El topo que escapó por los pelos
La fuga de un espía con acceso a información directa de Putin engrosa el legendario historial de agentes infiltrados que se juegan la piel en territorio enemigo
rafael M. mañueco
Domingo, 22 de septiembre 2019, 15:52
Al excoronel del GRU (la inteligencia militar rusa, ya desde la época soviética) Serguéi Skripal le pillaron pasando información al Reino Unido y le condenaron a 13 años de cárcel en 2006. No los cumplió porque en julio de 2010 fue canjeado en el aeropuerto de Viena, junto con otros tres informantes que habían sido encarcelados por trabajar al servicio de Occidente, por diez espías rusos que fueron sorprendidos in fraganti en Estados Unidos. Entre ellos la glamurosa y mundana 'matahari' Anna Chapman.
Skripal era libre, pero no estaba a salvo del largo brazo de los vengativos servicios secretos rusos. Los supuestos turistas Alexánder Petrov y Ruslán Boshírov, también agentes del GRU según Londres, intentaron asesinar al espía traidor y a su hija en la localidad británica de Salisbury envenenándoles con Novichok, una sustancia de uso militar altamente tóxica.
Al otro lado del charco, habían sido desenmascaradas dos jóvenes y seductoras espías rusas: la citada Chapman, hija de un diplomático ruso que tomó de su marido inglés su apellido y el permiso para residir en Nueva York, donde fue juzgada y condenada por conspiración, y María Bútina, descubierta tras lograr infiltrarse en la Asociación Nacional del Rifle. La primera, tras ser canjeada, volvió a Moscú, donde dirige un programa en la televisión estatal y es una cotizada modelo. La segunda está todavía encarcelada en EE UU, aunque pronto podría ser puesta en libertad y deportada de regreso a Rusia.
Las indiscreciones de Trump
Ambas han tenido mucha suerte, aunque menos que Oleg Smolenkov. Este gris diplomático ruso reconvertido en confidente se ha librado por los pelos de caer en manos de los servicios secretos de Vladímir Putin y de ser enviado a prisión, a buen seguro para una larga temporada. Espiaba al mismísimo líder de la Federación Rusa desde su puesto de la Administración de la Presidencia en unas oficinas situadas en la calle Ilinka, junto a la Plaza Roja y a tiro de piedra del Kremlin. Parece que nunca se reunió personalmente con el máximo dirigente ruso, pero sí pudo leer los informes que pasaban por su despacho. Escapó con su familia a Estados Unidos antes de ser descubierto.
Su fuga se produjo en 2017, aunque se ha conocido ahora. Según la prensa estadounidense, fue él quien informo a la CIA de que Putin había dado orden de influir por todos los medios en las elecciones presidenciales de 2016 que llevaron a la Casa Blanca a Donald Trump. La CIA decidió que Smolenkov corría peligro en Moscú y había que sacarle de allí.
El canal internacional CNN sostiene que había miedo a que una indiscreción del propio Trump, que ya demostró en una ocasión poca cautela compartiendo confidencias con el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, pudiera delatar al topo. Fuera por esa razón o por cualquier otra -se pudo detectar que el hombre ruso de la CIA infiltrado en el Kremlin estaba empezando a ser vigilado por el FSB, el antiguo KGB-, lo cierto es que puso pies en polvorosa en compañía de su esposa e hijos.
Smolenkov partió hacia Montenegro como si se fuera de vacaciones y desapareció a bordo de un barco. Su destino final era Stafford (Virginia), una localidad muy cercana a Washington, junto al río Potomac, en donde sus amigos del servicio secreto norteamericano le habían agenciado una bonita casa. Cuando pasó el tiempo y en el Kremlin se dieron cuenta de que Smolenkov había desaparecido, creyeron que estaba muerto. De hecho, se abrió una causa criminal por asesinato, pero el caso fue archivado de forma repentina a los pocos días.
Las autoridades rusas nunca dieron a conocer su desaparición ni pidieron información a Washington, lo que parece indicar que no conocían su paradero y tal vez ni siquiera que había estado espiando al jefe del Estado. O, si lo sabían, puede que resolvieran mantener silencio para ocultar el humillante gol que les había metido la CIA.
