Borrar
Un momento de la representación de la obra de Shakespeare en el escenario de San Nicolás. J. Salcedo
Una espiral para Shakespeare

Una espiral para Shakespeare

El Taller Municipal de Teatro de Segovia plantea un escenario laberíntico para recrear los enredos de 'Sueño de una noche de verano'

Luis Javier González

Segovia

Martes, 18 de junio 2019, 11:50

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

«Es mío y no lo es». La cita es de Helena, una noble ateniense que ha pasado de amante repudiada a esposa venerada. Insegura de su inesperada fortuna, fruto de un embrujo, ilustra la dialéctica de William Shakespeare y las fronteras oníricas que plantea 'Sueño de una noche de verano', una obra que superpone en un bosque a las afueras de Atenas las circunstancias de varias parejas –algunas más naturales, otras más histriónicas– y la magia de un hiperactivo duendecillo que deja a Cupido en aprendiz de celestino. El Taller Municipal de Teatro estrenó el viernes su versión de una comedia hilarante y dramática ante un público al que mimetizó entre enredos y una jota final.

La directora del taller y de la obra, Maite Hernangómez, puso en preaviso a los espectadores más madrugadores: «No os preocupéis por las sillas porque todos los asientos son malos». La identidad de la obra radicaba en una disposición del público a través de una espiral central en la iglesia de San Nicolás, con varias hileras en los laterales y en el escenario tradicional. Cuando se apagaron las luces, los espectadores no sabían por dónde vendría el viento. Y la puesta en escena estuvo a la altura, con los nobles haciendo su aparición en los ventanales. Dos hombres, Lisandro y Demetrio, aman a Hermia, que corresponde al primero pero tiene las directrices de su padre –interpretado por Leonor Blánquez– de casarse con el segundo. Ella y Lisandro se fugan al bosque, donde les perseguirán Demetrio y Helena, amiga de Hermia y enamorada desesperadamente de Demetrio, al que informa de la trama.

La interacción con el público arranca desde la escena inicial, con Puck –el duendecillo que interpreta Sara García– agitando su cajita de música entre los espectadores y sentándose sobre ellos. Uno de los grandes méritos del reparto es la naturalidad por la que se deslizan en un escenario laberíntico que causó algún moratón que otro. Y con todo tipo de aspavientos. En ese cuentakilómetros, Puck se lleva el premio a más kilómetros recorridos. Al servicio de Obrerón, rey de las hadas, este «alegre andarín de la noche» embruja –la víctima se enamorará del primer ser con el que se tope cuando despierte– todo lo que manda su amo, que busca engatusar a la reina Titania, al hijo humano que custodia y exhibe su poder como le place.

La puesta en escena de Helena, interpretada por María Yagüe, rompe el ritmo al dibujar desde la primera frase un personaje lleno de dramatismo. Exhala el dolor incendiario de una mujer despechada –«Cuanto más le amo, más me odia»– y como consecuencia insegura, débil y cobarde. «Amante mas no amada». Un papel que representa con un tono firme y un notable lenguaje no verbal, desde el gesto de sus manos a sus carreras de desesperación por el escenario. Incluso cuando Puck embruja a Lisandro (Israel Mateo) y Demetrio (Juan Carlos Villegas) –al primero por error, al segundo por orden de Obrerón (Héctor Martín), que quiere ver a Helena correspondida– y tiene a ambos a su servicio, se siente vejada por una broma y pide clemencia: «Lo que merezco es lástima, no desprecio».

La otrora adorada Hermia (Ainhoa Ménher) recorre el camino inverso y es repudiada por sus dos pretendientes. «¡Suéltame, gitana!». Así le caen improperios entre las carcajadas del público: gata, lapa, engendro o medicina vil. Así arranca un final hilarante. Puck despista a los dos hombres imitando al otro para que le sigan y los cuatro amantes desemboquen en el corazón de la espiral antes de arreglar sus enredos. Allí yacen un buen rato, como otros compañeros lo hicieron, disciplinados, en distintos puntos de la iglesia a la espera de que los focos volvieran a reclamarles.

Todo con el encanto de la compañía de teatro que debe actuar en la boda del duque de Atenas y la reina de las amazonas. La obra es la «dolorosísima comedia y cruelísima muerte» de Píramo y Tisbe, una combinación explosiva. El papel de Píramo, recreado por Fondón (Quike Sánchez) es muy enérgico, capaz de rebuznar con arte cuando le convierten en burro y disfrutar de su inesperado romance con la embrujada reina de las hadas (Rosario Quintana). Su amada, Tisbe, la recrea Membrillo (Chema Faulín), que empapa al personaje con un tono recatado y caribeño. Ambos deberán besarse entre los recovecos de un muro, es decir, entre el índice y el pulgar de la mano de Morros (Teresa Cunillera). La obra, que sirve de epílogo hilarante, termina con uno asestándose un filo «en la tetilla izquierda» y otro resucitando para liderar una jota castellana.

«Si amigos sois, aplaudid», despedía Puck. Y así lo hizo el público tras la jota, adelantándose a la última escena. Un trabajo en el que los alumnos asumen la compleja responsabilidad de dar vida al texto de Shakespeare. Y lo hacen en un espacio enrevesado que convierte la escena en casi dos horas de microteatro.

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios