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Soraya Sáenz de Santamaría consulta un libro infantil junto al presidente de la Diputación, Jesús Julio Carnero, y la lilbrera Rosana Largo

El paseo de Sáenz de Santamaría entre moscas y elefantes

La vicepresidenta recorre las calles de Urueña, recopila libros (algunos infantiles) en varias librerías y se asoma a Castilla desde el mirador de la muralla

Víctor Vela

Miércoles, 24 de septiembre 2014, 09:37

Un elefante de colores sale al paso de la vicepresidente del Gobierno en su paseo por Urueña. Y Sáenz de Santamaría lo saluda con la familiaridad de los viejos amigos.«¡Elmer! ¡Pero si es Elmer!»

¿Lo conoce?, le preguntan.

Y la respuesta es que sí, que claro, que cómo no. «¿Que si lo conozco?» Elmer es un clásico en el hogar de la vice, un cuento que parece haber leído en más de una ocasión a su hijo Iván y que cuenta la historia de un paquidermo de mil colores que quiere independizarse (con perdón) de la manada, escaparse y buscar un remedio para tener el mismo color de piel que sus compañeros (vamos, que café para todos). Ese es Elmer. Lo ve apoyado en el alféizar de una ventana de La boutique del cuento, una de las librerías que salpimentan las calles de Urueña y a cuyas estanterías se asoman decenas de libros. «Uy, este sector lo tengo muy controlado. De estos tengo una colección», reconoce la vicepresidenta mientras su dedo el mismo que saca a pasear contundente en las ruedas de prensa del Consejo de Ministros apunta algunos ejemplares. Como el de Elmer el elefante. O uno con el ratoncito Pérez como protagonista. Los propietarios de la tienda Esperanza Rodríguez, José Antonio Largo y Rosana Largo le recomiendan El pequeño teatro de Rebecca, una joya troquelada que Soraya Sáenz de Santamaría se llevará a casa como recuerdo de su pequeña estancia en Urueña.

Llega a la Villa del Libro pasadas las 12:00 horas, con saludos para los vecinos, sonrisas para las cámaras, guiños cómplices para los compañeros de partido, palabras de honor para El Norte de Castilla en su 160 aniversario. Y unos taconazos de vértigo (altos, finísimos) con los que pisa el suelo irregular, empedrado, en pendiente de las calles de la localidad. No debe ser fácil. Y menos si se pone a llover. Algo barruntaba ya la vicepresidenta cuando un par de moscas le rondaban durante su discurso. «Están nerviosas... Esto es que va a llover. Los que somos de pueblo sabemos de estas cosas». Al poco, efectivamente, empezó a jarrear. Fue el primer aviso de la jornada. El otro lo haría de forma algo más velada en la segunda parada de su recorrido:la sede de la FundaciónJoaquín Díaz, adonde llega después de glosar, en la calle, durante su caminata entaconada, las ventajas de vivir en un pueblo.

Con lo tranquilo que se está aquí. Dan ganas de quedarse todo el día, porque tenemos una tarde...

Dijo que lo de la tarde era una reunión del presupuesto. Eso fue lo que dijo. Pero lo de la tarde también fue la dimisión de Alberto Ruiz Gallardón como ministro de Justicia. Con lo tranquilo que se está aquí. Lo dijo de nuevo entre la paz que dan los miles de libros que reposan en la fundación. Antes de abandonar la sala, el etnógrafo se acerca a Juan Vicente Herrera, señala un estante y le pide hacer memoria: «Mira, presidente, este fue un regalo suyo».

No creo que yo te regalara un bote de estos, dice Herrera mientras coge un aerosol de Bloom, insecticida que comparte anaquel con volúmenes de cuidada encuadernación.

Sigue el paseo por la oficina de Turismo de la localidad, por la librería Alcaraván (más regalos: ediciones sobre el pan y el vino, sobre la ermita de la Anunciada) y, en un paréntesis de la lluvia, hay parada en un mirador desde el que se ve «la inmensidad de Castilla».Es el momento en el que Sáenz de Santamaría reconoce que no es la primera vez que visita Urueña, que conserva una fotografía de juventud al lado de la muralla («por mi cara y la falta de arrugas debería tener 17 o 18 años»)y que no le extraña que la villa tenga el título de uno de los pueblos más bonitos de España. «Lo es, seguro. Si no el que más...», dice la vicepresidenta, desde sus altos tacones, bajo el paraguas gris, entre la lluvia «huele fenomenal después de llover» antes de dar sus últimos pasos por Urueña, que le conducen por delante del despacho de pan y leche.

Tenemos la panadería abierta, le advierte el alcalde de la villa.

¡Uy madre, qué bueno! Ni comparación con el pan de Madrid.

¿Quiere llevar?

No, no, que nos van a sacar coplillas.

