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Fotografía posterior al incendio perteneciente a la colección de J. F. Sáez Pajares. El Norte
Aquel 2 de enero en el que ardió el Palacio Real de la Granja

Aquel 2 de enero en el que ardió el Palacio Real de la Granja

Las llamas prendieron en la botica y el fuerte viento hizo el resto. Ha pasado un siglo

Carlos Álvaro

Segovia

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Domingo, 31 de diciembre 2017, 10:00

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El incendio del Palacio Real de La Granja fue un durísimo golpe para una población que a comienzos del siglo XX revivió épocas de esplendor con la presencia de la familia real en su seno. Cuando vieron que las llamas escapaban por las cubiertas del edificio, los granjeños supieron que los reyes jamás regresarían a casa; y no se equivocaron. El cuento de hadas terminó una fría mañana de 1918, hace ahora cien años.

«Conferencia telefónica (servicio especial de El Norte). Violento fuego.- Alarma en Segovia.- Envío de auxilios. Madrid 2. A mediodía se recibieron noticias de Segovia, anunciando que se había declarado un violento incendio en el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso. Las llamas alcanzaban gran altura amenazando con destruir todo el hermoso edificio [...]. A la hora de transmitir esta conferencia (cinco de la tarde) se desconocen más detalles».

Esta es la información que El Norte de Castilla publica, de manera telegráfica, en su primera página el día 3 de enero de 1918. A continuación, ofrece los pormenores de lo ocurrido, pero muy escuetamente. Son horas de confusión y las noticias llegan con cuentagotas de Madrid, del Ministerio de la Guerra, porque los accesos a La Granja están taponados por la nieve y corresponsales y fotógrafos tardan en entrar en la población. Ni el propio rey de España puede atravesar Navacerrada y se ve obligado a esperar unos días para comprobar personalmente los daños del fuego.

El diario opta por dar en portada una ilustración del Palacio de La Granja ante la falta de fotografías, que no llegarán a las redacciones hasta varias jornadas después. Las realizadas por Tirso Unturbe fueron de las primeras en publicarse. Unturbe se movió con rapidez y pudo captar las llamas con su cámara. Sus placas aparecieron en la revista gráfica ‘Blanco y Negro’ y causaron honda impresión en la opinión pública porque dan testimonio de la magnitud de la destrucción del capricho que el rey Felipe V soñara dos siglos atrás. También ‘Mundo Gráfico’ publicó un extenso reportaje. El periodismo, ya muy evolucionado, participó de la tragedia en primera línea y gracias a la desenvoltura de los reporteros de entonces tenemos hoy constancia de los terribles momentos que los habitantes de La Granja vivieron aquel 2 de enero de 1918.

Las lágrimas de la reina

El mismo día 2 de enero, cuando las llamas estaban en su máximo apogeo y el vecindario se llevaba las manos a la cabeza ante el espectáculo que estaba presenciando, corrió el rumor de que Alfonso XIII se encontraba en La Granja. Imposible. La nieve taponaba la línea férrea y los puertos de Navacerrada y Guadarrama estaban cerrados, aunque brigadas de peones enviados por Obras Públicas no tardaron en ponerse manos a la obra para trazar caminos que facilitaran la comunicación entre Madrid y San Ildefonso.

El rey siguió por teléfono las noticias que llegaban del otro lado de la sierra. Su madre, la reina Cristina, no se separó de su lado y su esposa, la reina Victoria Eugenia, derramó «abundantes lágrimas» al conocer el cariz que tomaban los acontecimientos; el Real Sitio era uno de los pocos lugares donde la desdichada inglesa encontró el sosiego en un país que siempre extrañó. En San Ildefonso pasó su luna de miel y en San Ildefonso nacieron tres de sus hijos: Jaime (1908), Beatriz (1909) y Juan (1913). ¿Cómo no iba a llorar?

Alfonso XIII sintió rabia porque sabía que en cualquier momento podía ocurrir lo que finalmente pasó. El rey ya había sugerido la necesidad de acometer en el palacio una serie de reformas para aminorar riesgos, entre ellas la sustitución de las vigas de madera por unas de hierro en las techumbres. La Gran Guerra demoró los reales propósitos.

Todo empezó a las diez y media de la mañana. El Gobierno Civil atribuyó el origen del fuego a una chimenea de leña que el farmacéutico que habitaba en el palacio tenía encendida. En efecto, las llamas prendieron en la botica y de allí se propagaron a todo el recinto, favorecidas por el viento, que soplaba con fuerza. La crónica que Martín Fernández firma en El Norte explica que el fuego corrió con rapidez hasta la calle de Estebanilla y alcanzó la parte del edificio correspondiente a esta zona. No tardó después en arrasar el ala derecha del inmueble, incluidas las habitaciones que ocupaban los reyes cuando residían en La Granja, que solía ser en verano y otoño. También quedaron arruinadas la Real Colegiata y la Casa de Canónigos. El resplandor de las llamas era visible desde los miradores de Segovia, atestados de curiosos hasta bien entrada la noche, aunque fueron muchos los ciudadanos de la capital que se desplazaron a La Granja para ayudar en lo posible. Las autoridades de la provincia, el alcalde de Segovia y el obispo de la diócesis asistieron como espectadores a un drama que se saldó sin víctimas.

