Borrar
Santiago Martínez Caballero, junto al Acueducto. Antonio Tanarro
El misterio de los 36 arcos del Acueducto de Segovia del arquitecto Escobedo

El misterio de los 36 arcos del Acueducto de Segovia del arquitecto Escobedo

La obra, un premio de los Reyes Católicos, es posterior a una supuesta destrucción por parte de los musulmanes y despertó críticas por desviarse del original romano

luis javier gonzález

Domingo, 14 de abril 2019, 16:44

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Juan de Escobedo, un jerónimo del Monasterio de El Parral, quedó inmortalizado en el callejero segoviano como arquitecto de una de las principales rehabilitaciones del Acueducto. Fueron 36 arcos, desde San Francisco hasta Almira, que esconden aún muchos misterios. No hay verdad científica sobre por qué se deterioró esa zona, si fue un sabotaje de los musulmanes o el simple e inexorable paso del tiempo. En todo caso, fue un premio a la ciudad por su apoyo a los Reyes Católicos y por ser la primera urbe castellana en proclamar a Isabel. Hoy, en la calle del Arquitecto Escobedo, una simple salida de la plaza de El Salvador, apenas destaca la sede del PSOE, pero sobre sus escasos metros subyace una historia milenaria.

El arqueólog, conservador y director del Museo Provincial, Santiago Martínez Caballero, publicó en 2012 'El Acueducto de Segovia, de Trajano al siglo XXI'. Explica que el coste de aquella obra, desarrollada entre 1483 y 1489 y que ascendía a 2.343,371 maravedíes, fue importante para la época y se financió con impuestos. «Fue por una cuestión operativa y pragmática de abastecimiento del agua en Segovia, pero también por propaganda política. Gran parte de la nobleza y burguesía había apoyado la proclamación y tenían que ser correspondidas de alguna manera».

En 'El Acueducto de Segovia', Alonso Zamora habla de la hipotética destrucción de muchos arcos por los musulmanes, en 1071, para cortar el abastecimiento a la ciudad. Apunta, sin embargo, a un hecho –una información que aporta a principios del siglo XVI el historiador Luis Mármol– de difícil prueba fehaciente. «No es algo muy corroborado, pero los 36 arcos que él cita coinciden con la restauración de Escobedo», ahonda Martínez. Los historiadores locales explicaban la presencia de numerosos bloques del mismo tipo que los usados en el Acueducto en casi todos los basamentos de las murallas. Serían los despojos de la destrucción de Al-Mamún, rey de Toledo, en un sitio a Segovia, aprovechados después por Alfonso VI para reconstruir la ciudad.

«No hay pruebas sobre por qué se deterioró esa zona, si fue un sabotaje de los musulmanes o el simple paso del tiempo»

Es una hipótesis dudable, sugiere un libro de Alonso Zamora. Y lo argumenta en que la cantidad de bloques reaprovechados para la muralla es muy elevada, lo que obligaría a pensar en una obra destruida de gran tamaño. «Parece excesivo aprovechamiento». Los sillares de los muros han de proceder de otras construcciones romanas en el casco urbano reaprovechadas por visigodos o árabes, concluye. Además, los arcos caídos fueron reconstruidos en muchos casos con sus propias dovelas. El libro apunta como causa al deterioro progresivo de una zona cuya menor altura facilitaba la manipulación de los primitivos canales, que necesitaban reformas casi constantes, a menudo realizadas con madera. Las pérdidas de agua y las numerosas cerbatanas o tomas incontroladas, unidas a las duras heladas, fueron «un elemento muy notable de capacidad erosiva».

El diagnóstico era claro. Hay documentos que hablan de zonas muy deterioradas o arcos caídos y que el canal superior había desaparecido. Como explica el arqueólogo en su libro, tras recibir una solicitud del consejo de Segovia para que fuera restaurado, los reyes otorgaron una cédula real en 1483 nombrando a Fray Pedro de Mesa, prior del monasterio jerónimo del Parral, para que redactase un informe del estado del Acueducto, pues existían importantes problemas de suministro. La obra en piedra estaba sustituida por elementos de madera, gastada y podrida en algunos tramos de las arcadas destruidas. La cacera, descubierta en la mayor parte de su recorrido fuera de la ciudad, estaba deteriorada por el paso del ganado y otras manipulaciones. El agua, por las heladas y los escapes, dañaba la estructura. Los transeúntes podían verse alcanzados por los desprendimientos o incluso la caída de carámbanos.

Canal a cielo abierto

En los 16 kilómetros que tiene desde su captación hasta Segovia, el bimilenario monumento era, antes de los Reyes Católicos, un canal a cielo abierto. «Había deterioros en el canal extraurbano y en la ciudad, como había muchas casas adosadas al Acueducto, había muchas captaciones irregulares que no conocían las autoridades [había que pagar impuestos]. Al mismo tiempo, había otras zonas deterioradas que no se habían restaurado. Eso llevó a que su estado fuera bastante lamentable. Si bien llegaba agua a la zona de la ciudad medieval, en la zona del Alcázar [el punto de abastecimiento del Palacio Real] llegaba muy poquita y eso no gustaba a la monarquía. A medida que llegaba al centro de la ciudad, el caudal era mucho menor», apunta Martínez Caballero.

