El virus también tiene una carga emocional
Marisa Gorgojo, alcaldesa del pueblo segoviano de Nieva y que padeció la enfermedad, no permite que el desánimo pueda con ella
Me preguntan dónde cogí el virus y respondo que como no quería que os tocara me llevé yo el bicho». Con humor, Nieva. Marisa Gorgojo, alcaldesa del pueblo segoviano y que padeció la enfermedad, no permite que el desánimo pueda con ella. Su marido cayó posteriormente en las garras de la enfermedad, pero otros vecinos no está claro que lo tuvieran «porque pudo ser, a lo mejor ese extraño catarro... cada cuerpo reacciona de una manera».
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Ingresada y aislada en el hospital, empezó a encontrarse mal el 6 de marzo. «Cuando llegué el día 13 solo había una planta dedicada a enfermos del virus y ya a la semana siguiente había un montón de gente en los pasillos; desde el 16 estuve en la UCI, con cinco días conectada a un respirador», rememora emocionada. «El 30 ya me dieron el alta y aunque aparentemente estoy bien, me noto cansada, con dolores, y ya no hago cosas al mismo ritmo de antes», explica.
Con menos energía, pero con muchas ganas, trata de salvar la presión que supone ser alcaldesa «porque en verano hay mucho lío y me meto en berenjenales», asegura mientras ríe. «Me lo tengo que tomar de otra manera hasta que coja el ritmo», promete, mientras cuenta que a su marido, que padeció la enfermedad más tarde, lo mandaron a casa con tratamiento de oxígeno.
Nieva se enfrentó al virus con la organización de un voluntariado «entre gente joven, que se dividió el pueblo en zonas para evitar que los mayores salieran a la calle y atenderlos». Ahora los hijos del pueblo han regresado con ganas de encontrar más espacio, en este verano atípico «en el que me da miedo que nos relajemos y descuidemos».
A pesar de su complicada circunstancia personal, Marisa no deja que el desánimo pueda con ella. «No habrá fiestas pero tendremos que entretener a la gente de otra manera y reiventarnos, como hicimos en los festejos de mayo, que fueron virtuales y algo presencial, como un coche que daba vueltas por el pueblo con música de jotas o el repique de campanas; grabamos también un video de la procesión y la orquesta La Huella nos grabó un concierto para nosotros, que vio todo el pueblo en sus casas», explica.
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Aquello fue el punto de partida «para vivir un verano diferente con la vuelta a cosas que no hacíamos desde hace años, siempre sin poner en peligro a los mayores que, de verdad, lo han pasado muy mal», afirma y muestra todo su entusiasmo para que las renuncias a las que obliga el virus «sean una buena oportunidad de descubrir el campo, de hablar más los unos con los otros y conocernos mejor y de estar más con la familia, algo que no haces en este mundo de locos». «Es tener tiempo para pensar –reflexiona–, leer o manualidades».
La alcaldesa también ve una oportunidad el auge del teletrabajo, aunque lamenta la demora tecnológica en el mundo rural. «Me encantaría que la gente volviera y se instalara a teletrabajar, pero tenemos el problema de la fibra óptica aún en desarrollo», explica para destacar que el problema principal para fijar población es la vivienda «porque o no hay o restaurar las viejas es costoso». «Eso provoca que los jóvenes que trabajan en las empresas del pueblo se vayan a vivir a la ciudad», agrega, aunque mantiene la esperanza de «que con lo que ha pasado cambie el chip».
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Ella fue de las que se marchó a Madrid de adolescente y regresó a su pueblo. «Qué suerte que vivas allí, me decían, pero solo tenía tiempo para trabajar», cuenta. Volvió y ahora con 50 años no lo cambiaría. «Lo vemos este verano, ¡cómo se nota que la gente tenía ganas de pueblo!, desde los que poseen segunda residencia hasta los que vienen a ver a sus padres o familiares y se quedan unos días», asegura.
El virus no ha variado la alegría de Marisa, aunque se estremece al recordar «la falta de abrazos». El maldito covid también posee carga emocional.
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