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Saïdia Krater, frente al mar Mediterráneo, busca a su hijo de 22 años. Txema Rodríguez
Vivir con un desaparecido

Vivir con un desaparecido

Más de 6.000 denuncias sin resolver en España esconden el drama invisible de las familias que también son víctimas

Doménico Chiappe

Madrid

Lunes, 12 de noviembre 2018, 01:40

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En el último vídeo de móvil que envió Flyes a su madre, Saïdia Krater, le anunciaba la partida de su embarcación. No era una patera, por lo que se apreciaba en las imágenes, sino una lancha ligera con un motor de 85 caballos. En Torrent (Valencia) Saïdia memorizó la forma y los colores de la nave, calculó las horas y viajó a Almería, a esperarlo. Él la llamó a las 21:30 horas del 16 de enero pasado.

Le dijo que atracaría en 'playa calva' y que eran 16 los pasajeros. Saïdia escuchó su voz por última vez. Con los desaparecidos, el recuerdo se perpetúa con aquellas últimas veces que no anuncian un final. En España, hay 6.053 casos activos de desaparecidos, según el 'Informe de personas desaparecidas en 2018', del Centro Nacional de Desaparecidos del Ministerio del Interior. Sus familiares, también víctimas, se cuadruplican.

Durante tres días Saïdia aguardó su llegada. Visitó los hospitales, la Cruz Roja, Cáritas, los albergues para inmigrantes y los calabozos. Un policía la llevó hasta uno de los detenidos, también recién desembarcado, cuya descripción coincidía con la de su hijo. No era él. Casi se derrumba, el policía la abrazó y consoló. Pero nadie supo responder por aquella lancha y sus navegantes.

Fe y sueños

«Mi corazón me dice que mi hijo no está muerto», exclama Saïdia, que diez meses después aún lo busca en suelo español. «Siempre lo sueño. Viene con un ramo de flores y me dice: 'Mamá, toma'». Fue a otros puertos en Cartagena y Murcia, y después a cualquier sitio donde asomara la esperanza. Finalmente, también lo buscó en la morgue. No estaba allí tampoco.

La denuncia de Saïdia se suma a las 146.000 que se han realizado en España desde que se lleva registro. La mayoría ha sido resuelta y en sólo el 4% permanece el misterio. Otro dato: el 82% de los desaparecidos son españoles y el resto de origen extranjero, según las cifras de Interior. Saïdia lleva quince años en España y su hijo Flyes, el ausente, es uno de los mayores. Tiene 22 años y permaneció en Argelia con su abuela después que su madre emigrara.

Ella había viajado por tierra, atravesado Marruecos, recalado dos años en Melilla, donde tuvo otra hija y, tras obtener los documentos de residencia, cruzó la frontera. «Me fui para buscarme la vida», dice. «Allá no dejan que las mujeres trabajemos solas. Al llegar me enviaron a un centro de acogida, donde sólo quise estar un día». Trabajó en labores domésticas, cada dos meses enviaba 200 euros a su madre, rehizo su vida sentimental hasta que en 2015 le diagnosticaron cáncer de matriz.

Saïdia Krater.
Saïdia Krater. Txema Rodríguez

Su hijo Flyes decidió emigrar en cuanto supo de la enfermedad de su madre. «Yo tengo la responsabilidad», exclama Saïdia en una de las sedes de Cruz Roja, que en 2017 atendió más de 1.500 casos de desaparecidos. Según sus cálculos estas «desapariciones o pérdidas del contacto familiar», afectan a más de 4.500 personas cada año.

Las lágrimas de Saïdia resbalan por su rostro enmarcado en el pañuelo. «Se ofreció a ayudarme, vendría a trabajar en el campo, es muy bueno». De los desaparecidos se habla en presente, aunque la lógica, el tiempo y el silencio contradigan este empeño. «Nadie quiere matar a su hijo. Él venía a ayudarme. Nunca me pidió dinero».

Dos incógnitas

Su hijo, además, no viajó solo. Su prometida, Fátima Ouchat, de 18 años, le acompañaba. «Vivimos o morimos juntos», afirma Saïdia que dijo su nuera, como una premonición. Ambos habían ahorrado para pagar el viaje por mar, desde Argelia. «Llegaron, los separaron, porque a las mujeres las llevan a otro centro. Me han dicho que la busque en Madrid. No quiero descansar de buscarlo. Su móvil funciona todavía. Cada vez que puedo, recargo el mío y lo llamo. Si estuviera en el fondo del mar, el móvil no repicaría». Pero nadie contesta.

Saïda, que tiene tres hijos pequeños que viven con ella en Torrent (Valencia), viaja a la costa cada vez que escucha que ha llegado una patera. Sin embargo, la resignación se abre paso, junto a la fatalidad. «No puedo comer pescado, ¿y si está comiendo a mi hijo? No puedo dormir; estoy perdiendo la esperanza. Necesito saber si está vivo o muerto, para no seguir esperando en la puerta».

Le quedan las fotos del móvil y el traje que le había comprado para la boda que celebraría cuando llegaran los novios a España, y el recuerdo de la última vez que lo vio, seis meses antes de su desaparición.

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