Un momento de la cata. Mariano

Haberlas, haylas: La viña imposible

Adega Alguiera y Villena, la armonía de la mesa redonda

carlos iserte

Segovia

Domingo, 17 de noviembre 2019, 14:15

Adolfo Domínguez acuñó desde Orense la famosa frase, «la arruga es bella». Y ahora, a poco más de 30 kilómetros donde nació el diseñador gallego, pero en Lugo, Adega Algueira reformatea el mundo de la godello y la convierte en una expresión imborrable, al mismo tiempo que nos recuerda la potente mineralidad de la viña imposible donde nace: en las pendientes de 80 grados de inclinación que bañan las aguas del Sil.

Publicidad

De ahí que Fernando González Riveiro (no está mal el apellido maternal para un viticultor que ama la godello, aunque su antroponimia le salva porque es con uve), el romántico viñerón que cuida y trepa por los bancales para obtener lo mejor de la cepa, llame a este godello Escalada, que en su añada 2017, con sutiles toques de madera francesa, se fusionó a la perfección con un rape que el estrellado Villena llevó a la mesa para demostrar que su nuevo chef, Antonio Canales, bregado en los fogones de Pepe Rodríguez (El Bohío), Manolo de la Osa (Las Rejas) o Joan Roca (Can Roca), sabe lo que lleva entre sartenes y cacerolas: magia culinaria que justifica más que de sobra su pertenencia al selecto club Michelin.

Pero la cosa empezó con un coupage de godello, albariño y treixadura que supo acompañar y aguantar el envite de un trampantojo de mejillón sobre concha de pan soplado. Cortezada 2018, nombre de la referencia, también maridó sin ninguna arista gustativa con la crema de calabaza, brandada de bacalao y naranja que las cocinas del antiguo convento de Los Capuchinos supo dotar del cítrico idóneo para que la acertada acidez del Cortezada envolviera todos los sabores en boca.

Faltaba la carne y el último vino, que dado su acompañante no podía ser otro que un tinto, tan esperado como fallido. La carrillera, abundante, estaba bañada y estofada en vino de la Ribera Sacra, aunque la cata de Fincas 2015, un ensamblaje de las castas tintas autóctonas caiño y sousón, la dejo pendiente para otra ocasión más propicia y favorable.

Ahora entendemos por qué los vinos (curioso que los blancos tuvieran más grado que el tinto) que Algueira llevó a la mesa de los Otoños Enológicos de la Fundación Caja Rural no se adquieren en tienda por menos de 20 euros. Y es que, quien vinifica con pasión y mima la viña buscando el hecho diferencial por encima del productivo, es justo, obligado y equitativo reconocer su exclusividad. ¿O acaso alguien vendería un Picasso al precio de un Saura? Pues eso.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3€ primer mes

Publicidad