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Michel Desmurget. Benedicte roscot
«Las pantallas están sustituyendo a los profesores porque son más baratas»

«Las pantallas están sustituyendo a los profesores porque son más baratas»

El neurocientífico francés Michel Desmurget profundiza sobre los efectos dañinos de los dispositivos en los niños en el libro 'La fábrica de cretinos digitales'

Álvaro Soto

Madrid

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Domingo, 25 de octubre 2020, 00:23

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Los niños de dos años pasan tres horas al día mirando pantallas únicamente en actividades recreativas, una cifra que aumenta paulatinamente conforme van creciendo: los de ocho, cinco horas, y los adolescentes, ocho horas. Así, entre los dos y los 18 años, el periodo más importante en su desarrollo, dedican de media 30 cursos escolares a las pantallas, cuando los estudios científicos más exhaustivos recomiendan 'cero pantallas' antes de los seis años y media hora, y con contenidos educativos, a partir de esa edad.

Con estos datos sobre la mesa, resulta evidente señalar que la sociedad se enfrenta a un problema enorme, una «pandemia» que el confinamiento provocado por el coronavirus ha llevado a otra dimensión. «Las pantallas han ganado», resume Michel Desmurget, doctor en Neurociencia y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud de Francia, que ha profundizado en las consecuencias de este abuso en el libro 'La fábrica de cretinos digitales' (Península).

Desde hace 50 años, explica el científico, los investigadores estudian el impacto de las pantallas en el desarrollo. Empezaron con la televisión, después añadieron los videojuegos y recientemente, las redes sociales. Y los resultados son abrumadores. «Las pantallas tienen un impacto negativo muy significativo en la salud somática (obesidad, desarrollo cardiovascular), en el equilibrio emocional (ansiedad, agresividad), en el desarrollo cognitivo (lenguaje, concentración) y en el rendimiento escolar», explica Desmuget. Las derivadas de todo ello son: problemas de concentración, baja estimulación intelectual, dificultades en el sueño o crecimiento del sedentarismo.

El cerebro no es un órgano «estable», sino que «se construye en función de nuestras actividades, de manera que algunas redes se crean y otras se destruyen», señala el neurocientífico. Por ejemplo, las redes vinculadas al lenguaje maduran más tarde por el consumo de pantallas. «Me suelen decir que lo digital es 'cultura'. Perfecto. Pero habrá que admitir que todas las 'culturas' no contribuyen de la misma forma al desarrollo cerebral. Las actividades ligadas a la escuela, al trabajo intelectual, a la lectura, a la música o al deporte poseen un poder estructurante infinitamente superior a lo digital», subraya. «El problema es que el extremo potencial de plasticidad del cerebro no es eterno».

Para intentar que les dejen «cinco minutos más» con las pantallas, los adolescentes les dicen a sus padres que utilizan los dispositivos electrónicos para estudiar. Pero las investigaciones contradicen este punto. «Precisamente, las nuevas generaciones usan las pantallas para las actividades más debilitantes: la televisión, con todas las nuevas plataformas, los videojuegos, esencialmente, de acción y violentos, y las redes sociales, para fines de exhibición de uno mismo», cuenta Desmurget. Actividades que chocan con «las interacciones humanas reales y espontáneas que disparan la imaginación». «Si apenas media hora de pantallas se utilizara en la lectura, el deporte, la música o el teatro, ese tiempo tendría enormes efectos positivos en la construcción cerebral», sostiene el investigador francés, que ha trabajado en el MIT o en la Universidad de California.

En contra de la prohibición total

Desmurget no aboga por una prohibición total de las pantallas, tampoco en el ámbito escolar. «¿Deben aprender los alumnos a entender códigos, motores de búsqueda o softwares? Sin duda. ¿Se tienen que usar programas educativos? Sí, por ejemplo, para visualizaciones geométricas en 3D. Pero lo que está ocurriendo en la educación no es eso, sino que se está sustituyendo, por una cuestión económica, a personal humano cualificado por tiempo de máquinas automatizado. Cada vez resulta más difícil reclutar, formar y remunerar a los profesores, y los ordenadores parecen la solución», denuncia el científico. «Pero los investigadores han descubierto una disminución de los resultados escolares en todas las asignaturas cuando los alumnos utilizan dispositivos electrónicos, lo cual no es ninguna sorpresa, porque cuando se reparten estos dispositivos con fines educativos, se acaban utilizando para los usos recreativos más debilitantes».

El peligro no está solo en la escuela, sino en las casas. «Los padres no tienen una información real y exhaustiva sobre las consecuencias de las pantallas en sus hijos», dice Desmurget, que ve grandes paralelismos entre lo que ocurre con las pantallas y otros problemas de salud pública, como el tabaco, el calentamiento global o el amianto. «En todos los casos, los 'lobbies' desarrollan las mismas estrategias. Y una vez más, vemos que el beneficio de una minoría empresarial se hace en detrimento de la salud de los niños. No es nuevo, pero creo que esta palabrería propagandista es cada vez menos creíble. Está habiendo una toma de conciencia», asevera el investigador, que concluye con un argumento demoledor: «Los directivos de las grandes empresas digitales protegen ferozmente a sus hijos de los artilugios electrónicos. Como dijo uno de ellos al 'New York Times', 'he visto de primera mano los peligros de la tecnología y no quiero que mis hijos sufran las consecuencias'. Con esto creo que está todo dicho».

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