Una tragedia que cambió la lucha contra el fuego: «Mi cerebro recrea el pánico que vivieron mis compañeros»
José Julio Tahona, técnico desplazado este verano en Riaza, repasa el incendio de Guadalajara que costó la vida a los 11 integrantes de su cuadrilla en 2005
Luis Javier González
Segovia
Domingo, 27 de octubre 2019, 08:33
José Julio 'Jota' Tahona, de 50 años, no es trotamundos por voluntad. Padre de dos hijos, de ocho y 13 años, está instalándose estos ... días en Zaragoza tras haber pasado el verano en la base helitransportada de Las Casillas, en Riaza, por cercanía a Cogolludo (Guadalajara), lugar de residencia de este madrileño marcado por el incendio de 2005 en el que murieron los 11 integrantes de su cuadrilla. Analiza ese suceso –un antes y un después para los bomberos forestales- y pide un esfuerzo por profesionalizar al sector en la región e investigar las causas de los fuegos provocados.
–¿Cuál ha sido su función en Las Casillas?
–La brigada helitransportada es una cuadrilla de extinción de incendios por medio de un helicóptero. Luego tenemos la parte de los entrenamientos y la estancia en base. Intentamos mantener a la gente con una actividad que se aproxime a las exigencias de un incendio. Acondicionamiento físico, descarga de agua, manejo de herramientas para hacer líneas de defensa… Hemos estado tres técnicos y cada uno se ocupa de una cuadrilla con cinco personas.
–Ha participado en más de 300 incendios forestales. ¿Qué hizo especial al de Guadalajara?
–En lo personal, fue un vuelco a mi vida. Era el quinto año que pasaba siendo responsable de la cuadrilla que se vio atrapada. Los cuatro anteriores fui su capataz inmediato, era parte de ella. En 2005, era un responsable superior y llevaba a todas las cuadrillas de la sierra, incluido ese retén de Cogolludo. Tuve un estrés postraumático de libro. En lo profesional, ese incendio marca un antes y un después a nivel nacional en cuanto a aumento de presupuesto, celo por la seguridad y rigor en la formación.
El humo condenó al retén de Cogulludo
Los 11 miembros del retén de Cogolludo salieron desde el pueblo, entraron por el camino que recorría la loma del comente y fueron directamente y de frente hacia el avance del fuego. «Eso, dicho hoy a cualquiera que sabe algo de incendios, te dice que es una temeridad», resume José Julio 'Jota' Tahona. Aquel frente fue anteriormente un flanco que no progresaba con tanta intensidad. Pero hubo un cambio de viento en la mañana del domingo que lo convirtió en un peligroso tótem de 15 kilómetros. Su huida terminó interrumpiéndose porque el humo les impidió recorrer unos 450 metros de camino. «Ellos estaban bien colocados para coger la ruta de escape, peor el barranco que ardió a sus espaldas les tapó la salida». Tuvo que ser el propio Jota quien le diera el nombre de los fallecidos a los responsables de Tragsa, la empresa concesionaria, como coordinador de campo. La digestión emocional fue muy dura. «Entras en otra fase. No sabes cómo creer lo que te han dicho. No lo asimilas ni lo interiorizas. Seguí trabajando en el incendio sin más, con toda mi capacidad». La noticia se hizo enseguida mediática. «Tenía el móvil colapsado de llamadas. Cuando hablaban que había fallecido el retén y el coordinador, mis padres pensaban que era yo, aunque fue el agente forestal de mayor rango».
–¿Cómo analiza con el tiempo las características de ese fuego?
–Tuvo comportamientos de fuego de muy alta intensidad. En muchas fases de las primeras 36 o 48 horas tuvo deflagraciones, frentes que se activan de una forma súbita y repentina. Pueden arder centenares de metros en minuto y medio. No ocurre en todo el incendio –cuando fueron atrapados el fuego tenía 50 kilómetros de perímetro– sino donde confluyen factores como orografía o canalización de vientos. El tiempo de reacción es mínimo, no hay solución si te pilla mal colocado. Es muy importante tener información previa para no colocarse allí. Es algo de lo que carecieron ellos porque no era el hábito casi en ningún dispositivo,
–¿Cómo siguió las evoluciones de la cuadrilla?
