Hace décadas, la publicidad se orientaba a que asumiéramos la gravedad de un incendio forestal. Desde siempre, la gente de esta tierra siente el monte como algo propio. Es lo que les ha ayudado a sobrevivir y salir adelante durante siglos. Por eso duele y desgarra cuando el fuego arrasa el entorno. Las aves sobrevuelan las masas boscosas de Valsaín, La Granja, La Garganta de El Espinar o San Rafael y nos sentimos privilegiados por este legado. Constituir la Reserva de la Biosfera fue un primer paso, al que han de acompañarse nuevas actuaciones que amplíen el grado de su protección. El equilibrio es inestable. Aunque sean causas accidentales las que estén detrás de la catástrofe a la que ahora asistimos, nuevas medidas deberían reducir esa posibilidad a mínimos.
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El calentamiento actual es de gran alcance y entre sus riesgos estructurales están los incendios forestales. Sus consecuencias afectan tanto a la salud de los ciudadanos como al sistema productivo global, más impactante cuanto más cercano sea el origen del desastre. El modelo de desarrollo económico, en especial en su materialización urbanística, ha generado heridas irrecuperables en la riqueza natural, cultural e histórica. Se han de tomar medidas aunque las mismas no tendrán efectos hasta dentro de décadas. Porque cuando un monte se quema, algo tuyo/mío se quema.
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