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Mercedes Herrero, presidenta de la Asociación (cuarta por la izquierda) posa junto a otras componentes de la directiva. Antonio Tanarro
El salto de las amas de casa segovianas

El salto de las amas de casa segovianas

La asociación, con 400 socias en Segovia capital y alrededor de 4.000 en toda la provincia, ha superado ya el medio siglo

Luis javier gonzález

Segovia

Lunes, 18 de marzo 2019, 19:21

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El nombre de la Asociación de Amas de Casa y Consumidores María del Salto responde a una leyenda del siglo XIII. En 1237, una mujer cristiana acusó a otra judía de haber cometido adulterio con su marido. Los jueces condenaron a la acusada a morir despeñada. La judía, que proclamaba su inocencia, fue atada y despojada de sus ropas, excepto de una camisa. Dice el relato que, perdida y sin esperanza, decidió encomendarse a la Virgen María. A continuación fue arrojada al vacío, pero no sufrió daño alguno en la caída, como aseguraron comprobar los numerosos cristianos, judíos y musulmanes que se habían congregado para asistir a la ejecución. La asociación, fundada en 1967, cumplió 52 años el pasado 22 de febrero. Surgió a partir de la Sección Femenina en la recta final del franquismo. «En aquella época, las mujeres nada más estaban para la casa, para cuidar a los niños, los maridos y hacer la compra», resume la presidenta de la asociación, Mercedes Herrero. El gen partió de un taller de costura, con mantelitos de punto segovianos, y así nació la primera junta directiva, con María Dolores Cuenca, la socia número uno, al frente. «Nos enseñaban a coser, nos daban educación, disciplina, compañerismo…».

El primer domicilio social del grupo fue en la calle Infanta Isabel, en un edificio frente al bar El Sitio que tenía unos escalones de mármol presentados en forma redonda. La oficia se trasladó al poco tiempo al bloque 2 de la calle Taray, donde echó raíces y se ha desarrollado durante la mayor parte de su existencia. La zona, junto al exterior multicolor de la escuela de la Aneja, la aledaña a la plaza de Colmenares y a los restos de la Escuela de Magisterio, es un privilegio visual. Entonces había secretaria y un local amplio, refugiado en un grupo de bloques con personalidad propia y de acceso aún hoy complicado. «Era un local bastante grande que tenía un sol y una vista maravillosa al Parral y Zamarramala», señala Mercedes. Como en los edificios antiguos, cocina y baño estaban juntos, apenas separados por una cortina. Y en unos bloques que eran como una ciudad en miniatura. «Eran unas viviendas que se vendieron muy fácilmente porque eran baratas y estaban en muy buen sitio, en el mismo centro de Segovia. Había familias de todos los tipos» Las escaleras, entonces de hierro, pasan de un lado a otro de los bloques. «Es otro mundo. Las escaleras eran peligrosas, sobre todo cuando helaba», subraya. La asociación se trasladó en 2013 a la avenida del Acueducto (número 27, 2ºB) pero aún sobrevive su cartel y timbre del segundo piso del Bloque 2 de Taray.

Mercedes, de 71 años, recuerda su niñez y adolescencia en los años sesenta del siglo pasado en una familia extensa, con sus padres, su abuela y tres hermanos. Cuando el colectivo echó a andar, ella ya trabajaba en la radio y así conoció a la fundadora, que era delegada de Turismo en la plaza San Facundo. Era Dolores Cuenca quien debía sellar la publicidad para que pudiera ser radiada. Así se hizo socia. Hubo unos años en los que no pudo pagar su cuota porque los cobradores no hacían ruta, pero volvió al colectivo que preside desde hace nueve años y que renovará mañana su junta directiva en su asamblea. «Nos adaptábamos muy bien a todo lo que pasaba, no éramos exigentes. Era una vida muy diferente».

Teresa Mozo vivía entonces con sus padres, labradores, y su hermano en Veganzones. «Recuerdo esa época con muchísimo cariño, no se la cambiaría por nada a los jóvenes de ahora, porque a pesar de no tener nada éramos felices y salíamos a la calle con toda la libertad del mundo». Ella, que ordeñaba las vacas con una banqueta y se ajustaba el delantal como podía, cosió aquellos manteles, los llevaba allí y se volvía con un par de pesetas en el bolsillo. Empezó a estudiar con 14 años –el primer año sacó dos cursos– y conoció a Dolores porque era su profesora de Historia. «Una mujer encantadora, súper activa, enseñaba de maravilla. Y a la vez, recta y con su disciplina. No se la movía nadie».

La vida de sus abuelas fue muy austera; su cocina estaba en el suelo y cocían el puchero con la leña colocada entre dos morillos. Después vino una cocina de hierro, aunque fuese antigua. «Nos calentábamos los pies con un ladrillo que se calentaba en el horno o nos bañaban en un barreño en la cocina». ¿Eran las cosas más difíciles para una mujer en el pueblo que en la ciudad? Teresa, de 66 años, responde: «Eran distintas. La mujer del pueblo trabaja mucho y ya desde primavera tenía que ir al campo a escardar, segar… Desde mayo hasta septiembre era muy duro. En invierno iban a sembrar los hombres, pero siempre había vacas o gallinas para poder subsistir». Recuerda que su madre acompañaba a su padre al campo, pero sonríe al señalar que este no hacía «prácticamente nada» en casa. Tampoco su hermano. Su legado es distinto y presume de tres hijos «que hacen de todo» porque ella les ha enseñado.

