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Mariano Gómez de Caso, en el despacho de su casa. Antonio Tanarro
«He elegido vivir y por eso llevo en casa desde marzo»

«He elegido vivir y por eso llevo en casa desde marzo»

Segovia ·

Mariano Gómez de Caso, de 94 años, está confinado desde que empezó la pandemia: «No se puede comparar esta situación con la que vivimos en la Guerra Civil»

Carlos Álvaro

Segovia

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Domingo, 8 de noviembre 2020

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Hay personas que no han vuelto a pisar la calle desde que empezó la pandemia. A Mariano Gómez de Caso (Segovia, 1926) era habitual encontrárselo por la Calle Real, en el Café de San Millán, donde animaba una tertulia que permanece aparcada, o en el Archivo Municipal, siempre a la caza del dato que completara su último trabajo de investigación. Intelectual de los de antes, republicano «de Marañón, Ortega y Machado», sigue la actualidad por la radio y la televisión y no deja de conectarse a Internet porque nunca ha rehuido de las nuevas tecnologías, «aunque ya me cuesta mucho leer y escribir porque las cataratas han ido en aumento y el ojo izquierdo no me deja», advierte.

«Me metí en casa días antes de que se declarara la pandemia, allá por el 9 o 10 de marzo –continúa–. Llevo años muy delicado de salud, con una dolencia cardiaca que estuvo a punto de llevarme por delante cuando tenía 80 años y que gracias a una milagrosa intervención del doctor Juan José Rufilanchas, una eminencia en su especialidad, pude superar. No quiero arriesgarme. Quienes se encuentren en una situación parecida a la mía, que serán pocos, deben plantearse si prefieren correr riesgos en una terraza de la Plaza Mayor o de Fernández Ladreda a estar seguro en casa. Yo he optado por vivir, por no exponerme al peligro. Sé que no superaría la enfermedad si llego a contagiarme. Todos los años ando esquivando la gripe... Los que me conocen saben que me gusta estar con la gente, salir a la calle, asistir a un concierto, a una exposición..., pero no me quiero morir», afirma tajante.

Efectivamente, Mariano Gómez de Caso, estudioso de la obra del pintor Ignacio Zuloaga y autor de numerosos libros de investigación de asunto segoviano, lleva ocho meses recluido en su domicilio. Su hija, Lita, religiosa dominica, lo atiende a diario. También recibe en casa la asistencia médica. «En todo este tiempo el médico solo ha tenido que venir en una ocasión. Los practicantes me visitan más, la última vez hace unos días, para ponerme la vacuna contra la gripe, como todos los otoños», puntualiza. Que afronte la situación con un ánimo envidiable no quiere decir que no le esté resultando duro: «Es muy duro, sí. Lo que más echo en falta es hablar con la gente, de tú a tú. Acudía a la tertulia tres días por semana, pero no era solo la tertulia sino todo lo que la rodeaba: el desplazamiento, la conversación con el taxista, el encuentro casual con alguien conocido... Recibo muchas llamadas de familiares y amigos. Rafael Cantalejo, el director de la Academia de San Quirce, suele llamarme para interesarse por mí, y yo se lo agradezco. Bueno, gracias a Internet estoy conectado con los demás. En alguna videoconferencia he participado, aunque no suelen invitarme porque la gente presupone que, con 94 años, estoy incapacitado para ello. Entiendo que resulte chocante, pero nunca me han asustado las nuevas tecnologías, al contrario». También añora Gómez de Caso los conciertos de la Sociedad Filarmónica, las citas culturales y su querido Museo Ignacio Zuloaga, en Pedraza de la Sierra. «María Rosa Suárez Zuloaga, nieta del artista, me concedió el gran honor de presidir la Fundación que ha puesto en marcha recientemente, y todavía no he ejercido porque no puedo viajar a Pedraza para asistir a las reuniones. Me estoy privando de una actividad de la que me encantaría participar, porque he trabajado muchos años y en muchos proyectos con María Rosa. Además, este año es especial: se conmemora el sesquicentenario del nacimiento de Ignacio Zuloaga y se están preparando exposiciones muy interesantes. Es una pena».

Recuerdos

Como no abusa de leer o escribir («solo contesto algunos mensajes que recibo y poco más»), el tiempo para la reflexión es amplio. «Es como si estuviera recluido en una cárcel, pero estoy en mi casa, rodeado de mis fotografías, mis cuadros, mis recuerdos... Es curioso: mis padres no me hablaron nunca de la gripe de 1918. Lo que sí viví fue la Guerra Civil y la posguerra, épocas de calamidad. Por mucho que digan, esto no es comparable, ni mucho menos, aunque entonces era un niño y no tenía entera conciencia de lo que estaba pasando a mi alrededor. De chicos somos egoístas; les decía a mis padres que tenía hambre y hacían lo imposible por que a casa llegara un trozo de pan blanco, pero ellos también tenían hambre y yo era completamente ajeno a que tuvieran que quedarse sin comerlo. A mi padre, republicano, partícipe de la intelectualidad de la época y empleado de Correos, lo delató una funcionaria, como a otros compañeros. Estuvieron a punto de fusilarlo. Yo lo he visto llorar cuando se enteraba del fusilamiento de un compañero, de un amigo. Esas cosas no se olvidan en la vida», narra Gómez de Caso, siempre con su esposa, Clory, y su hijo, Mariano, en el recuerdo: «Me casé con 29 años, pero llevábamos diez u once de novios. Estuvimos juntos toda la vida, hasta que el cáncer se la llevó. Después murió mi hijo y eso es peor, más duro, porque son los hijos quienes tienen que enterrar a los padres, no al revés. Duermo en la misma cama en que murieron ambos y todos los días los lloro. Necesito el cariño de los míos y me faltan ellos. Pero siguen ahí. No es cierto que el tiempo lo borre todo».

Estos días, Mariano Gómez de Caso ha estado pendiente de las elecciones en Estados Unidos y se alegra de la derrota de Donald Trump, «ese bárbaro». En la política doméstica prefiere no ahondar: «Mi pensamiento está en la izquierda moderada, pero lejos del actual PSOE. Observo cómo se desenvuelven los ministros en el Parlamento y advierto en ellos una falta de cultura que no me gusta». La pandemia absorbe todas sus preocupaciones: «Pongo atención en todo lo que hago. Me puede el terror a caer enfermo. Mi situación es límite y quiero apurar. En el 2006 un cirujano me dio tres meses de vida, y fue otro el que me operó y me sacó adelante. Ahora que todo el mundo habla de la vacuna, yo soy muy consciente de que para tener una vacuna fiable se necesitan al menos dos años. Veo los telediarios y se me ponen los pelos de punta. No obstante, todo esto acabará pasando y será solo un mal recuerdo. ¡No hay mal que cien años dure!».

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