Segovia
Los padres piden enfermeros en los colegios para dolencias crónicas y emergenciasReivindican la figura para atender casos de epilepsia, alergias o atragantamiento, una tarea que hasta ahora recae en los docentes
Los padres segovianos reivindican la figura de un enfermero escolar para ahuyentar el escenario de que haya una emergencia en el colegio y no haya ... quien la sofoque. Es una preocupación que ondea en cada familia, desde un atragantamiento a una mala caída, pero que preside la vida de alumnos con problemas crónicos como la diabetes, amenazas que ya han constatado como alergias —desde alimenticias o a picaduras de avispa— o ataques epilépticos. A falta de personal sanitario, son estos progenitores los que toman una postura proactiva para adelantarse a los acontecimientos y dan al centro una guía de qué hacer para ante una crisis sobrevenida.
Es una tarea a la que ayuda la buena fe de los profesores, más por vocación que por competencia, pues intervenir, ya sea poner una inyección de adrenalina o de insulina, supone un riesgo. Y no son enfermeros: bastante trabajo hay en un aula con 20 estudiantes como para, además, estar pendiente del nivel de azúcar en sangre o de que no se metan nada en la boca. Por eso los padres piden una plaza en todos los centros para atender lo crónico, las emergencias y dar educación sanitaria, ya sea sexual o prevención contra las drogas. Y hacerlo con unas condiciones laborales atractivas para el gremio.
«Mucha gente trae enfermedades en su mochila y tiene que seguir haciendo su vida sin estar marcada», relata Sara San Juan, con un hijo diabético de trece años. Subraya que la enfermedad requiere una vigilancia 24 horas para mantener estable el nivel de azúcar en sangre y evitar los extremos: la pájara de la hipoglucemia y los efectos del exceso de insulina en la vista, el riñón o dolores musculares. «La que no te pone tu páncreas la tienes que poner desde fuera», resume.
«Mucha gente trae enfermedades en su mochila y tiene que seguir haciendo su vida sin estar marcada»
Sara San Juan
Madre de un hijo diabético
Un cálculo del que dependen múltiples factores, desde los hidratos de carbono consumidos al esfuerzo particular de ese día, ya sea físico o cognitivo. Cuando llega una «pájara», una situación de emergencia, hay que inyectar azúcar para recuperar. «No puedes esperar; si no, se desmaya». Así las cosas, cuando su hijo empezó en el colegio, ella dejó de trabajar y pidió una prestación para cuidado de hijos con enfermedad grave. «Le dejaba ahí, con su desayuno dado y su insulina puesta, con los dedos cruzados, y volvía a los 45 minutos a ver cómo estaba». O cuando avisaban desde el colegio: «Le vemos que está muy parado, vente a controlarle».
Porque cualquier desviación respecto a un día normal altera la dosis. «Si hacen más deporte del que tú tienes planificado, tienes que darle más alimento; si van de excursión y está emocionado, tienes que bajarle. Esto te requiere estar todo el día pendiente porque los profesores no pueden estar mirando si sube o baja su azúcar con otros 17 en clase». Cuatro o cinco visitas diarias al centro. Ella vive a escasos 200 metros del colegio, pero otros padres no lo tienen tan fácil. «Tienes que estar a cinco minutos, si no, se te desmaya. Y cuando le das el remonte, te tienes que quedar cuarto de hora a ver si le ha ido bien».
El colegio hasta puso una pequeña mesa para ella en un pasillo. «Hay familias que no pueden coger esa prestación. Conozco muchas que estaban progresando laboralmente, llevaban diez años trabajando para una plaza en la universidad, y no podían parar. O monoparentales. O gente que no es su opción, es una disrupción, tú eres una figura rara en un centro educativo. Cuando son más pequeños, lo aceptan mejor; pero cuando crecen, ya no te quieren ver por allí».
Tratamientos complejos
Su situación mejoró con una bomba de insulina, un dispositivo del tamaño de un MP3 que garantiza un flujo continuo a través de un catéter. «El problema es que no hay para todos los niños. En el instituto de mi hijo hay niños que la necesitan y no la tienen». Un mecanismo de unos 5.000 euros que la Junta, que cubre los gastos, otorga según criterios médicos. «Si no, la insulina hay que ponerla. Hay niños que se manejan y otros que no».