A su manera, Dolores era una activista que captaba socias para lo que entonces era «lo de las amas de casa» en sus rutas repartiendo pescado. «Es una mujer muy educada y era muy persuasiva. Se ponía a hablar contigo y te ganaba. Lo explicaba como que las mujeres teníamos que empezar a salir un poco de nuestra casa, a sabernos ganar la sociedad, la vida y un lugar en la familia», resume Mercedes. Y eso en una época en la que el consentimiento del marido era imprescindible para firmar un contrato o era socialmente rechazable que una mujer entrase sola a un bar. «En la ciudad, la vida había evolucionado. Ya salíamos más con amigos, había discotecas…». Teresa recuerda el salón de baile de Veganzones –estaba prohibido entrar hasta los 18 años, como bien recordaba un hombre con su vara cuando alguien transgredía la norma– y lamenta los roles sociales de la época. «Los chicos podían pedir baile a la chica que ellos querían. Nosotras teníamos que esperar y muchas veces te ibas a casa con las ganas porque el que querías no te había dicho nada». La dinámica también se repetía en las discotecas.

Dolores definió a ese grupo de pioneras como «arriesgadas». ¿Cuáles eran esos riesgos? «Enfrentarse a muchos tabús. Que la mujer saliera de casa, se reuniera, pudiera salir de viaje… El riesgo que tomaron fue sacar a la mujer del entorno del hogar», reivindica Mercedes recordando una época donde la igualdad efectiva estaba a una distancia sideral y las empresas preguntaban a una mujer recién casada si pensaba tener hijos pronto. Ambas desgranan testimonios de un tiempo donde consideran que había menos violencia de género que en la actualidad. «Los jóvenes viven una vida con demasiada libertad. Que la libertad me parece bien, es un don para todas las personas, pero otra cosa es el libertinaje y el acoso a la mujer», apunta Mercedes Herrero, quien llama la atención sobre la droga y la bebida como origen de situaciones desagradables. «No me gusta cómo muchos de los jóvenes se desligan de la familia. Unos se independizan más tarde y otros lo hacen demasiado pronto». La presidenta habla de excesos y lamenta profundamente el maltrato.

El colectivo, que tiene en la actualidad 400 socias en la ciudad y unas 4.000 en la provincia, tiene pendiente una mayor implantación digital. Elaboran unos boletines trimensuales en los que informan de las actividades. No hay auxiliares, así que son ellas quienes se encargan de atender el teléfono y las visitas de las asociadas. Organizan comidas o viajes culturales; los más recientes, a Sotosalbos, Pelayos del Arroyo o una visita a un musical en Madrid, en dos días distintos por la alta demanda. «Tenemos un colectivo de socias que nos acompañan en todo», agradece la presidenta. Hay conferencias cada semana en la residencia Emperador Teodosio con ponentes de todo tipo. El último que guardan con mejor recuerdo es un recorrido por la Segovia de los siglos XV y XVI.

Asociadas más jóvenes

La asociación se muestra satisfecha con uno de sus retos, que es lograr más asociadas jóvenes, en torno a unos 50 años. «Para asistir a estas cosas tienen que estar libres del mundo laboral. Y aun así, muchas veces las abuelas no podemos ir», señala Mercedes. El método de captación es el de los orígenes: el boca a boca es irremplazable. Agradece la consideración de las autoridades y de todos los partidos políticos. «Nosotros nos valemos de las cuotas de las asociadas (17 euros anuales)». El sacrificio personal de las responsables y la reducción de gastos –un alquiler asequible o encargarse ellas mismas de las labores de limpieza– hacen que el proyecto sea costeable.

Mercedes repasa su década al frente de la directiva, que se renovará mañana martes. «Para mí lo más importante es haber conocido a tantas personas que han merecido la pena». Teresa, que lleva unos 15 años como socia, coincide en esta idea: «Relacionarte con gente muy diversa, escuchar muchas opiniones y aprender de todo el mundo». El colectivo reivindica como ama de casa que la igualdad sea efectiva. «Que la mujer esté valorada dentro y fuera de casa. Afortunadamente, se está valorando, que ya era hora», resume la presidenta.

Y lanzan un mensaje. «Hay mujeres que están muy aparcadas en la vida del hogar, enclavadas en la casa, y no tienen esas perspectiva de salir y relacionarse. Tienen que tener un hueco para expansión que nosotras brindamos», apunta la presidenta, quien pide a las mujeres que no repliquen los viejos patrones de ser ellas quienes asuman íntegramente las labores domésticas o eduquen a sus hijas de forma distinta. «Que salgan de su casa, aunque sea para intercambiar una receta», subrayan. «Y que eduquen a sus hijos e hijas exactamente igual», enfatiza Teresa, que aún recuerda cómo su hermano dormía la siesta mientras ella fregaba los cacharros: «Que en casa seamos todos iguales».

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