo el encargado de autorizarle las notas del colegio de las Teresianas al que acudía. «Mis padres en aquel entonces estaban en Sao Paolo, en Brasil. Nos fuimos allí cuando yo era un bebé, pero al cumplir los 9 años, mis padres me mandaron de vuelta a España». La pequeña Pilar hizo el camino de retorno a Europa a bordo del Cabo de San Vicente, en un trayecto marítimo de 13 de días que terminó en el puerto de Vigo, donde Gregorio esperaba a su nieta. Hicieron el viaje a Valladolid en un 600 verde aceituna. «Y llegamos aquí de noche. Cuando vi la Plaza Mayor me pareció tan diferente a lo que yo había visto en Brasil...». Dos años después, sus padres regresarían de América y la familia volvería a reunirse. Pero hasta entonces, Pilar vivió con su abuelo. Y por eso, en cuanto vio la firma en los papeles de Internet, la reconoció al instante.

No había duda. Era él.

«Supongo que quizá esas facturas estarían metidas dentro de un libro. Que ese libro quizá se vendió, se llevó a un librero de segunda mano y terminó en Cádiz», imagina Pilar. Y quien compró el libro se encontró dentro esa lista de la compra de pasteles, abisinios y rosquillas.

«Lo que me sorprendió es que todas fueran de un solo cliente y que esta persona comprara tanta cantidad de pasteles». Pilar cogió el teléfono y pidió ayuda a la memoria de su tía Carmen (85 años), quien vive en Sevilla. «Oye tía le dijo que he visto unas facturas en Internet y...». Su tía Carmen prendió algo de luz en esta historia. «Me dijo que todas esas compras las hacía un constructor de Valladolid, que tenía una mujer rellenita y que muchas tardes se sentaba en la pastelería y no paraba de comer bombones». Ese constructor se encargó de la reforma del edificio de la calle Ferrari en el que vivía la familia («cambiaron toda la estructura, sustituyendo las vigas de madera»). Parte de la obra se pagó en dinero. Y otra parte se abonó, de forma periódica (a largo de un año), en especie. Con pasteles y bombones.

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Es la reconstrucción de la historia que ha podido hacer Pilar y que remite a una de las grandes pastelerías de Valladolid de finales del siglo XIXy principios del XX. Ángel Allue Horna repasa someramente la historia de la confitería Ercilla en su libro Aquellos entrañables comercios de Valladolid. Recuerda Allue Horna que el joven matrimonio formado por Bartolomé Ercilla e Hilaria Vázquez (naturales de Astudillo, en Palencia)llegaron a Valladolid para abrir una confitería en la esquina de Ferrari con Teresa Gil, que luego se trasladaría al que entonces era número 42 de esta última calle. «Años más tarde toma el relevo su hijo Anselmo Ercilla, quien recibió algunos premios en distintas exposiciones». El negocio pasa en 1927 a ser propiedad de Gregorio Ercilla Ortega, el protagonista de esta historia. Dicen los libros que el escaparate de la pastelería era «de lujo. Bollería fina, pasteles detrás de los cuales se te iban los ojos, tartas con suculentos adornos de frutas escarchadas, glaseadas y en almíbar; tartas también artísticas de encargo en días solemnes como los de San José o la Purísima, en las que los pisos de guirlache ensamblados en capuchilla y bizcocho eran un verdadero regalo para la vista y el paladar». Hay recuerdos de esas misas dominicales en la Catedral que terminaban siempre, después del amén, con un merengue en la pastelería Ercilla.

«Yo recuerdo perfectamente al señor Ercilla, más bien grueso él, con aspecto de excelente persona, y sumamente agradable con los clientes. Con indudable éxito, un día sin que sepa el motivo, cerró sus puertas, para tristeza de los golosos y los amantes de los postres finos». Eso ocurrió, recuerda Pilar, entre 1961 o 1962. «Mi abuelo ya estaba cansado. El obrador ocupaba el último piso del edificio. Mi abuelo tenía que cargar con los sacos de harina, levantarse a las cuatro de la mañana... Era mucho trabajo». La tienda cerró. Parte de sus recetas llegarían a otras confiterías de la ciudad... pero la familia no las ha conservado.«Mi abuelo no quiso apuntarlas ni dejárnoslas... con tantas como sabía», rememora Pilar, quien gracias a una casualidad de Internet ha reconstruido un capítulo de la vida de su abuelo Gregorio, el confitero Ercilla de la calle Ferrari.

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