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La segunda derrota de Villalar

La segunda derrota de Villalar

Enrique Berzal

Viernes, 26 de septiembre 2014, 12:14

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«La concentración regional que, promovida por el Instituto Regional Castellano-Leonés, iba a celebrarse el domingo, 25, en la histórica villa de Villalar de los Comuneros, ha sido prohibida por orden gubernativa». La noticia, publicada el sábado 24 de abril de 1976, daba cuenta, en efecto, del tormentoso estreno de la fiesta castellana y leonesa en plena Transición Democrática.

No eran tiempos fáciles. Las reivindicaciones por la autonomía se mezclaban, lógicamente, con arengas en pro de un Estado de Derecho, libertades de todo tipo y concesión de la amnistía. La dictadura franquista estaba siendo desmontada al tiempo que desde el País Vasco y Cataluña se presionaba a favor de un régimen autonómico que arrumbara definitivamente el centralismo imperante.

Castilla y León no quiso quedarse atrás. Entre las entidades regionalistas con más pujanza, Alianza e Instituto Regional, fue este segundo el que dio el primer paso para impulsar la que se consideraba la fiesta por antonomasia de la región: una celebración multitudinaria, el 25 de abril de 1976, en recuerdo del episodio histórico protagonizado por Padilla, Bravo y Maldonado en Villalar de los Comuneros.

En modo alguno se trataba de conmemorar una derrota; los organizadores apelaban al sentido profundo, revolucionario, de la sublevación comunera para alentar las reivindicaciones democráticas propias del contexto que se estaba viviendo. Eligieron el día 25 por ser domingo.

«El Instituto Regional Castellano Leonés, S. A., se constituyó oficialmente hace veinte días en Paredes de Nava (Palencia). Los objetivos del Instituto Regional son estudiar, analizar y reflexionar sobre los problemas de Castilla y León, teniendo en cuenta las circunstancias históricas, económicas, sociales y, sobre todo, de tipo cultural», informaba El Norte de Castilla, cuyo director, Fernando Altés, pertenecía, por cierto, a dicha entidad regionalista.

La petición, elevada al gobernador civil José Estévez Méndez por el secretario del Instituto, Carlos Carrasco-Muñoz de Vera el 21 de abril de 1976, exponía de manera sucinta el programa del evento: «12 de la mañana: concentración en la Plaza mayor; palabras de presentación del presidente del Consejo de Administración, don Emilio Ruiz Ruiz, y del secretario del mismo; festival folklórico a cargo de los artistas que constan en la autorización adjunta».

Dicha autorización enumeraba un total de cien canciones, que serían interpretadas por Julia León, Amancio Prada, Ramón Andrés González, Nuevo Mester de Juglaría, J. A. Sánchez Ferlosio, Safarad y Amdanxa. En un folleto adjunto se incluían también las actuaciones de Agapito Marazuela, Joaquín González y la Orquesta «Colectivo Uno», así como una «comida campestre».

Se trataba de aprovechar el 455 aniversario del ajusticiamiento de los comuneros en Villalar para inaugurar «la actividad pública del Instituto Regional Castellano-Leonés». Sin embargo, en oficio fechado el 22 de abril, el gobernador vallisoletano prohibía la celebración del acto aduciendo «que no ha sido aprobada hasta la fecha la nueva ordenación legal para el ejercicio del derecho de reunión y de manifestación, y que los actos que comprende la asamblea proyectada no son propios de las finalidades de una sociedad anónima».

Como señalaba El Norte de Castilla, «ni que decir tiene que la noticia de la prohibición ha causado la lógica extrañeza en los distintos ámbitos regionales, máxime cuando las anteriores reuniones, en Lerma y Paredes de Nava, aparte de contar con el beneplácito de las autoridades, contaron con la presencia de algunas de ellas». A pesar de la prohibición, cerca de 400 castellanos y leoneses se dirigieron hacia Villalar el 25 de abril de 1976 por caminos y carreteras secundarias (los accesos principales habían sido cortados).

Según nota de la Jefatura Superior de la Policía enviada al día siguiente al gobernador civil, «sobre las 12 horas de ayer fueron llegando al pueblo de Villalar de los Comuneros numerosos coches de esta provincia y limítrofes, llegando a congregarse unas 350 personas, aproximadamente».

Pese a las advertencias de la Guardia Civil, varios miembros del Instituto comenzaron a repartir pegatinas rojas «que llevaban en el centro un castillo y un león» y avanzaron hacia la Plaza Mayor. Un grupo de organizadores se entrevistó con el alcalde de la localidad, Félix Calvo Casasola, «para pedirle autorización para sentarse a comer en una era del pueblo, lo que hicieron tras haber sido advertidos por dicho alcalde de que, si bien por parte suya no existía inconveniente alguno, se subordinaba a las instrucciones que tuviera la Guardia Civil».

Tras la comida, los congregados comenzaron a entonar canciones regionales. «Asimismo, colocaron, en un árbol, una bandera morada, símbolo del pendón de Castilla. Había, además, otras dos banderas moradas, que portaban algunos asistentes, habiendo colocado un clavel rojo en el extremo del mástil de las mismas», informaba la Jefatura Superior de Policía.

Según la nota policial, «como las apariencias indicaban que el acto iba a degenerar hacia los fines programados, los asistentes fueron invitados a disolverse por la Guardia Civil, lo que efectuaron de forma ordenada». Testigos del momento, sin embargo, aseguran que fueron disueltos a sablazos. Congestionaron la carretera en un trayecto de siete kilómetros y, una vez en Tordesillas, un numeroso grupo volvió a congregarse en las inmediaciones del Parador Nacional, donde pudieron oírse gritos de «Castilla y León», «Amnistía» y «Libertad».

Nuevamente, fueron dispersados por la Guardia Civil hacia las cinco de la tarde. Entre los asistentes, informes policiales destacaron a Nicolás Sartorius, César Alonso de los Ríos, Rafael Ángel Álvarez Martín, Juana Pedrero, Vicente Gutiérrez Pascual, César Pontviane, Luis Fernando Pozo del Olmo, Santiago García Álvarez, María Luisa Hugarte y Julio Valdeón Baruque.

Lo cierto es que el suceso incentivó aún más la identificación entre la fiesta de Villalar y las ideas democráticas y antifranquistas. Como señalaba un lector en El Norte de Castilla, con la prohibición, el gobernador «ha conseguido que los castellanos nos encontremos más unidos y más dispuestos que antes a luchar por nuestros intereses».

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