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Don Eulogio, a la derecha, con un paisano. Foto cedida por el Centro de Interpretación del Folklore (San Pedro de Gaíllos)
Don Eulogio, el Poeta de la Sierra

Don Eulogio, el Poeta de la Sierra

Arcones recuerda este sábado a su querido párroco, de cuya muerte se cumplen cien años

Carlos Álvaro

Segovia

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Viernes, 18 de enero 2019, 22:36

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Agosto de 1917. A la caída de la tarde, Eulogio Moreno y José Rodao parten en dirección a la sierra, abriéndose paso entre hondonadas atestadas de tomillo, manzanilla y madreselva. Caminan ligeros, y cuando las sombras se apoderan del campo y la luna comienza a elevarse sobre los picos de La Cebollera, emprenden el regreso a la aldea, a la que llegan ya de noche, cuando el silencio reina en las calles, roto por el ladrido de los perros.

Arcones recuerda este sábado, con un sentido y emocionado acto organizado por el Ayuntamiento en colaboración con la Asociación Cultural La Cachucha, la figura de Eulogio Moreno, quien fuera párroco de la localidad entre 1897 y 1919. A las doce del mediodía, habrá una misa en la iglesia de San Miguel, su iglesia, y después se leerán poemas, sus poemas, en el cementerio, delante de la fosa donde descansa. El Ayuntamiento descubrirá una placa conmemorativa en el mismo camposanto. Habrán pasado justo cien años de la muerte de este hombre que los vecinos adoraron. Víctima de una enfermedad fulminante, el sacerdote falleció el 19 de enero de 1919. Su amigo Rodao lo llamaba el Poeta de la Sierra, el Cantor de La Berrocosa. Don Eulogio, que estaba a punto de cumplir cincuenta y un años, murió como vivió, con discreción y sencillez, sin hacer ruido.

La noticia se abre paso en la prensa de la época entre las informaciones que las agencias envían desde Versalles, donde acaba de empezar la Conferencia de Paz que ha de determinar el nuevo orden mundial tras la victoria de los aliados en la Gran Guerra. La consternación es absoluta, no solo en Arcones y los pueblos de alrededor, sino en toda la provincia. Como sacerdote, Eulogio Moreno había sabido ganarse el respeto y el cariño de sus feligreses, que encontraron en él sanos consejos, frases alentadoras e incluso ayuda material. Era un hombre desprendido, generoso, y ponía especial cuidado de que sus muchas obras caritativas quedaran en el anonimato. Huyó de vanidades y exhibiciones mundanas y fue modesto, piadoso y cristiano. Como poeta, brilló en el panorama de las letras segovianas. Inspirado en la poesía de José María Gabriel y Galán (1870-1905), en las páginas de El Adelantado de Segovia dejó innumerables testimonios de su amor a la sierra, a la naturaleza y a la tierra que lo vio nacer.

Eulogio Moreno Pascual nació el 11 de marzo de 1868 en San Pedro de Gaíllos. Con once años ingresó en el seminario y en 1897 tomó posesión de su plaza en la parroquia de Arcones, tan cercana a su pueblo natal, donde permanecería veintidós años, hasta su muerte. En 1901 fue nombrado misionero apostólico y obtuvo licencia para leer libros prohibidos. A finales de la primera década del siglo, ya era un hombre muy popular en toda la provincia porque publicaba sus poemas en la Página Literaria de El Adelantado, que dirigía el poeta José Rodao. Sus versos eran fáciles de leer y llegaban a lo más profundo del alma. Unos eran de gran religiosidad y otros, de vivo amor al paisaje y a las gentes de la sierra. También escribió don Eulogio poemas satíricos, siempre con un fondo moral. Su presencia semanal en las páginas del periódico local le abrió las puertas de los círculos intelectuales de la ciudad. Con Rodao trabó una sincera amistad, pero también con los poetas José Rincón Lazcano y Juan de Contreras, el escultor Aniceto Marinas o el intelectual Mariano Quintanilla, uno de los grandes impulsores, a finales del año 1919, de la Universidad Popular Segoviana.

