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Desde la izquierda, Juan Luis Hourcade, Juana Vegas, Clara Martín, Aurelio Martín, Angélica Tanarro, Joaquín García y Cándido López, en el foro de patrimonio celebrado ayer en San Quirce.

El rompecabezas del patrimonio encaja sus piezas

Seis visiones distintas del legado de Segovia invitan a preservar esos tesoros que merecieron el título universal de la Unesco

César Blanco Elipe

Jueves, 3 de diciembre 2015, 10:48

Todos estos apellidos tiene el patrimonio segoviano. Monumental, industrial, natural, arqueológico, histórico, científico, gastronómico y hasta intangible. Seguro que encuentran más, pero todos casados entre sí comulgan en «el alma de la ciudad», como lo definió ayer la escritora, periodista y jefa de la sección de Culturas de El Norte de Castilla, Angélica Tanarro. Sensaciones, emociones, recuerdos, pensamientos, ensoñaciones... Ella fue la encargada de colocar esta pieza de lo inmaterial en el rompecabezas que conforman todos esos apellidos.

Y todos han de encajar para que la ciudad pueda seguir sacando pecho de ser meritoria de la declaración universal de Patrimonio de la Humanidad. Treinta años después de aquel nombramiento, conviene repasar el tablero para detectar si alguna de las piezas del puzzle se ha desubicado o desajustado.

Eso hicieron ayer en la Academia de San Quirce seis expertos. Cada uno desde su atril, su roca, su balconada, su yacimiento, su escritorio o su cocina, en ese escenario que manejan y en el que se manejan. Lo intangible del patrimonio segoviano al que aludió Tanarro es «la huella que dejó Segovia en artistas y escritores». Cierto es que se ha podido materializar a posteriori, pero «es la impresión el arma secreta, el imán que atrae y atrapa».

Sello indeleble

Para quienes se han sentido esa atracción, a veces fatal, «el sello que deja no se quita jamás», subrayó la periodista. El alma es lo «más valioso, pero también lo más difícil de preservar». Y cuando uno de los apellidos falta o se quiebra, el rompecabezas del patrimonio universal se desmorona. Angélica Tanarro animó a que Segovia no sufra el mal de la musealización, la falta de latidos y de vida en su recinto amurallado. De momento, las piezas guardan un equilibrio entre los avances tecnológicos, el paso del tiempo y la conservación del legado patrimonial,pero «debemos estar alerta», advirtió.

El arquitecto Joaquín García coincidió en el concepto vital y espiritual que late detrás. «El patrimonio monumental no son solo estructuras, sino edificios que nos hablan y que tienen un sustrato de historia e historias que hay legar a las generaciones venideras». Conminó a no correr el riesgo de ser meros contenedores bien restaurados pero carentes de vida y de alma».

Por su parte, Cándido López reivindicó el potencial que la ciudad posee como destino gastronómico, una indudable seña de identidad turística. También ensalzó la herencia, esta vez la que legó su abuelo. Con él cambió la cultura del yantar, de la mesa y del mantel. Los restaurantes pasaron a ser mesones; los motivos castellanos adornaron las paredes de esas casas de comidas; recupera la vajilla de barro, e idea un plato estrella: el cochinillo. Esa huella sabrosa e internacional dejada por Cándido se relame en el gusto por «los productos de proximidad y por los alimentos sanos y que ayuden a la sostenibilidad», expuso el hostelero.

Por su parte, más reivindicativos se mostraron Juan Luis Hourcade y Juana Vegas. Sus piezas la histórica-científica y la natural, respectivamente casan con el resto, pero a veces bailan holgadas en su hueco, como si les faltara más peso para encajar en el rompecabezas. Hourcade recordó que el Alcázar fue observatorio astronómico, y gracias a él Alfonso X pudo construir las tablas alfonsíes que guiaron a viajeros. Citó a segovianos como Andrés Laguna o Domingo de Soto, figuras que no solo prestan su nombre a dos centros docentes, sino que son «esenciales en la historia de la ciencia y adelantados a su tiempo».

Geoturismo en alza

No se olvidó de aquellos desconocidos que trabajaron y convirtieron la Real Casa de la Química en «un patrimonio mundial de la ciencia». Hay una sensibilidad hacia el patrimonio industrial, pero «falta incardinarlo todo para sacar un rendimiento y que sea objeto del turismo científico». Por su parte, Juana Vegas apoyó esa tesis de que hay que hacer algo más. En su caso, «al igual que la ciudad no se puede entender sin la naturaleza a la que se ha amoldado, también las piedras son patrimonio y forman parte de esa naturaleza». El entorno geológico de Segovia posee un enorme valor, tanto estético como pedagógico. Por eso defendió el impulso del «geoturismo, que es una auténtica revolución del sector en el siglo XXI». Asimismo, admitió que estos tesoros «necesitan de un importante componente de interpretación, y ese ha de ser el gran reto».

La última pieza que completó el rompecabezas fue la de la arqueología. La ajustó Clara Martín, para quien este legado aún tiene muchas sorpresas que descubrir.

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