Nada más conocerse la noticia, salieron de la ciudad fuerzas de Artillería del Regimiento de Sitio y numeroso personal del cuerpo de Bomberos, pero, al llegar, la sorpresa fue mayúscula: los depósitos de agua estaban congelados. El Gobierno envió refuerzos desde Madrid, si bien no entraron en La Granja hasta primera hora de la tarde debido al mal estado de las carreteras. Al día siguiente arribó a San Ildefonso un batallón del Regimiento de Isabel II, de guarnición en Valladolid, y los obreros del Aserrío de Valsaín también colaboraron con sus herramientas, que tuvieron que transportar a través de la nieve. Todos los elementos jugaron en contra y la mansión veraniega de los reyes de España fue consumiéndose poco a poco ante la impotencia de los vecinos, muchos de los cuales ayudaron en la evacuación de muebles y alhajas. Sobre la nieve que cubría los jardines quedaron depositados armarios, sillones, consolas, tapices, espejos, mesillas, cornucopias... Sin embargo, fue el formidable estruendo que causó el derrumbe de las techumbres y de las torretas de la Colegiata lo que hizo comprender que el final del palacio había llegado.

 La crónica, casi a tiempo real, no tiene desperdicio: «Había en las calles tal cantidad de nieve que fue preciso abrir sendas para el tránsito [... ]. El viento, durante todo el día, fue de una violencia enorme, revistiendo caracteres de verdadero huracán. Las llamas subían á más de veinte metros de altura y en algunas casas del vecindario se produjeron incendios aislados, á causa de las chispas desprendidas, pero fueron sofocados por las tropas».

Daños

El personal empleado en las tareas de extinción se jugó la vida. Uno de los pisos próximos a la Casa de Canónigos se hundió por completo cuando veinte personas trataban de acorralar el fuego y de salvar los objetos que podían. El desplome arrastró a los hombres, que no sufrieron lesión alguna. 

Dos días y dos noches duró el incendio y los rescoldos siguieron echando humo durante varias jornadas más; en realidad, hubo focos menores hasta el 10 de enero. Con posterioridad se derrumbaron numerosos muros y partes que estaban muy afectadas, pero los disgustos más grandes llegaron a la hora del balance. En la zona central, la que se levanta alrededor del Patio de la Fuente, la devastación fue absoluta y los edificios que dan a los patios de la Botica, la Parra, la Tapicería y el Patio de Coches sufrieron enormemente los efectos del fuego. Las llamas respetaron, sin embargo, el ala sudoeste del Patio de la Herradura, la Casa de Oficios y los departamentos que la infanta Isabel, tía del rey, ocupaba en sus largas estancias en el Real Sitio. También se salvó el Salón del Trono.

Las pérdidas de tesoros y obras de arte fueron cuantiosas. La mayoría de los cuadros que decoraban las estancias sucumbió a la acción de las llamas. De la Real Colegiata se rescataron los objetos de valor fácilmente transportables (entre ellos la famosa cruz que salía en la procesión del Corpus Christi), pero no el altar de mármol ni el coro de talla. Las estatuas sufrieron graves daños, así como el panteón donde reposan los restos de Felipe V y de su esposa Isabel de Farnesio. Las fotografías que se tomaron después del desastre prueban su magnitud. 

Depresión

El suceso sumió a la población de San Ildefonso en una profunda depresión que se prolongó durante años. El Palacio Real no solo atraía a nobles y aristócratas, sino también una colonia veraniega de gentes que reportaba a la población cuantiosos beneficios económicos. Cuando La Granja perdió el palacio, sus habitantes sintieron una sensación parecida a la que embargó los ánimos de los segovianos tras el incendio del Alcázar, ocurrido cincuenta y seis años atrás.

El rey visitó La Granja el día 18 de enero, todavía humeantes las ruinas. El alcalde, Joaquín Trillo, le expresó el pesar que el municipio sentía ante la posibilidad de que «quedemos privados de la augusta presencia de las personas reales». Los temores no eran infundados. Los reyes no volvieron a La Granja, entre otras cosas porque la reconstrucción del palacio no comenzó hasta 1928. Para colmo, los trabajos fueron interrumpidos al año y medio por falta de presupuesto. Alfonso XIII y Victoria Eugenia abandonaron el país en 1931, después de proclamada la II República, y la restauración todavía no había terminado. Aun así, tardó menos años que la del Alcázar. La fortaleza segoviana permaneció casi tres decenios en estado de ruina, fundamentalmente por falta de fondos y a causa de la inestabilidad política del país. Inevitable es relacionar ambos episodios porque las repercusiones fueron muy similares.

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