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El corzo atrapado en la valla de la Cuesta de los Hoyos. Policía Local

Corzos en Segovia: cuando la naturaleza entra en la urbe

«Si se les ignora y no se les da de comer, todo irá bien», señala Carlos Cuéllar, de GREFA, tras el rescate de un cervatillo en la Cuesta de los Hoyos por parte de los bomberos

Carlos Álvaro

Segovia

Miércoles, 22 de octubre 2025, 23:18

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Parece que Segovia, enclavada entre dos valles, no solo es un reclamo por su riqueza gastronómica y patrimonial. En los últimos días, la fauna salvaje ha irrumpido en el casco urbano para recordarnos que el asfalto no está tan alejado de la naturaleza. La otra noche, un corzo quedó atrapado en la valla metálica que separa la Cuesta de los Hoyos del Valle del Clamores. La Policía Local alertó a los bomberos, que consiguieron liberar al animal haciendo uso de herramientas de excarcelación.

El ejemplar, desorientado y herido aunque en aparente buen estado, echó a correr en cuanto se vio libre de los hierros que lo atenazaban. El suceso no es aislado: no hace muchas semanas, vecinos del barrio de San Lorenzo avistaron dos corzos que merodeaban en las zonas de vegetación próximas a las calles Jerónimo de Aliaga y Gascos, cerca del Valle del Eresma.

Ambos episodios plantean una pregunta: ¿qué empuja a estos 'duendes del bosque' a adentrarse en la ciudad? Carlos Cuéllar Basterrechea, técnico del Grupo de Rehabilitación de la Fauna Autóctona y su Hábitat (GREFA), tiene la respuesta: «En relación al corzo de la Cuesta de los Hoyos, no es extraña su presencia porque se trata de un animal herbívoro y el Valle del Clamores, que linda directamente con el medio natural, es una zona periurbana de transición entre la ciudad y el campo en la que, además, hay gran diversidad vegetal. El corzo es una especie común y abundante, y esto suma probabilidad a lo que ha pasado. También es posible que anduviera por las lastras que se extienden detrás del Pinarillo y que algún ruido, paseante o perro le asustara y saliera corriendo en esa dirección, con tan mala suerte de quedarse atrapado en la valle», explica Cuéllar.

Acostumbrados

Ocurre lo mismo en el caso de los corzos de San Lorenzo. «Pueden ser animales que vayan por el Valle del Eresma, hayan nacido en una zona de transición y estén más acostumbrados a los ruidos y voces de origen humano. En algún momento se han despistado de su área habitual de campeo, más retirada en zonas de arboleda, y han aparecido donde no deben, es decir, en plena ciudad», añade el técnico especializado en biodiversidad urbana. ¿Y qué hacer en caso de encontrarse con un cervatillo durante un paseo por el cinturón verde? La respuesta es 'nada'. «Si se les ignora y no se les da de comer, todo irá bien».

Los bomberos rescatan al animal. Policía Local

El corzo (Capreolus capreolus), el ciervo más pequeño de Eurasia, es un superviviente adaptable. Con una altura al hombro de unos 75 centímetros y un peso de entre 20 y 30 kilogramos, su silueta esbelta y grácil le hace parecer un duende forestal. Su pelaje varía: rojizo en verano, grisáceo en invierno, con una característica mancha blanca en la grupa y un hocico negro. Los machos lucen astas ramificadas que mudan anualmente, símbolo de su territorialidad durante el celo, entre julio y agosto, cuando emiten ladridos y persiguen a las hembras en rituales frenéticos que los segovianos tenemos la oportunidad de comprobar en el cercano bosque de Riofrío.

Herbívoro selectivo, ramonea hojas tiernas, brotes, bayas y hierba fresca, y prefiere pastos húmedos tras la lluvia. Evita campos con ganado por el riesgo que entrañan, y su pequeño estómago lo obliga a comer en intervalos cortos, alternando con breves descansos en cobertura densa. Nocturno y solitario, forma pequeñas familias (hembra con crías) en invierno, aunque puede migrar en grupos de hasta treinta en climas duros. Su gestación de diez meses produce gemelos moteados que se ocultan en la hierba hasta los tres meses, amamantados varias veces al día. Maduros a los dos años, viven hasta quince en libertad, aunque la caza y depredadores como lobos o linces limitan su ciclo. Su hábitat ideal son los bosques mixtos, matorrales y bordes de cultivos, desde los Alpes hasta Siberia. En España, su población ha crecido gracias al abandono rural y las prácticas cinegéticas sostenibles. Escaso en los años setenta, hoy abunda en la Península. Esta expansión explica las irrupciones urbanas: valles como Clamores o Eresma actúan de corredores ecológicos, donde la vegetación exuberante atrae ejemplares. El cambio climático, con inviernos suaves, y la fragmentación de hábitats empujan a los corzos a explorar lo prohibido.

Lejos de constituir una alarma, estas presencias son un recordatorio de lo delgada que es la línea que separa la ciudad de la naturaleza. GREFA insta a la convivencia: no alimentar, no perseguir... ¿El secreto? Respetar su salvajismo.

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