Para conocer la personalidad de Eulogio Moreno, es preciso acudir a los artículos que José Rodao publicó en la Página Literaria, muchos de ellos escritos y enviados desde Arcones, donde el poeta cantalejano pasó las vacaciones de 1916 y 1917 junto a su mujer y sus hijas, precisamente hospedado en la casa del sacerdote. Rodao recurrió a su querido amigo tras el duro mazazo que para su familia supuso la pérdida, en mayo de 1916, de su hija mayor, Fuencisla, fallecida a la edad de quince años. El párroco de Arcones puso a disposición de Rodao, su esposa, Cruz, y sus pequeñas Adela, Valentina y Julia, la casa donde vivía, y el poeta y los suyos se trasladaron a la aldea, situada a apenas cuarenta kilómetros de Segovia, en las estribaciones de los Montes Carpetanos. Don Eulogio fue, para ellos, un extraordinario anfitrión, además de amigo, consejero y confidente.

Humilde, sencillo, caritativo y bondadoso, el sacerdote se deshace en atenciones e introduce a Rodao en una vida agreste tranquila y sosegada que lo acerca a Dios. El escritor cantalejano no deja la pluma y escribe artículos que envía a El Adelantado, pero también piensa, medita, reflexiona, se aventura en largas caminatas sin rumbo y entra en contacto con los paisanos, con los campesinos, con los recios pastores que laboran bajo el implacable sol de la sierra. También hay tiempo para las excursiones en compañía de don Eulogio, a quien Rodao, cariñosamente, llama el Gabriel y Galán de la Sierra, el Pastor de los Pastores. Tan gratificante es la experiencia, que los Rodao regresan a Arcones en 1917. De aquel mes de agosto es la divertida excursión que Rodao y Moreno hacen, a lomos de una pollina, a San Pedro de Gaíllos, y que el primero relata en su artículo '¡A San Pedro de Gaíllos!', publicado en El Adelantado el 27 de agosto.

Un roble

Apenas año y medio después, a finales de 1918, a don Eulogio se le veía palidecer y adelgazar por momentos, pero nadie advirtió la existencia de una dolencia capaz de tumbar en muy poco tiempo a un hombre sano, fuerte y curtido, perfectamente adaptado a la dureza del medio en el que se desenvolvía su vida. «Seco de rostro, sarmentoso en los trazos de su cuerpo, de mirar agudo y sonreír ingenuo, don Eulogio Moreno parecía el tronco añoso de un roble, con aspecto entre vegetal y roca, que por sobrenatural concesión se hubiese animado, por carnal latido de la vida, al soplo vivificante del espíritu del bien. Por bueno y por fuerte supo hallar felicidad entre los humildes, en la soledad de los campos, en lo abrupto de las montañas. Nadie como él acertó a cantar la grandeza de las sierras, las intensas emociones de la vida compartida entre el amor de Dios y el amor a la tierra», escribió Segundo Gila tras la muerte del sacerdote.

«Íbamos una tarde camino arriba de La Berrocosa don Eulogio y yo, y nos detuvimos a descansar unos minutos bajo el intenso y eterno verdor de un frondoso acebo –narra Rodao–. No nos habíamos percatado, distraídos en nuestras conversaciones, de que al otro lado de una inmensa hondonada, un pastorcito cuidaba sus ovejas. De pronto, rompiendo el augusto silencio de la sierra, llegó a nosotros vibrante, limpia y sonora, esta sencilla copla:

Entre balidos de ovejas

y entre perfumes de flores,

envío las buenas tardes

al señor cura de Arcones.

Levantóse apresuradamente don Eulogio y agitando agradecido su pañuelo, contestó con él al saludo del pastorcito. Después, con honda emoción que quería disimular, volvió a sentarse y exclamó:

–Ve usted qué buenos son mis pastores.

Y el bueno era él, que se lo merecía todo».

Una lápida recuerda a Eulogio Moreno en la iglesia de Arcones. La colocaron sus amigos en noviembre de 1919. Y ahí sigue, cien años después, perenne, como el recuerdo de don Eulogio, el Poeta de la Sierra.

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