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Planetario instalado en la base aerea de Matacán. David Arranz / ICAL
Una historia planetaria

Una historia planetaria

El restaurado Planetario Celeste I de Matacán, de 1947, está unido a una leyenda con Hitler y ha formado a cientos de pilotos gracias a su proyección natural de los astros

El Norte

Valladolid

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Domingo, 10 de marzo 2019, 14:01

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Rememorando a los profesores de la década los 50, el suboficial mayor Pedro Zamora pone en marcha el Planetario Celeste I de la Base Aérea de Matacán. Lo enciende. Comienza un sonido que recuerda a un antiguo proyector de cine. El imponente aparato deslumbra en la noche artificial. De repente, Zamora se traslada más de medio siglo atrás y casi da una clase magistral de vuelo sin visibilidad, totalmente a oscuras, sólo con la mirada perdida hacia un cielo estrellado, tan real que contribuyó a la formación de cientos de pilotos gracias a su proyección natural del movimiento de los astros y que hoy se cuida y mima como un tesoro. «Es la joya de la corona», sentencia.

Le acompaña el capitán David Andrino, quien con un denotado tono de inconformismo desliza: «En Matacán somos unos privilegiados. Tenemos un planetario histórico, el más antiguo que se conserva en España. Pero mucha gente no lo sabe y nos gustaría enseñarlo más». Se libera de su gorra y recorre cada uno de los seis metros de diámetro del habitáculo circular que acoge esta simbólica herramienta del centro salmantino.

Habla de anécdotas y recuerda que el Celeste I, como se conoce a esta serie, data de 1947. Y aunque está abierto a todo aquel que desee conocer esta maravilla de la ingeniería española de la primera mitad del siglo XX (previa solicitud), a día de hoy sólo los centros escolares y poco más se atreven a 'bajar' al cielo artificial, desde el que se ven las estrellas de Salamanca.

Con el abandono de este planetario que utilizaba la Escuela de Vuelo sin Visibilidad y la llegada de los nuevos sistemas de navegación aérea en la década de los 50 se daba por concluida una etapa de vuelos románticos, si cabe, cuyos protagonistas se guiaban por el movimiento de los astros y no de forma automatizada. Muchos de estos alumnos eran oficiales del Ejército del Aire, pero también había personal navegante de aviación civil, en una etapa en que se comenzó a cruzar el Atlántico. «Muchos de ellos eran de Iberia. Hicieron vuelos transoceánicos hasta 1955. Luego desapareció como asignatura», rememora. Su valor como pieza histórica ha crecido notablemente tras su rehabilitación. De hecho, en la década de los 90 un coleccionista ingles ofreció comprarlo por 900 millones de las antiguas pesetas (5,4 millones de euros).

Detalle de las lentes.
Imagen - Detalle de las lentes.

El 'regalo' que nunca llegó

Pedro Zamora admite que el misticismo caracteriza también a esta obra de arte. Y aclara que es de fabricación española a pesar de estar rodeado por una leyenda misteriosa que le une a Hitler. Al parecer, y de esto existe documentación fidedigna, hasta inicios del presente siglo se creía que había sido construido con tecnología alemana, ya que las buenas relaciones entre ambos regímenes en los años 40 propició que la Wehrmacht regalara un Planetario que construyó la casa Carl Zeiss Jena. Todo ello ocurrió después de que dos profesores de Matacán, el comandante Reixa Maestre y el capitán Alfonso García Quintano, acudieran a Berlín a un curso específico sobre pilotos, denominado 'Z/Z', y se prendaran de un original de la Fuerza Aérea Alemana, que era «puntera», y que databa de 1925.

Pero cuando ese «regalo», relata Zamora, viajaba en convoy hacia Salamanca, fue atacado por la Resistencia en Francia y desapareció, tal y como reconoció recientemente el jefe de Estado Mayor del Ejército del Aire, Francisco Javier García Arnáiz. Por ello, en 1945 el ministro del Aire, el general Gallarza, se interesó por otro a través de los planos del original y se adjudicó el proyecto a la casa Q.B.I de Madrid, por 400.000 pesetas, obra de Fernando Pons, «quizás el único en España que podía fabricar esta obra», explica Zamora. Comenzó a operar dos años después y casualmente ninguno de sus dos impulsores lo conoció, pues habían fallecido.

Fue en los primeros años de la década de los 2000 cuando, por sorpresa, uno de los constructores del planetario, Emilio Muñoz, ya con avanzada edad, visitó Matacán y se presentó como tal. Ante el asombro de quienes le recibieron, él mismo se encargó de demostrar que el aparato había sido fabricado en Madrid, junto a Pons y Adolf Hein, alemán de origen español. «De eso nada», exclamó Martín. De ese momento se guardan cariñosamente fotos en el Museo de la Base, tres puertas al final del pasillo de la entrada al planetario. Llama la atención que se encontraron dos embalajes y no uno, lo que hace sospechar que se hubiera construido otro planetario con destino, seguramente, la Academia General del Aire en Murcia. Al parecer, corrió peor trato. El propio Martín señaló incluso que se crearon cuatro máquinas.

Cayó en desuso

Con la aparición de las nuevas tecnologías, poco a poco cayó en desuso y provocó un deterioro en el mismo, pero en los años 80, uno de los miembros de la base aérea, el brigada Lista, se dio cuenta del valor histórico del mismo y, ya con sus propios medios, más rudimentarios, inició la recuperación del planetario antes de convertirse en «chatarra». Esa evolución se culminó en 2014 con el empuje de la Fundación Iberdrola.

