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Pilar Coomonte, en la redacción de El Norte. Antonio Tanarro
«Mi mundo sigue siendo mi mundo, desde que pintaba con los lapiceros de labios de mi madre»

«Mi mundo sigue siendo mi mundo, desde que pintaba con los lapiceros de labios de mi madre»

La exposición de la artista plástica Pilar Coomonte, que se clausura mañana en La Alhóndiga, superó hace días las 1.500 visitas

Carlos Álvaro

Sábado, 12 de noviembre 2016, 21:25

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Mañana es el último día para poder visitar en La Alhóndiga la exposición Pilar Coomonte. El corazón de la tierra, un recorrido por la trayectoria de la artista a través de cincuenta obras realizadas durante los últimos treinta años. La exposición, que cierra a las 21:00 horas, ha sido todo un éxito (hace escasos días, la sala superó las 1.500 visitas), y Pilar, que tiene mucho de niña y de hechicera, como bien dice Manuel Vicent en el prólogo del catálogo, está feliz. Quien no haya pasado todavía por La Alhóndiga para comprobar la facultad que posee esta mujer de sentirlo todo vivo y comunicado no debe dejar de hacerlo. La exposición merece la pena. Además, todo aquel que quiera tiene la oportunidad de adquirir una litografía numerada y firmada por la artista.

¿Qué balance hace?

Estoy muy contenta. ¡Hemos superado las 1.500 visitas! Mejor respuesta que esta... Lo malo es que la exposición termina, muy a mi pesar. Pero ha sido casi un mes. Hay que dejar paso a otros.

Muestra cincuenta obras, muchas de ellas realizadas en los años ochenta...

Sí, quiero que el público compruebe que mi mundo sigue siendo mi mundo, desde que pintaba con los lapiceros de labios de mi madre que por ello más de un cachete me dio; quiero que el público perciba la frescura que yo tenía entonces y que tampoco he perdido, porque sigo viviendo y no he dejado escapar un ápice de vida. Eso sí, para mí la vida también es la muerte, porque van unidas, es una simbiosis. Lo único que le pido a la muerte es que no se olvide de mí.

No le tiene miedo, entonces...

En absoluto. La muerte es mi compañera. Si ahora mismo me muriera, pues... tan feliz. Pienso que cada minuto que vivo va a ser el último. Esto hace que viva la vida con una gran intensidad.

Esta exposición es una buena muestra de su universo, del universo Coomonte, en el que la naturaleza y la vida se perciben nítidas, transparentes. En ese universo, por ejemplo, las mujeres son frutos; los animales, espíritus; y las plantas, raíces y hojas. ¿Qué pretende expresar a través de sus obras?

Fundamentalmente, la vitalidad. Quiero mostrar muy bien lo que hay, eso que está tan próximo a nosotros que a veces hasta pasa inadvertido. Cuando doy largos paseos por el valle de Tejadilla, hasta Perogordo, disfruto cogiendo plantas, dientes de león, cardos... Son esas plantas que luego plasmo en mis obras. Me pongo delante de un papel en blanco y... ¡No le tengo miedo! No hay nada más que me motive: combino un rojo con otro rojo, un verde con otro verde, un azul con otro azul... Son colores que tienen tanta vida, tanta potencia, tanto poder... Igual que las personas, los ojos de las personas. Yo siempre miro a las personas a los ojos, ¿sabe? Y sonrío, sonrío mucho. Sonrío a la vida. A la vida hay que echarle mucho coraje. Y yo lo hago.

Su técnica es sencilla, pero requiere un trabajo minucioso.

Solo dibujo con lapicero y tinta china. Y, por supuesto, con mis manos, con el corazón y con la vida. También pinto al óleo, pero no me gusta tanto porque Leonardo decía que el lápiz es la continuidad del cerebro, y yo quiero que el cerebro tenga su prolongación en el lapicero.

¡Cuántos lápices habrá gastado!

¡Me los meriendo todos! [Ríe]. Dibujo desde que era una niña. Nací en Zamora casualmente; por parte de madre, tengo familia gallega y mi padre era catalán. Un abuelo era escocés y el otro, alemán.

¿Trabaja mucho?

Muchísimo. Me levanto a las siete de la mañana y me pongo. Las musas existen, pero te tienen que sorprender trabajando. Eso siempre. También leo mucho. Soy una devoralibros.

Nació en Zamora, pero es segoviana de adopción.

Llevo en Segovia más de treinta años. Me encanta. La adoro. Es extraordinaria, y la gente también; al menos, a mí me lo parece. Soy tan segoviana que hasta las piedras del Acueducto me saludan.

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