Y los vecinos presumen

Hay en el Club Social de Urueña una pared blanca con lengüetazos de celofán que sujetan la oferta de un viaje a Benidorm (una semana, 240 euros, preguntar por Lucía), el aviso de un cinefórum (para el sábado 27), un bando fechado el pasado jueves: «Animamos a nuestros vecinos a que salgan a la calle para trasladar a nuestra vicepresidenta, como al resto de autoridades, el calor de nuestro cariño y simpatía, y el agradecimiento de inversiones ya realizadas y otras que están por venir». Firmado, Manuel Pérez-Minayo, alcalde de Urueña (181 vecinos), única Villa del Libro de España, uno de los pueblos más bonitos del país.

¿A que no has visto ni un papel por la calle?, reta el regidor con la seguridad del jugador de poker que no va de farol.

Y no, no hay papeles. Pero tampoco colillas ni chicles ni burujos de papel albal. Tan solo un par de plumas de paloma. «¡Yporque se les habrán caído ahora mismo, que si no...!». Urueña se ha puesto guapa (más) durante los últimos días para recibir a Soraya Sáenz de Santamaría. Una cuadrilla de barrenderos ha repasado las calles:sus escobas como peines. Limpio el corsé de piedras de las murallas. Las fachadas sin mella, sin legañas. Un pueblo que presume de lo que tiene pero sobre todo de lo que es. Con el rostro limpio. La cara recién lavada. Sin maquillaje ni exceso de colorete en sus viviendas, apenas unas banderas amarillas que recuerdan los títulos de la localidad. Un pueblo guapo. Y con los vecinos de punta en blanco.

Ismael, hoy hay que ponerse el traje, ¿eh? le ha dicho por la mañana Pilar Hernández a su marido, Ismael Rodríguez, ganadero de Urueña (ovejas) quien tiene perfectas las hechuras de la americana porque se la puso hace aenas un par de semanas para la boda de su hijo. También ha echado mano de lo mejor del armario Emilio Rodríguez, el juez de paz de una villa en la que trabajó como agricultor (remolacha, maíz, girasol). Y las dos corbatas, la de Ismael y la de Emilio, se encuentran en este Club Social que hoy ha abierto antes (a las 9:00, con hora y media de antelación) y que tiene más surtida la barra de raciones, para alimentar quizá no a la vicepresidenta, pero sí a los periodistas, curiosos o asesores que se mueven en torno a ella. Hay tostas con revuelto de gulas, tortilla de chorizo y picadillo, alitas de pollo al ajillo. «Y callos en proceso», explican Paloma Álvarez y Mayte Diente, vecinas de Mota del Marqués. Se hicieron con el negocio el pasado 19 de julio, después de que el alcalde le dijera al marido de Paloma que el Club Social estaba disponible.

«Estamos mirando a ver si podemos cambiar el nombre, porque lo del club echa a muchos turistas para atrás y no se atreven a entrar. Si lo llamáramos Casa de Comidas...», apuntan. El marido de Paloma, albañil, ha trabajado, y mucho, en Urueña. Y no es fácil por el celo que el Ayuntamiento guarda para que se respete la fisonomía de las calles y de las viviendas. La villa se cuida para seguir guapa. «De mi pueblo me gustan todas las piedras, aquí nací y creo que moriré aquí», apunta Emilio Rodríguez (uno de los de corbata) quien recrimina a José de la Rosa nació aquí en 1931 y aquí sigue que no se la haya puesto. «Ha sido un fallo, es verdad. Pero mira, como yo la llevo todos los días, he pensado que hoy, por ser un día especial, iba a salir sin ella».

Comparten barra y café con José Carralero, pintor berciano, de Cacabelos, premio Castilla y León de las Artes, y autor de un cuadro sobre Urueña que decora el edificio de las Cortes de Castilla y León. «Urueña es bonita por dentro:sus murallas, sus calles. Pero también lo es hacia afuera, con un paisaje castellano magnífico». Carralero lo captó en verano, en hora punta de la siega, en esa escena que los agricultores que todavía quedan en el municipio vivieron hace apenas unas semanas. Pero el campo cada vez tiene menos peso en un pueblo volcado con los recursos turísticos. Está por ejemplo el mesón Villa de Urueña de Olga Fernández. O la casa rural que con el mismo nombre regenta Javier Vallecillo. Este cambio lo ha vivido Sebastián Rodríguez. «Cuando me fui hace 40 años (a Barcelona, de conserje en un bloque del barrio de San Gervasio) todo esto eran apriscos y aquí vivíamos 800 personas». Hace tres meses, con la jubilación (y después de fundar la peña del Real Valladolid en la Ciudad Condal) decidió regresar a su pueblo. Hoy son las cuarta parte de vecinos y el lugar que antes ocupaban los establos es un museo dedicado al libro y a la escritura.

Está bonito, ¿verdad? pregunta el alcalde. Antes de despedirse pide a la vicepresidenta del Gobierno ayuda económica para recuperar el torreón del peinador de la reina.

Y sigue sin haber papeles por la calle de Urueña, uno de los pueblos más bonitos de España.

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