

Secciones
Servicios
Destacamos
Óliver llega el domingo a casa después de perder 3-0 el partido de infantiles que la Gimnástica Segoviana disputaba en Cantalejo. Pero eso no fue lo peor: tuvo que sobrevivir a un viaje en autobús con altavoces a todo trapo, acordes desde el infierno: «La música de ahora es un horror para mis oídos». Por eso el hijo de David Copper combate el dolor de cabeza tocando el piano, su terapia, el instrumento con el que se expresa y comparte, a los doce años, composición navideña con su padre, que no aspira tanto a legar un artista como a alguien feliz. «Quiero que sea una herramienta permanente para él, independientemente de que se pueda dedicar profesionalmente a ello. Que lo tenga ahí como un lenguaje en el que pueda refugiarse de todo».
Separados por casi cuatro décadas, la relación de David Copper (18 de julio de 1973) con la música empezó con un radiocasete con bandolera de su tía. «Grabándome, canturreando las sintonías de los dibujos animados». Lo hacía mientras su madre cosía, y pronto se interesó por las canciones dedicadas de la radio o el 'casiotone', un teclado de los años 80 con el que la profesora le dejaba hacer los exámenes de música en vez de con flauta dulce.
Se resistió al conservatorio, solo quería jugar al fútbol. Y no se arrepiente. «No sé si habría llegado a desarrollar la vocación de cancionista. Me siento autor, mi mayor valor está en la composición. Canto mis canciones por instinto, nadie las va a defender mejor que yo».
Fueron las mujeres las que orientaron su camino y le dieron un apodo en Segovia. Su primera novia era una aventajada con sus propias canciones. «Cuando llegó la ruptura, fue casi por despecho. O tal vez fue una terapia. Y a partir de ahí no hubo fin». Su apellido es Miguel: Copper llegó porque sus amigos le dijeron que para ligarse a una chica que tenía entre ceja y ceja iba a tener que hacer magia, como David Copperfield. Lo consiguió. Y se ha tenido que acostumbrar a escucharlo mal pronunciado. «Lo tenía que haber castellanizado del todo y ponerlo solo con una 'p'».
David Copper
Músico
Cuando nació Óliver, su padre se convirtió en el «DJ de media noche» y le dormía con música. Una infancia conciliando el sueño con jazz y un repertorio infinito —porque intentaba no repetir— desde grandes nombres a autores locales como el abulense Manuel Galán. «Era un abrigo si estaba nervioso, por la razón que fuera». Las noches de verano en el pueblo sin el reproductor —él mantiene discos físicos y solo tira de móvil en caso de extrema necesidad— no fueron fáciles.
Le lleva ventaja a su padre: «Él no quiso tocar hasta los 18 y yo quería empezar desde pequeñito», defiende el joven. Ayuda un armario lleno de instrumentos: guitarras, teclados, armónica o baterías. «Ha tenido facilidad para hacer sonar todo lo que le ha caído en las manos», resume David.
Óliver no puede esconder los genes: tampoco quiso conservatorio porque había empezado con el fútbol. Pero mantiene un híbrido, pues tiene una profesora por libre. Ama el piano, el instrumento platónico de su padre. Lleva dos años haciendo «miniversiones» de sus canciones. «A veces modifica partes, se lleva otro acorde». La réplica es sencilla: «Es una versión, yo lo hago a mi manera». Y punto en boca. El tono ha evolucionado con los años, algo que ratifica este «juego» familiar de convertir un tema en canción navideña. «Que busque donde él esté cómodo para que no esté ahí sufriendo. Estabas con una gravedad, metido en una caverna por no elevar medio tono».
Óliver no hace ascos al binomio Copper & Son, como firman sus composiciones, pero su nombre artístico está por inventar. «Cuando él tenga que coger un camino, tendrá que partirse los cuernos para elegir la mejor opción. Si puede ser, que suene bien». De momento, ha apostado por la música. «El fútbol no es mi don, eso lo sé claramente».
David Copper
Músico
Mientras él hacía un trabajo de clase sobre Paul McCartney, otro compañero lo hacía sobre Quevedo, un abismo musical en la misma generación. Las de padre e hijo están vinculadas por la «casa-estudio», el lugar donde han grabado las canciones, donde Copper se pasó cinco años haciendo música cuando la dejó libre su abuela. «Siempre la he utilizado como un búnker donde escribía de manera compulsiva hasta hacerme al oficio». Lo sigue siendo tres décadas después.
Allí versionaron a Radiohead con 'No surprises', paradójicamente, una sorpresa muy bien acogida en redes sociales. La dupla utiliza las tecnologías más por comodidad que por otra cosa. «Lo hemos colgado en YouTube porque es la manera más fácil de pasárselo a la gente, no es tanto ponerlo en un escaparate», apunta Copper, que resume el legado de la composición como una enseñanza.
Noticia relacionada
«Me gustaría que él se dé cuenta que hacer este tipo de cosas es como lanzar una botella. La mayoría de veces se pierde y no pasa nada, pero alguna vez hay alguien que lo valora. Y eso merece más la pena que lo que hacen chicos de su generación: buscar el postureo de turno para que le den un 'like'. Que se sienta lleno», defiende.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.