Pero lo chocante es que Smolenkov ha estado viviendo estos dos últimos años en Estados Unidos sin cambiar de identidad y con sus datos incluso en la guía telefónica. Podía haber sido víctima, como lo fue Skripal, de la venganza de los servicios secretos rusos. Pero no. Sólo ahora, cuando el asunto ha saltado a las páginas de los periódicos, Smolenkov ha decidido esconderse. El caserón de Stafford ha quedado vacío.
Fugado en el maletero
Su caso recuerda a otro muy sonado en las postrimerías de la Guerra Fría, el de un agente doble soviético que tuvo que ser evacuado urgentemente de la URSS. Se llamaba Oleg Gordievski y huyó por la frontera finlandesa en julio de 1985 escondido en el maletero de un vehículo del consulado británico. Pero, a diferencia de Smolenkov, a Gordievski le habían descubierto ya antes de que escapase y el operativo para darle caza estaba en marcha. Aquella rocambolesca evasión no hizo más que agrandar su leyenda. Ya a salvo, Gordievski fue recibido por el entonces presidente norteamericano, Ronald Reagan.
A Smolenkov, por ahora, no le ha agasajado ningún alto dirigente de EE UU y deberá andarse con mucho cuidado si no quiere toparse con alguna sustancia letal sintetizada en laboratorios militares rusos o verse con alguna bala en el cuerpo disparada por un Kaláshnikov con mira telescópica o por una pistola Makárov con silenciador.
De momento, en el Kremlin hay indignación. Admiten que el «traidor» trabajó efectivamente en el aparato de la Presidencia rusa, aunque aseguran que sin acceso a grandes secretos, y menos aún a Putin directamente.
Según la agencia rusa Interfax, las personas que autorizaron el permiso vacacional de Smolenkov en Montenegro han sido sancionadas, algunas incluso con el despido. La excusa es que, debido a las malas relaciones entre Moscú y Podgorica, los funcionarios rusos tienen prohibido viajar a ese país balcánico. El portavoz de Putin, Dmitri Peskov, asegura que el topo fue despedido, aunque no ha aclarado en qué momento, si antes o después de viajar al extranjero.
La persona que podría estar ahora en la cuerda floja es Yuri Ushakov, asesor de Putin en política exterior. Él fue quien, de acuerdo con las informaciones de algunos medios de comunicación norteamericanos, colocó a Smolenkov en el Kremlin. Se conocieron en la legación diplomática rusa en Washington, en la que Ushakov desempeñaba el cargo de embajador y Smolenkov el de segundo secretario. En la capital estadounidense debió hacer contactos que luego reactivó al verse cerca de Putin. Moscú ha pedido explicaciones a Washington y solicitado a la Interpol el paradero del presunto espía.
El diplomático que hablaba demasiado
Oleg Borísovich Smolenkov nació en 1969 en la ciudad rusa de Ivánovo, situada a menos de 300 kilómetros al noreste de Moscú y venida a menos tras ser el principal centro de la industria textil del país en la época soviética. Empezó a trabajar en el Ministerio de Exteriores ruso ya en la década de los 90, encuadrado en el Departamento de Divisas y Finanzas, y luego pasó a la Segunda Sección del Departamento de Europa.
Con el comienzo del nuevo milenio, Smolenkov fue destinado a la Embajada de Rusia en Washington, en donde llegó a desempeñar el puesto de segundo secretario. Todo parece indicar que fue en esa época cuando trabó contactos con la CIA. El embajador ruso era entonces Yuri Ushakov, actual asesor de política exterior del presidente Vladímir Putin.
La relación entre ambos, al menos en la esfera profesional, debió de ser buena, ya que al regresar a Moscú en 2008 mantuvieron la vinculación. Ushakov, que entró a formar parte de la Administración del Kremlin, metió allí a Smolenkov, que terminó siendo nombrado, en 2010, asesor estatal de tercer rango.
Según los medios de comunicación norteamericanos, fue él quien supuestamente informó a la CIA de que la orden de injerencia en las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos la dio directamente Vladímir Putin. En 2017, temiendo ser descubierto, Smolenkov huyó de Rusia a Estados Unidos vía Montenegro y, tras vivir desde entonces a cara destapada, ahora, tras descubrirse el pastel, se encuentra en paradero desconocido.
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