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alfonso arribas
Segovia
Martes, 14 de mayo 2019, 22:45
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Carlos Piñero y Miguel Oyarzún, componentes de la compañía El Chonchón (Argentina-Chile), rebosaban emoción, nervios y ganas ante su papel de pregoneros de la trigésima tercera edición de Titirimundi y a la hora de plantear la propuesta, dentro de su ya legendaria querencia a la improvisación, tuvieron claro que no cabía otra cosa que un recuerdo a Julio Michel, el fundador del Festival.
Homenaje desde la amistad que les unía y desde el agradecimiento por haber creado y legado esta celebración de la vida, y a ese carro se subieron para destilar el tributo con humor, niebla en los ojos y nudos en la garganta. Una fiesta de la palabra plena de sarcasmo e ironía para vitorear «la entrada en este teatro, por fin, de los títeres de guante, que a él le hubiera encantado».
Compartido el recuerdo, el Festival comenzó su ciclo de funciones en teatros con un gran montaje de Zero en conducta, compañía española con casi una década de existencia y miles de horas de investigación en la mochila artística.
Eh man hé! es según sus creadores una alegoría sobre el movimiento, sobre lo que nos impulsa a la acción y a respirar, quizá a vivir. Más de dos años y medio de trabajo minucioso para ofrecer, recién llegado de su estreno en Lérida la semana pasada, un espectáculo que combina títeres, actores y bailarines donde lo inerte no tiene conciencia de tal, y sobre ese asombroso y progresivo descubrimiento se desliza la obra, plagada de imágenes conmovedoras.
«Es como una película de animación en directo», aseguran sus directores, un trabajo fotograma a fotograma que muestra al público el engranaje; los titiriteros no se esconden, se deja ver la mecánica, y todo el conjunto es lo que convierte este trabajo en singular.
Pero antes de las galas, Titirimundi ya había sembrado por toda la ciudad las primeras semillas de la edición, en un día soleado, caluroso, perfecto para el disfrute del público local y sobre todo escolar. Más de un centenar de alumnos de los centros segovianos Fray Juan de la Cruz, Diego de Colmenares y Villalpando estrenaron las funciones escolares en San Nicolás, encantados con Peloloco, la propuesta de Mimaia (España). Se trata de una versión libre de un relato de Giovanni Verga en la que se ha atenuado el acento trágico y se ha reforzado el lírico y el didáctico para contar la historia de un niño sumido en la oscuridad que quería ver por primera vez la luna.
Como el anterior trabajo que se pudo ver en el festival a cargo de esta compañía, un montaje delicado, con una gran capacidad para conectar con el público infantil y una sorprendente escenografía que resulta esencial.
Y también la calle empezó a coleccionar espectadores. Por la mañana, en una plaza de San Martín sin aglomeraciones, fue el turno de los mexicanos Saltimbanqui. Por la tarde, ya con bastante más público, las delicadas marionetas de Di Filippo (Italia-Australia), fabricadas por la propia compañía. Su montaje es un desfile de títeres de hilo que bailan y actúan al son de músicas diferentes, estableciendo un curioso juego de roles con sus manipuladores.
A partir de este arranque, con funciones muy contadas, el festival depara jornadas intensas con decenas de sesiones en teatros, patios y plazas; talleres y representaciones sociales, un aspecto cada vez más subrayado por la organización.
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