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Un niño juega con un ordenador portátil. FOTOLIA
Infancias enganchadas a la pantalla

Infancias enganchadas a la pantalla

Los especialistas avisan de que los niños muestran los mismos síntomas que los adictos por el uso inadecuado de la tecnología

doménico chiappe

Madrid

Sábado, 14 de abril 2018, 02:16

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Once años, colegio católico del centro de una gran ciudad, segundo hijo, el menor de una familia bien estructurada de clase media. Antaño risueño y futbolista, ya no quiere asistir a las extraescolares ni a catequesis. Desde que juega día y noche, horas de comida en la mesa incluidas, con la Play Station que recibió de regalo en Navidad. Estuvo casi una semana sin asistir a clases por un supuesto malestar que el médico de cabecera negó. La Semana Santa, en el pueblo y sin salir de casa. Es un caso más de la adicción a las pantallas de menores, que empieza cada vez en edades más tempranas, aunque los especialistas prefieran hablar de uso inadecuado o abusivo de las nuevas tecnologías antes que de patología.

«En un adolescente sí se habla de adicción, pues cumple los criterios de la Organización Mundial de la Salud, aunque el debate sigue abierto», afirma el psicólogo José Antonio Molina, profesor de la Universidad Complutense, «pero se tienen que cumplir algunas pautas, como que estén afectadas diferentes áreas de su vida durante más de un año; que pierda el control sobre el uso, diciendo que estará cinco minutos, pero termina cinco horas después; que desarrolle tolerancia, es decir, que le sea insuficiente la experiencia anterior. Una característica de la infancia y la adolescencia es que suelen infravalorar los riesgos. Dicen, por ejemplo, 'mis amigos lo hacen y no pasa nada'».

¿Y las niñas? Igual, pero en vez de videojuegos, con las redes sociales. «Esta generación hace un uso desmesurado de Instagram, Whatsapp y otras redes, que son ámbitos de socialización muy potentes», ratifica Macarena López, trabajadora social de la Asociación Proyecto Hogar, que trabaja con chicas en situación de vulnerabilidad. «Están sometidas a esa información de las 'influencers' que llega constantemente, relacionada sobre todo con la imagen de la mujer, patrones de belleza y de popularidad: morritos, delgadez, bikini, que se ven como algo normal».

Se abren las puertas a riesgos como el ciberacoso, el sexting y los chantajes posteriores, además de obesidad infantil y diabetes, y también ludopatía: «En los jóvenes crea problemas tempranos para su salud, porque el sedentarismo produce obesidad y la obesidad, diabetes», dice el psicólogo Jorge Barraca, profesor de la Universidad Camilo José Cela. «Y así como el uso de drogas blandas lleva a otras más duras, el uso de las pantallas conduce a las apuestas virtuales, lo que acaba creando ludópatas, con sus riesgos económicos».

El retrato robot de un niño con este tipo de problemas incluye un rendimiento académico en descenso y el aislamiento con el resto de la familia. Puede incluso empezar a tener malos hábitos alimenticios y pocas horas de sueño. «Los síntomas empiezan por la falta de interés en todo aquello que no sea la pantalla, y por el aburrimiento o la pasividad frente a todo lo que esté fuera de ese marco», explica Barraca. «Se muestra ansioso cuando no está conectado, con un evidente síndrome de abstinencia, y tiene limitación o ausencia de las relaciones sociales, siempre con mediación de la pantalla».

Rebeldía, violencia y trastornos del sueño

Las alarmas saltan cada vez más temprano y los padres acuden, primero, al médico de cabecera y, después, a los especialistas para «desengancharlos», refiere Lucía Galán Bertrand, pediatra en el hospital Vithas Medimar Internacional de Alicante y autora de 'El viaje de tu vida' (Planeta). «Las pantallas son altamente adictivas. Dentro de unos años sufriremos las consecuencias». Ella lo ve incluso en su propia casa, con su hijo de once años, al que ha tenido que restringir los horarios. «Los niños se ponen muy rebeldes, violentos o agresivos, sufren trastornos del sueño», añade. Precisamente, el primer paso del tratamiento para el control del uso inadecuado de los dispositivos digitales se hace a través de los padres. «Hay que concienciarlos», explica el psicólogo José Antonio Molina. «Lo primero que les decimos es que pongan límites en cuanto a tiempo. Y se deben establecer otras actividades de ocio».

Videojuegos y redes sociales generan un enganche y una interpretación de la realidad que no provocan, por ejemplo, los libros. «Las aplicaciones como Facebook, Instagram y otras redes sociales están pensadas y diseñadas para que los contenidos y su actualización sean adictivas, igual que lo eran las máquinas tragaperras con sus luces, sonidos y premios», opina Barraca. Coincide Molina: «Si el sistema de recompensas se ve afectado por la utilización de las tecnologías, como los videojuegos, otras actividades que deberían ser reforzadas a esas edades dejan de hacerse, y su interrupción crea el síndrome de abstinencia cuando no puede conectarse».

Los menores, independientemente del género, son más vulnerables frente a la acción y diseño de los contenidos digitales si se juntan varias circunstancias personales, como la timidez o una menor facilidad para relacionarse; los modelos en casa, donde los mayores pueden también pasar varias horas al día con el móvil, o la permisividad de los padres. Por una calle de su ciudad, el niño de once años camina mientras juega a 'Zelda' con la consola portátil. Igual que los mayores con los que se cruza, que andan sin quitar los ojos de la pantalla.

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