Un cardenal, un greco y un director de cine
UN AGOSTO DIFERENTE ·
Juan José Alonso preside la asociación de Martín Muñoz de las Posadas y ejerce de cicerone con aquellos que visitan el histórico pueblo segovianoMartín Muñoz de las Posadas es pueblo de nombre y patrimonio largo. Como lo es también pueblo de un cardenal, un greco y un ... actor. Porque allí, al noroeste de Segovia y limítrofe con las provincias de Ávila y Valladolid, el histórico municipio alberga el palacio del poderoso Cardenal Espinosa, una obra en su iglesia del célebre pintor y es patria familiar del actor y director Raúl Arévalo, reciente premio Goya. Un trío de nombres en el topónimo y también en su intrahistoria.
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Y para no faltar a su tradición de nombres generosos y extensos, la actividad del pueblo, sobre todo en verano, se organiza en torno a la Asociación Amigos del Patrimonio Natural, Histórico y Cultural de Martín Muñoz de las Posadas, cuyo secretario, Juan José Alonso Gallego, presume de un pueblo con tanto referente histórico y contemporáneo. Juanjo ejerce de cicerone y enseña la iglesia, el palacio y la Plaza Mayor, también de una amplitud digna del nombre pueblo. En lo que por fortuna se han quedado cortos ha sido en la presencia del virus, «que ha afectado poco al pueblo» y eso que la relación con Madrid de los 'cebolleros' –apodo de sus habitantes– es intensa.
«Y en verano mucho más; pasamos a triplicar la población hasta un millar», señala Juanjo Alonso, quien cuenta que «bastantes vienen a la casa familiar de los abuelos, muchas de ellas con patio y huerto». Esto último es la estrella de ocio del pueblo, que «esta vez se ha truncado porque después de tres meses sin tocarlosnos encontramos que estaban cubiertos de amapolas». «Los tomates, tan típicos de aquí, –continúa– ya no se ha podido, salvo los productores profesionales de la marca». La vida gira mucho alrededor de estos huertos «y en este verano tan extraño quienes iban a ver su huerto optan por un paseo en pinares, en la ribera del Voltoya o en la zona recreativa de la Fuente El Herrero, con sus antiguos lavaderos». Juanjo asegura que «de esto saldrá alguna forma nueva de ocupar el tiempo, aunque de verdad que los huertos son una terapia para una población tan envejecida».
Recién jubilado de su trabajo en Segovia–«¡vaya comienzo que he tenido!»–, ha pasado sus 65 veranos en el pueblo, incluso cuando vivió en Madrid donde fue a trabajar a una editorial. «De niño fui al colegio aquí, que estaba en el palacio que restauraron con aulas que albergaban a 250 niños», cuenta, al tiempo que lamenta que ahora son «6 ó 7».
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Juanjo dice que también echará de menos las fiestas, aunque afirma que la Feria del Tomate de finales de agosto se salvará. También le resulta extraño «que la comunicación social sea diferente, como la típica costumbre de hacer grupitos a la puerta de casa para tomar el fresco».
Pero tiene una puerta abierta para relacionarse. «En mi caso, por la colaboración en acompañar para la apertura de los monumentos a los visitantes, tengo la oportunidad de disfrutar de la comunicación con el viajero», muestra con esperanza. «Esta actividad voluntaria te llena de momentos muy satisfactorios con la llegada de visitantes inesperados» y las anécdotas se han sucedido estos años «como al acompañar a Ian Gibson, que solo había parado para tomar un café en el pueblo y se quedó sorprendido de los registros históricos y artísticos que contiene el pueblo».
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«O es el caso de Juan –cuenta–, con 84 años y viajero incansable, que la última vez que había visto el palacio fue en 1954 como universitario y en situación de ruina total, se quedó gratamente sorprendido de encontrarlo restaurado y me comentó que después de aquella primera visita un amigo de la familia, que fue ministro de Asuntos Exteriores en 1944, José Félix Lequerija, le dijo que entonces valoraron trasladar las piedras de la ruina del palacio para la embajada de España en Washington, pero era Bien de Interés Cultural y por suerte lo descartaron».
Historias diferentes que evoca en este verano que está siendo tan particular.
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