De hecho, los 300 alumnos anuales de la base en la treintena de cursos que ofrece el Grupo de Escuelas (GUEMA) de Matacán ya no utilizan el Planetario más que como visita histórica. Actualmente, engloba la Escuela Militar de Transporte; la de Tránsito Aéreo; el Grupo de Adiestramiento para jefes y oficiales del Arma de Aviación; y la primera escuela del Ejército dedicada al manejo de sistemas aéreos no tripulados (UAS), que el común de los mortales conoce mejor como dron. De hecho, desde abril de 2012 cuenta con el Grado de Piloto de Aviación Comercial y Operaciones Aéreas de la Universidad de Salamanca.

Una bola de estrellas única en el mundo

Mientras continúa con su visita magistral, el suboficial mayor Zamora subraya que las piezas del planetario «lo hacen único en el mundo», con un programador original. Entre ellas se encuentra la bola de estrellas, una cabeza radiante de 50 centímetros de diámetro que posee 27 salidas, cuatro planetas, el sol, la luna y conserva los dos polos, el Norte y el Sur, cuando en la mayoría este último no existía. Cuenta también con la posibilidad de proyectar las coordenadas, los círculos del Ecuador y Meridiano y el horario. «Mucha gente de la que viene, algunos enamorados de la astronomía, buscan y encuentran los astros y reconocen que es increíble la exactitud del planetario», sostiene un orgulloso Zamora. También es singular el obturador de estrellas, por ser flotante y, sobre todo, por mantener intacto su funcionamiento.

La restauración por parte de la Fundación Iberdrola también permitió solucionar el proyector, desarrolló una minuciosa limpieza de la óptica, de las lentes condensadoras y los soportes. Asimismo, instaló tornillos y fijaciones inexistentes, engrasó piezas y repuso cableado y otros elementos deteriorados de la maquinaria. Todo ello, admite Zamora, manteniendo las características originales de una «joya» catalogada como Patrimonio Histórico-Artístico.

«A los niños les explicamos que cuando se construyó el planetario no había coches y que era como la 'play station' del momento. Es muy difícil contextualizar aquel momento y meterse en el papel de unos fabricantes que lograron un aparato avanzado a su tiempo», reitera. Además, es «sorprendente» que se liberara una gran cantidad de dinero para esta obra en época de posguerra, lo que habla «muy bien de la necesidad de este planetario».

También argumenta que consta de dos piezas inseparables para su funcionamiento, el habitáculo y el aparato. El espacio circular consta de una bóveda blanca que sirve de pantalla de proyección, con 32 asientos desiguales para dificultar el cálculo del alumno, fijados en círculo a la pared. En el centro se halla la máquina, concebida para poder proyectar la situación de la bóveda celeste a la hora y día que se desee en un periodo que abarcaría 27.000 años por delante o por detrás de la fecha actual. De este modo, el alumno que ocupa cualquier asiento del aforo tendrá la posibilidad de contemplar una nítida noche estrellada, cuyo horizonte es aproximadamente el que se divisaría desde la Base Aérea de Matacán.

Como anécdota, a lo largo de la línea de unión entre la pared y la bóveda, una cenefa representa las siluetas de Salamanca, Ciudad Rodrigo, Miranda del Castañar, Pico Almanzor, Alba de Tormes o la Sierra de Madrid.

Aplicaciones del planetario

El planetario constituyó un elemento de enseñanza fundamental para los estudios de astronomía de la época, así como para la instrucción de la navegación aérea y marítima mediante las estrellas, tanto para el personal de la armada como para los del mundo de la aviación. La posibilidad de representar el cielo en cualquier posición del hemisferio norte terrestre y a cualquier hora y fecha, permitía reducir el tiempo de aprendizaje con un consiguiente ahorro en los costes, recuerda Pedro Zamora.

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Se utilizaba como aula de simulación para el «adiestramiento» de los alumnos de la Escuela de Vuelos sin Visibilidad. Para ello, el profesor creaba una situación predeterminada y los alumnos, tomando una estrella como referencia y con la ayuda del sextante y la brújula, debían de ser capaces de determinar el rumbo desde un punto a otro. El profesor, transcurrido un tiempo, modificaba de forma manual la posición de la esfera, representando con ello el paso de un determinado tiempo, para que con ello, el alumno se viera en la obligación de realizar un nuevo cálculo de posicionamiento. Otro de los ejercicios que debían resolver era el cálculo de la hora basándose en la posición de los astros. Se les permitía un error de cinco minutos.

Orígenes del aeropuerto

El planetario se ubica en la base de Matacán, junto al aeropuerto de Salamanca, que también se remonta a la Guerra Civil. Así, el 15 de octubre de 1936, el teniente coronel Lecea acompañó al soldado Luis Hernández a visitar unos terrenos ubicados en el lugar conocido como 'Mata can', en el municipio de Encinas de Abajo, idóneo para campo de vuelo, y que es llamado así porque las liebres «eran tan duras que dañaban a los perros que las corrían», señala Zamora. En julio de 1946 se abrió oficialmente el aeropuerto al tráfico aéreo nacional tras una inversión institucional de 315.000 pesetas para los terrenos y la terminal.

Pero antes de inaugurar el aeropuerto, en 1939 trasladaron la Escuela de Vuelo sin Visibilidad desde Olmedo (Valladolid) a la ciudad del Tormes. Allí contaban con cuatro aviones 'Junkers' y algunos técnicos y profesores germanos, tal y como recuerda Luis Utrilla, autor del libro 'Historia de la Base Aérea y Aeropuerto de Salamanca'. Finalmente, ésta se integró en la Escuela Superior de Vuelo, que se instaló el 28 de enero de 1946, pero que se disolvió diez años más tarde para crear la Escuela de Control de Tráfico Aéreo.

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