–Yo me incorporé al incendio a las 7:30 horas del segundo día [domingo 17 de julio]. Cogí a un retén para que relevara a uno de los pocos que hizo la noche del sábado. Atravesé el incendio y fui con dos bullzdozer a unos cinco kilómetros del punto donde les atraparía el fuego. Sobre las 3 de la tarde supe que los movilizaban y yo lo oigo por la emisora. Había descontrol y el incendio fue empeorando con el viento. En algunas lomas se veían explosiones y quise contactar con ellos. Solo era decirles: «Compañeros, esto no lo hemos vivido nunca». Pero no pude, ni por teléfono ni por emisora. Probablemente, a las cinco estaban ya junto al frente de fuego que les atrapó. No estuvieron trabajando ni cuarto de hora.
–¿Cómo se enteró de lo ocurrido?
–Los encargados nos reunimos a las siete y media para organizar el reparto de la cena. Vino un técnico que no me conocía y lo dijo sin ser consciente de que esa era mi gente: «El retén de Cogolludo ha desaparecido. Les dan por quemados a todos». Me tiré de rodillas al suelo, empecé a llorar y me metí en mi coche. Ahí mi cabeza perdió la razón. El técnico me dijo: «Venga, date la baja y vete para casa». Yo dije: «No no, voy a estar hasta el final». Después, fuimos a un hotel próximo y es cuando rompí a llorar. Se me siguen saltando las lágrimas al recordarlo. Luego, entras en una fase que dura años. He estado desde 2005 a 2014 acordándome de ellos todos los días.
–¿En qué se traducía ese estrés postraumático?
–Vienen a tu mente por cualquier detalle. Yo he seguido trabajando en este gremio y vivo en la zona por la que transitaba con ellos. Mi cerebro recrea la situación que vivieron en esos últimos momentos. ¿Y qué hizo Julio? ¿Y qué harían cuando el coche se estampó en subida contra ese muro ganadero? Siempre pensaba qué hicieron, qué sentirían… Me ponía en ese pánico, la agitación de ver que el incendio se les echaba encima. Meterse en los coches apresuradamente, tener que parar porque no ven nada. Ver el resplandor de las llamas, sentir el calor en las puertas del coche, que los cristales se rompieran por el fuego. Mi cerebro lo revivía una y otra vez, incluso de forma individualizada, porque les conocía a todos. Había tres o cuatro amigos íntimos que lo habrían sido toda la vida.
–¿Cómo ha salido adelante?
–Lo canalicé, obsesivamente, con un compromiso exagerado hacia el estudio de los incendios. Quería aprender para reducir las posibilidades de que estas cosas ocurran.
–Defiende que las decisiones en un incendio sean consensuadas. ¿Cuál es la importancia del aspecto humano?
–Debe ser un trabajo en equipo de verdad. Que unos conozcan las limitaciones y fortalezas de los otros. Esa convivencia luego se manifiesta en los incendios.
–¿Por qué cree que el sector está poco profesionalizado en Castilla y León?
–Por la falta de estabilidad. Con un contrato de cuatro meses no se pueden adquirir conocimientos o rutinas profesionales. Por otro, el grueso del personal, que son retenes terrestres, está dedicado a labores preventivas mientras tienen que tener disponibilidad para los incendios. No pueden recibir la formación suficiente porque están en el monte.
–Añade que el modo de negocio fomenta la especulación.
–Este mundo forestal es muy miserable. Los rendimientos que salen del monte son muy bajos y las empresas van a hacer su negocio. Y lo digo con respeto, porque de ello viven. Ahora, si la Administración no exige más, las empresas escatiman. Las hay con personal, medios y experiencia que lo hacen bien, pero el entorno en general en Castilla y León no promociona la profesionalización porque la mayoría van a autosubsistir.
–Pide más esfuerzos para encausar a los culpables de un incendio y profundizar en la relación en los municipios. ¿Qué propone?
–Hace falta más personal dedicado a la investigación, sobre todo en las zonas más problemáticas. Tiene que haber agentes específicamente preparados. Cuando sabes las causas, puedes prevenirlos. Si viene de ganaderos, puedes hacer una charla con ellos de concienciación. O disuasoria. Lo que sea. Mostrar empatía desde la administración, darles subvenciones o quitárselas. Tienes que saber de dónde viene, no decir que ha sido un pirómano, que es una figura genérica y mal conceptualizada. Un pirómano es un enfermo mental y apenas llega al 2%. Los demás son incendiarios. Hay que promover el empleo rural que no dependa de que haya fuego.
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