Gómez de Somorrostro transcribía un fragmento en los Libros de Cuentas de 1484 que plasma el diagnóstico: «Para faser canales de piedra cárdena…» «porque muchas de las canales, que fasta aquí tenían, era de madera, y de ellas podridas y gastadas, y cada año se gastaban en ellas muchos dineros y non podían durar, por cuento el agua las podría y gastaba, y mucha del agua se perdía y non entraba a la dicha ciudad, salvo poco, y que non podía bastecerla; por lo cual se acordó que se fisiesen de piedra».

Los Reyes Católicos reconstruyeron las partes de las canalizaciones que estaban deterioradas y comenzaron la cubierta del canal extraurbano; después será la reina Doña Juana la que acometa la cubierta del canal en la propia ciudad. Se restauró el azud y la cacera, colocándose desde la periferia de la ciudad un canal en bloques de granito machihembrado, asentándose con betún, que sustituyó a la madera. Se empezó a cubrir la cacera en las Aceñuelas, entre las arcas de Santo Domingo y San Gabriel, también reparadas. Se construyeron las arcadas simples que estabas destruidas, en las actuales calles Cañuelos y Almira. Se colocó la nueva cacera sobre las arquerías, en sillares de granito, sentados con betún, protegida por un muro de mampostería, el conservado en la actualidad. Se restauraron las arcas en que el agua desarenaba dentro de la ciudad y se limpió el canal urbano. Se utilizó piedra de época romana y otras talladas de nuevo en canteras. Procedieron de zonas a las que ya recurrieron los romanos como Ortigosa del Monte, La Granja y zonas como San Lorenzo.

Pedro de Mesa fue el primer administrador de estas importantes obras, probablemente las primeras que afectan a toda la conducción. Lideró la comisión encargada del proyecto hasta su fallecimiento y fue sustituido por Gonzalo de Frías. La dirección técnica fue para Escobedo. En esos mismos trabajos se destruyeron también muchas de las antiguas salidas y arquetas para ordenar un conjunto que debía ser «bastante caótico» aunque «tales limpiezas nos hayan privado, a buen seguro, de gran cantidad de datos», concluye el libro de Alonso Zamora. Lo corrobora Martínez Caballero: «De ese momento hay muy poquita información, no sabemos dónde estaban las tomas que llegaban a las fuentes de Segovia».

No fue la única reforma de un monumento vivo a lo largo del tiempo. «En el Archivo Municipal se conservan diversos documentos en los que se habla continuamente de restauraciones en las arcadas del Acueducto. Hay muchísimos arcos, del 1 al 49, que son una mezcla absoluta de rehechos durante 400 años», apunta el arqueólogo. En 1868 hubo una restauración importante de algunos de los arcos restaurados en el siglo XV –en torno a una decena– porque se habían deteriorado, la última gran rehabilitación hasta nuestros días. Daniel Crespo Delgado relata en 'Historia de la conservación patrimonial de la ingeniería civil en España' cómo Carlos IV ordena derribar entre 1803 y 1806 varias casas adosadas a los pilares casi en el Azoguejo. A pesar de los derribos, los edificios del arrabal seguían estando demasiado cercanos al Acueducto, creando un espacio apiñado. El tránsito de personas, caballerías y vehículos seguía provocando incidentes y bloqueos.

En 1835, el arquitecto municipal Juan José de Alzaga criticó a Esobedo, que usó arcos apuntados y no los habituales de medio punto romanos, por no seguir la digna construcción del original. Lo explica Martín Caballero: «La obra romana, desde el arco 49 hasta el Azoquejo, está hecha con grandes sillares unidos sin argamasa. El relleno entre arco y arco en los Reyes Católicos no es macizo, es un revestimiento de piezas de granito». Es revelador que la admirada intervención de Escobedo durante la época de los Reyes Católicos fuera después censurada. «Todo lo que no remitiese a la estructura originaria se rechazaba. La vida del monumento se reducía a su momento de mayor esplendor o al considerado más significativo», concluye el libro de Daniel Crespo.

En una acuarela de Martín Rico, conservada en el Museo del Prado, se representa parte del sector de arcadas anterior a la curva de San Francisco, con al menos un arco tapiado. Es la única imagen que evoca al estado de este tramo en el que desemboca la calle a la que hoy da nombre Escobedo. Antonio Ortiz, maestro fontanero de la ciudad, presentó un informe en 1820 sobre el mal estado de estos arcos del Acueducto frente a la Concepción. Otro erudito nacional como José María Quadrado pidió en 1865 eliminar la «fealdad» de los arcos tapiados

2.200 escudos

El Ayuntamiento de Segovia destinó 2.200 escudos en 1866 para reparar el Acueducto y la Comisión Provincial presentó un proyecto que ascendía a 15.203. Fue un proyecto integral que pretendía eliminar los elementos que ponían en riesgo su pervivencia y los indignos de su monumentalidad; acabar con los alambres de línea telegráfica, cubrir la cacera con losas de granito, limitar el paso de carruajes, eliminar las casetas militares y reconstruir los cuatro arcos tapiados «y algunos más». La reconstrucción supuso un tercio del presupuesto total de la obra, que terminó en la primavera de 1869. El arquitecto municipal Perier puso una inscripción en los arcos rehechos, colocada por iniciativa propia por el sobrestante de las obras, Basilio Hidalgo. El alcalde decidió borrar el segundo renglón, «siglo XIX», y dejó el año en números romanos. No hubo rastro, pues, del nombre del restaurador. «Podría decirse que el Acueducto parece estar empeñado en rechazar cualquier firma que pueda perdurar sobre sus piedras», concluye el libro de Alonso Zamora. Escobedo tendrá que conformarse con una calle.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios