«En España nacen menos empresas de éxito porque tenemos menos garajes»
De niño se hacía sus propios juguetes y de mayor hace los de los demás. Pablo Saracho planea, desde Santiuste de Pedraza, juguetes de madera ecológica y líneas limpias
rafael de rojas
Domingo, 11 de diciembre 2016, 16:18
Pablo Saracho resolvió de niño el problema de qué juguetes eran adecuados para él: se los fabricaba él mismo. Veía a su padre «ingeniero y manitas» y trataba de emularle: «siempre estábamos hurgando en las cosas». Ahora, a sus 46 años, ha vuelto a hacerlo. Y su juguete se llama Wodibow, una empresa de artefactos de madera para niños de cualquier edad, hasta de la suya.
Pablo vive en Santiuste de Pedraza y tiene su taller en Hontoria, pero nació en Madrid. Allí tenía su agencia de publicidad hasta hace tres años. «He sido bastante autodidacta, empecé en la Publicidad a los 18 y ya no sé ni cuánto tiempo estuve en el sector, 26 o 27 años». El cambio le llegó hace tres años, cuando empezó a quedarse más en la sierra segoviana por un motivo de salud. Allí retomó su hobby juvenil juguetero junto con su mujer, Mayte Ruiz de Velasco, la otra mitad de Wodibow.
A los que vieron los resultados les entusiasmaron esas primeras piezas de madera, pulidas y de diseño moderno. «Empezamos con un coche desmontable que todavía no ha salido al mercado, espero que este año lo saquemos. Ese proyecto nos llegó a saturar y para descansar empezamos con unos animales, los mastodontes, que fueron lo primero que salió al mercado.
En vista de la buena acogida de sus primeros proyectos, se hicieron la pregunta clásica del emprendedor «¿por qué no?», y en enero de 2014 alquilaron el taller, el primer paso de la nueva empresa. «La idea fue hacer un producto que creemos que no había, un juguete de madera de diseño moderno enfocado a un público más actual», dice Pablo.
Entre las creaciones de madera ecológica e imanes de Wodibow, sin nada de plástico, figuran animales, emoticonos, árboles, arcos de acueducto o letras. Las representaciones de todos ellos suelen ser más estilizadas que figurativas y siempre, siempre (y eso constituye la marca particular de la empresa) tienen algo más, un truco, una sorpresa o un discurso de fondo.
«Nuestro trabajo parte de una idea. No empezamos ningún producto en el que la idea no tenga gracia, no nos ponemos a pintar y a ver que sale. Siempre tiene que tener chicha: un descubrimiento, algo que se monta, que puede variar de forma o que hay que mantenerlo en equilibrio dice. Nuestro producto no es complejo, pero tiene más juego que hacer un pollito de madera». Como ejemplo de juguete argumental está el gallo-gallina (el Chicock) que se decanta por un sexo o por otro con solo moverle un elemento. «Es un trasfondo que si le llega a un niño igual ni le va ni le viene, pero nos gusta que lo tenga, que se vea que es casi igual: sólo hay que cambiar una pieza», relata. Por su parte, el Woodweather, al que Pablo considera su artefacto más sencillo, se define como «el tiempo hecho en madera» y aborda las estaciones y las situaciones atmosféricas con los colores de un árbol; unos sencillo emoticonos de madera con piezas intercambiables sirven para «explicar estados de ánimo».
Esas ideas iniciales nace y se desarrolla en largas caminatas alrededor de Santiuste («de hasta 5 ó 6 horas»), un pueblo con cerca de 100 habitantes censados, pero muchos menos residentes. «De la idea pasamos a dibujar, luego a hacerlo en 3D y de ahí a prototipar, sobre todo en control numérico, pero a veces en sierra», cuenta Pablo, que resume todos estos procesos asegurando que su trabajo mezcla «lo artesanal y la alta tecnología».
En el viaje que realizan estos juguetes de los caminos de Santiuste a los hogares españoles, europeos (su segundo mercado) e incluso estadounidenses participan más de 40 personas. Entre ellas, operarios de la Fundación Personas, que participan en el manipulado de las piezas «desde muy al principio del proceso. Hacen un trabajo muy importante. Nosotros diseñamos las herramientas y ellos se sienten cómodos con ese parte».
Los juguetes de Wodibow son, a juicio de Pablo «un respiro del plástico, lo digital y lo chino». «No nos casamos con la tradición, sino que hacemos una interpretación diferente del juguete de madera, en la corriente que se llama slow toy. Se trata de estar en contacto con la pieza natural y con la madera. Son productos pensados para durar», dice. Sus juguetes tienen un tacto, olor, peso o temperatura con su propia personalidad. «Se hacen de manera lenta, pieza a pieza, y hay que tratarlos con cariño», explica.
Para Pablo, el hecho de vivir en el pueblo ha sido fundamental para el desarrollo de la empresa. «En España no nacen tantas empresas de éxito como en Estados Unidos porque tenemos menos garajes. Tener el taller, el espacio y el pueblo ha sido clave para desarrollar todo esto. Nos pasa mucho lo de pasar horas en el taller no diría jugando, buscando. Se van intercalando la idea y la prueba en el proceso creativo. Es como al cocinar: vas haciendo y probando y añadiendo».
Wodibow, que comenzó en una feria en Nuremberg (Alemania) en 2014 ha triplicado sus ingresos este año y ya tiene oficina en Madrid (Ponzano, 69). «Nos metimos a esto para llevar una vida más tranquila y ahora estamos liadísimos». Sus juguetes se pueden encontrar en la tienda Montón de Trigo, Montón de Paja, de Segovia, pero también en museos como el Guggenheim, el Reina Sofía, el Thyssen y el Caixa Forum. «También se nos puede comprar en la web, en el tipo de librería especializada en libros de importación o en el tipo de juguetería que se preocupa por estos conceptos», explica.
«El consejo más importante que me hubiera gustado recibir como emprendedor es que tuviera calma. Si alguien está pensando en montar un tipo de empresa como esta necesita paciencia. No se puede hacer a corto plazo sino a años vista, y si tienes las expectativas claras sufres menos. Hay que pensar en las rentabilidades clásicas de, como mínimo, cinco años y planear la internacionalización desde el principio. Si no, el ritmo actual y la ansiedad te pueden comer», aconseja.
A Pablo, el proceso de creación de Wodibow le parece «apasionante». «Emprender es siempre muy divertido, es ver una idea tuya que nace, que crece, que sufre y evoluciona. Es un proyecto en el que has hecho la investigación y has tomado las decisiones. El pueblo te da el tono de tranquilidad para poder pensar. Algo de mi experiencia en Publicidad se ha podido pegar, algo del método. Pero aquí el ritmo no es el de una agencia, estás en el taler y dando larguísimos paseos por el monte, sin coches ni gente ni citas urgentes. Ese aislamiento creo que es clave para poder pensar con tranquilidad y con lucidez», afirma.
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