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Un jabalí campa a sus anchas por una calle de Namie, muy cerca de la central nuclear desmantelada.
Los jabalíes radiactivos de Fukushima

Los jabalíes radiactivos de Fukushima

Estos verracos se han multiplicado sin medida, convirtiéndose en una seria amenaza para los ciudadanos que pretenden regresar a casa

Fernando miñana

Jueves, 23 de marzo 2017, 16:57

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Donde antes del 11 de marzo de 2011 circulaban los coches y los hombres caminaban o paseaban a sus mascotas, ahora corretean los jabalíes. Así es ahora Fukushima y su área de exclusión, un territorio de 19 kilómetros a la redonda donde quien reina a sus anchas es este verraco salvaje.

Es un paisaje apocalíptico, más propio de un cómic futurista que de una región de pacíficos japoneses. Ciudades fantasma donde reina el jabalí y cada vez está más difuminado el rastro del hombre. Aquel terremoto, de magnitud 9, y el posterior tsunami de 15 metros que desactivó el sistema de enfriamiento de tres reactores de la planta se cobraron 18.000 vidas y obligaron a cambiar radicalmente las de otras 170.000, el número de habitantes evacuados por uno de los mayores desastres nucleares de la historia.

Seis años después, la situación parece bajo control y el gobierno tenía previsto que a final de mes regresaran los primeros ciudadanos a cuatro pueblos, pero en la lista de mayores preocupaciones de los ciudadanos desalojados hace 72 meses el jabalí trepa como un primate.

Han colonizado la zona de exclusión. El hombre tuvo que salir corriendo y dejó atrás hogares, mascotas, cultivos y ganado. Vía libre para especies invasoras que encontraron alimento fácil en granjas y sembrados, casas y supermercados abandonados. Ratas, jaurías de perros asilvestrados y, sobre todo, el jabalí, se asentaron allí.

Los cerdos salvajes se acostumbraron rápidamente, en estos seis años, a que el hombre no fuera una amenaza. No había otro depredador en su entorno y se multiplicaron por miles. Por eso ahora, cuando se encuentran con un humano, no salen huyendo y, en algunos casos, incluso arrancan hacia este intruso.

La carne de jabalí es muy apreciada en Japón, pero desgraciadamente la solución no es un festín nacional. Todo lo que ha comido este mamífero es radiactivo y el examen realizado por las autoridades deparó que algunos ejemplares contenían unos niveles de Cesio-137, con una vida media de 30 años, trescientas veces por encima del estándar de seguridad.

Un peligro radiactivo que se suma al de un animal muy agresivo que se convierte en otra amenaza porque ha hecho de las casas y los cultivos, convertidos ya en amplias praderas, su territorio. Así que lo más recurrente ha sido buscar soluciones a la antigua usanza, a la brava.

Las autoridades locales han contratado a cazadores y han repartido trampas por todos los núcleos urbanos. Como en Namie, a cuatro kilómetros de la central nuclear, donde son una plaga. «No está muy claro quiénes son ahora los dueños de la ciudad, las personas o los jabalíes», admite a Reuters, preocupado, Tamotsu Baba, su alcalde.

No se pueden incinerar

Pero ante una población tan numerosa el rifle tampoco parece la solución definitiva. El problema, una vez muertos, y sin posibilidad de trocearlos y cocinarlos, es deshacerse de miles de estos suidos. Porque la incineración de un ser vivo radiactivo que contaminaría el aire tampoco es una alternativa.

En algunas ciudades como Nihonmatsu han encontrado una salida cavando fosas comunes. Pero no son infinitas. En cada una pueden entrar unos 600 jabalíes y el terreno municipal empieza a escasear. En Soma hay un crematorio con los filtros necesarios para abrasar material radiactivo, pero es muy limitado y solo puede eliminar a tres ejemplares cada día. Insuficiente ante un censo de miles de verracos silvestres.

Nadie parece saber cómo salvar este obstáculo inesperado y ya hace tiempo que dejó de ser una anécdota para convertirse en un serio inconveniente. «Si no nos deshacemos de ellos y logramos una ciudad dominada por el ser humano, la situación se hará más salvaje e inhabitable», lamenta el alcalde Baba. Shoichiro Sakamoto, su homólogo en la ciudad de Tomioka, no es mucho más optimista en este pulso con el jabalí. «Se han adaptado a este hábitat y no va a ser fácil que abandonen».

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