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Lucía Sánchez
Domingo, 4 de marzo 2018, 18:35
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«La abeja es el insecto más inteligente de la tierra. Es un ser social que se comunica con otras de forma rudimentaria», así describe Miguel Cuscurita a estos animales a los que cuida y de los que vive desde que tiene edad de trabajar. Este soriano, que regenta ‘La abeja ayuda’, el único centro de apiterapia en Soria se afana junto con otros 500 apiterapeútas de toda España en conseguir que la práctica, que se basa en la utilización de los productos de la colmena (miel, jalea real, propóleo, polen y apitoxina o veneno de abeja) sea reconocida como una terapia complementaria a la medicina, ya que actualmente «existe un vacío legal».
Cuscurita viajará el próximo 17 de marzo a Palencia para participar en el I Simposio Internacional de Apiterapia, un congreso que servirá para conocer más aún de esta milenaria técnica que cada vez cuenta más adeptos, ya que «cura, regenera el tono y ayuda a subir las defensas en el sistema inmunológico».
En la ‘abeja cura’ no sólo dispensan productos de las colmenas de Coscurita, sino que inyectan apitoxina a los pacientes con dolencias múltiples, siempre que acrediten con certificado médico que no son alérgicos al veneno de abeja. «Esto es indispensable para evitar un shock anafiláctico. Al principio se inyecta muy poca cantidad de veneno al paciente para que el cuerpo se vaya acostumbrando a la apitoxina».
Cuscurita dispone en dos cajas de madera las abejas que utiliza para la acupuntura. En una están las que van a ser utilizadas para inocular veneno y en otras las que ya han sido utilizadas y que sin aguijón morirán a los pocos días.
El terapeuta extrae de la caja con ayuda de una pinza una abeja que coloca en el pecho del paciente, cerca, normalmente, de la glándula timo. El himenóptero inyecta inmediatamente el veneno durante escasos tres segundos y con una pinza y casi de forma simultánea, Cuscurita extrae con la pinza el aguijón. «La técnica consiste en inyectar veneno de abeja a través de micropicaduras. La apitoxina tiene varios componentes terapeúticos: fosfolipasa, hialuronidasa, histamina, adolapina, apamina, péptido 401 y melitina», detalla.
Los apiterapeutas han calculado que en tres segundos entra el diez por ciento del veneno de la abeja, y por norma general, el cuerpo humano considera veneno masivo a partir de la dosis de una abeja y media. Tras la microinyección de veneno, la zona se torna roja y puede inflamarse un poco.
El apicultor soriano defiende los beneficios en la salud de esta técnica y por ello reclama, sin cesar, una legislación que ampare su utilización. Además, relata que en otros países como Rusía, Marruecos Rumanía o Cuba, todos con difícil acceso a tratamientos médicos, se realiza desde hace años.
«La apiterapia ayuda a mejorar las contracturas, la fibromalgia, la diabetes, las varices, el insomnio, el estrés, la ansiedad y otro sinfín de patologías, pero también es muy utilizada como tratamiento antiinflamatario y sobre todo, estético y son muchas las famosas que se inyectan veneno de abeja en las arrugas para regenerar y mejorar el tono de la piel», sostiene.
Cuscurita relata que la técnica no es nueva, ya que existen serigrafías en la cultura egipcia en las que se describe como los humanos se dejaban picar por las abejas de forma consciente. «En la cultura China también es muy utilizada. La literatura atribuye a Phillip Terc el estudio del uso del veneno de abejas en pacientes con enfermedades reumáticas. En mi pueblo mucha gente se acercaba a los colmenares para que las abejas les picaran. No hemos descubierto nada», reconoce.
Cuscurita lleva más de 15 años haciendo «pruebas» con los productos de la colmena con el fin de que sean lo más eficaz en la salud de los pacientes. De este modo vende polen fresco que debe ser guardado en el congelador para garantizar sus propiedades y propóleo disuelto en orujo, ya que el agua consigue disolver sus enzimas.
El apicultor soriano, que cuenta con el apoyo de su mujer, defiende, además, que los productos de la colmena del Sistema Ibérico son «de los mejores de España». Es más, recuerda que en verano llegan cientos de valencianos con sus insectos para que se alimenten durante la época el néctar de tierras sorianas. «Es una pena porque vienen a vivir de nuestra miel. Nosotros no hemos sido capaces de explotar nuestro producto y lo hacen los de fuera», lamenta.
Asimismo, advierte de los daños que los herbicidas que utilizan los agricultores hacen a las colmenas. Es más, advierte, que esto unido al cambio climático está provocando que las colonias mermen. Un peligro, ya que de ellas dependen miles de plantas con flores.
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