Los niños 'debutan' a diferentes edades, desde infantil a secundaria, y la complejidad del tratamiento requiere al menos un año de adaptación. «O se les mezcla con cuestiones estéticas, problemas alimenticios… No quieren que los vean pincharse. O no quieren ver al padre por allí. Si hubiera una figura en los centros, ayudaría a esos niños y a otros muchos».
La ratio de diabetes, aproximadamente un niño cada 350, va bajando. Hay hasta bebés. Y otros que, en la práctica, atienden los hermanos. San Juan cuenta un ejemplo de una niña de diez años que supervisa a su hermana de siete. «He visto a un niño con un ataque de epilepsia y el director poniéndole en posición de seguridad para que no se hiciese daño. Hay que tener cuajo. Jobar, eso no lo tendría que estar haciendo el director».
Ariadna, la hija de 11 años de Marta Sanz, también lleva bomba de insulina. Y un móvil —los profesores permiten en su caso esa excepción— donde recibe las instrucciones de su madre, que es quien interpreta los datos del nivel de azúcar en sangre que aporta el dispositivo. «Es un control muy riguroso. La tengo que decir cuántos gramos de insulina se tiene que meter, cuánto tiempo tiene que esperar. En una excursión tenemos que dejar de trabajar para ir con ella».
Supervisión
Una supervisión que choca con su autonomía. «Ahora que es más mayor, vamos a ir dándola más independencia, vamos a ir confiando», asegura. Ella pone de su parte con una charla que ha dado a los profesores, dejando en el colegio una inyección de glucagón ante una inconsciencia o pidiendo adaptaciones. «Si tiene una bajada, tiene que dejar de hacer el examen». La niña lleva a clase en Segovia una riñonera con un medidor o pastilla de glucosa.
Los niños 'debutan' a diferentes edades, desde infantil a secundaria, y la complejidad del tratamiento requiere al menos un año de adaptación
Esta madre tiene tarea doble, pues Noa, su hija de siete años, es alérgica a los frutos secos, miel, pescados o mariscos. «Me da miedo coger el servicio de comedor, afortunadamente la puedo dar la comida en casa». Ha explicado el problema a otros padres y al claustro —hace tres años fue la pediatra a dar una charla—, pero lleva siempre una inyección de adrenalina. «Habría que pinchársela, hay que tener sangre para hacerlo».
Por ahora, no ha hecho falta. «Ella sabe lo que no tiene que comer, pero desde el colegio hacen alguna actividad o reparten bolsas... Algún compañero le ha ofrecido algo; ella está concienciada y dice que no, pero puede pasar». Ese miedo con el que convive cada día. «Cuando me llaman del cole siempre pienso, ay, que no haya pasado nada», señala.
La Junta autoriza una docena de sanitarios para alumnos que lo han solicitado
El procedimiento para autorizar la contratación de personal sanitario en un centro educativo público dependiente de la Junta de Castilla y León requiere el estudio previo de cada uno de los casos de alumnos que precisen este servicio. Los padres deben solicitarlo al centro y aportar un informe médico con el tratamiento que precisa, tanto farmacológico como no farmacológico. Una vez presentada esta documentación, es analizada por la Comisión Sociosanitaria de la Consejería de Educación, que debe autorizar la contratación.
En este momento, en la provincia de Segovia ya está autorizada la figura del enfermero en los siguientes doce centros educativos para atender casos de alumnos con estas necesidades: los IES de La Albuera, María Moliner, Marqués de Lozoya (Cuéllar) Y María Zambrano (El Espinar), los CEIP de El Peñascal Arcipreste de Hita (El Espinar), Marqués del Arco (San Cristóbal), Agapito Marazuela (La Granja de San Ildefonso), Teodosio el Grande (Coca) y Santa Clara (Cuéllar), más los centros rurales de El Olmar (Olombrada) y Los Almendros (La Lastrilla).
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