Los restos del naufragio

Gregorio Antón (San Cebrián de Campos, Palencia, 1956) ha vuelto a exponer en Valladolid después de unos años de residencia en Palma de Mallorca. Sin embargo, su última pintura no tiene el color y, sobre todo, la luz que parece inevitable suponer en la obra de un castellano que, de pronto, se encuentra con el Mediterráneo. Todo lo contrario, son cuadros de distintos formatos, óleos sobre lienzo, que combinan negros, blancos y grises, tonos que sólo de vez en cuando se aclaran con el azul. Son el resultado, como siempre, de una constante evolución y de un proceso de ejecución que parte del dibujo y continúa por las veladuras, mientras el artista pone y quita elementos hasta conseguir pequeños universos en los que refleja su mundo interior. Son abstracciones de la realidad pero esta vez están formadas por objetos reconocibles -lámparas, mesas, libros, flores, frutas, barcos y hasta aeroplanos-que casi nunca son lo que parecen y hay entre ellos uno que se repite, una inquietante caja de cristal que adquiere distintas formas. Todos ellos están además en movimiento, como si fueran el producto de las fantasías de la mente y, por lo tanto, imposibles de atrapar. El escritor Miguel Dalmau afirma en la presentación del catálogo que acompaña la exposición que estos objetos pueden servir tanto para celebrar un banquete pagano como para ilustrar los restos de un naufragio, el de la humanidad. Añade además en el texto, titulado 'A orillas de otra luz', que son lo que refleja el espejo, sensación que también tiene el espectador que se deja envolver por esas sombras de lo que es o lo que imagina. En cualquier caso, es una pintura que atrapa inmediatamente la atención de quien la contempla.