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Margarita Cerezo, en la escalinata de la calle Gascos, donde vivió en el número 11. Óscar Costa

«Pasamos de estar a ocho metros de los arcos del Acueducto a vernos en un foso»

Margarita Cerezo rememora su infancia en la calle Gascos de segovia y cómo expropiaron a su padre el número 11 cinco años después de construirlo

Domingo, 29 de septiembre 2019, 19:48

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Margarita Cerezo pasó su infancia, adolescencia y buena parte de su juventud en una calle que desembocaba en el Acueducto. «Era muy bonito». Esta mujer, de 78 años, nació en 1941. Su padre, Santos Cerezo, era propietario del número 11. Eran seis viviendas; a tres se accedía por el callejón de Gascos y a otras tres, por la calle. Esa casa fue reconstruida en 1957, cuatro años antes del expediente de expropiación. En 1962 fue convocado por el BOE, así que el edificio apenas aguantó un lustro en pie. Disconforme con el justiprecio, Santos consiguió algún dinero que para nada compensó su inversión. Después del derribo del número 11, construyó otro bloque en la propia calle.

Santos tenía una lechería en Gascos. Lo que ahora es una urbanización reciente acogía en la primera mitad del siglo XX una huerta con un negocio de vaquería. Aquellas viviendas del número 11 acogían a dos cuñadas de Santos, un primo suyo, dos mujeres que trabajan como telefonistas, una mujer casada con un futbolista y un capitán militar con su esposa. El propio Santos vivía allí antes de nacer su hija, pero se mudó después a la huerta, en el número 8. Incluso el hermano de Margarita llegó a habitar nada más casarse una de las viviendas renovadas.

Margarita, que fue profesora de francés, cree que el proyecto empeoró el panorama. «Creo que fue un craso error. Era un entorno muy bonito, el callejón de Gascos siempre estaba lleno de pintores. Las vistas del Acueducto desde allí eran muy bonitas». Recuerda un taller de guarnicionería en el callejón. «Eran pocos vecinos, hoy hay muchos más que entonces». Vivió allí 'La Michelina', que recauchutaba ruedas. «Recuerdo cómo se las tiraban los camioneros desde el petril de arriba». Habría una trapería, propiedad de unas vallisoletanas; una de ellas era la mujer del torero Fernando Domínguez. El número uno lo habitaban una viuda y sus hijas –las 'mochetas'–, que regentaban una taberna. Entre el callejón y San Juan había otro bar, el Metro. «Estaba muy concurrido siempre. Realmente bajabas cuatro escalones y parecía que ibas a entrar al metro».

Ella recuerda su infancia y lo cerca que le pillaba, por ejemplo, el instituto. «Como teníamos una huerta muy amplia, jugábamos aquí y mis amiguitas venían». Todo cambió drásticamente. «Fue pasar de estar a ocho metros de los arcos a vernos hundidos en un foso. Antes era una maravilla y dejó de serlo». Habla de un escenario más desagradable. «En aquel edificio yo pintaba y me recuerdo casi metida en los arcos. Todo eso se perdió».

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