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Keila Colmenares y Claudio Vázquez. SERNA

«Tomar esta decisión es duro, porque llegas a otro país con la incertidumbre de qué va a pasar»

Hace menos de un año que Claudio Vázquez y Keila Colmenares tuvieron que dejar Venezuela y, junto a sus hijos, intentar empezar una nueva vida en España

r. m. g. / word

Domingo, 1 de marzo 2020, 11:47

Claudio Vázquez y Keila Colmenares tenían una vida estable y un futuro seguro en su país, Venezuela, pero todo se truncó hace unos años, la situación se volvió insostenible y se vieron forzados a tomar una dura decisión: dejar su tierra e intentar emprender una nueva vida en España. Llegaron, junto a sus dos hijos y la madre de ella, en abril del año pasado y llevan desde el 8 de agosto en Salamanca formando parte del programa de protección internacional.

«Teníamos nuestra vida ya realizada, nuestra familia, pero nos vimos obligados a salir. Tomar esta decisión es duro y muy difícil, porque llegas a otro país con la incertidumbre de que no sabes qué va a pasar», comenta Keila. Hasta 2012, añade Claudio, la situación en Venezuela era buena, «se podría vivir», pero después vino un «deterioro continuo de todas las instituciones y de todo lo demás; fue un conjunto de acontecimientos y todo lo pagó el pueblo». Antes, recuerda, «todo mundo iba a Venezuela, todo el mundo era feliz y tenía oportunidades de trabajo; ahora nadie quiere ir, al contrario, todo el mundo se quiere ir de Venezuela por esta inestabilidad creada por políticos, que ha llevado a un empobrecimiento económico e intelectual».

Nunca en sus planes «estuvo hacer esto, nunca nos lo habíamos planteado ni piensas que te va a tocar a ti, pero nos tocó tomar esta decisión». Su detino, España, lo decidieron porque «siempre ha sido su madre patria» y porque, aunque no tenían relación con este país, la bisabuela materna de Claudio nació en Galicia y su abuelo paterno, en las islas Canarias.

España era un país desconocido, donde no tenían a nadie, sin embargo, llegaron con esperanza de rehacer su vida y poder trabajar enseguida. Pero, de momento, no ha sido posible. «Me dijeron que no podía trabajar al menos durante seis meses y nos hemos mantenido en el marco legal, cumpliendo todos los pasos y normas que nos han dicho; y nos hay ido muy bien. Hemos tenido un apoyo y una ayuda que no esperábamos», explica Claudio, refiriéndose a la labor realizada por la ONG Accem.

«Cuando llegamos, nos hablaron de la solicitud de protección internacional que desconocíamos», añade. Realizaron dicha solicitud, para la que dan cita para una entrevista entre tres y cuatro meses después para formalizar la solicitud. Mientras, esta pareja venezolana y su familia estuvieron en Toledo, sin ningún recurso. Una vez que entraron en el programa, comienzan sus distintas fases en el mismo y en seis meses no pueden trabajar; durante ese tiempo ONGs, como Accem, les preparan y apoyan. El Ministerio es el que decide dónde va cada uno de los solicitantes de protección; a ellos los enviaron a Salamanca con esta organización.

Keila no olvida su llegada a la ciudad -en la que están empadronados- y el recibimiento que les dio una de las personas de esta entidad: «Fue hermoso y te hace sentir que no estás solo», A partir de ahí, «nos dieron orientación laboral, clases intensivas y nos ubicaron en el contexto laboral de país, de la realidad, las oportunidades, cómo hacer una entrevista, un currículum, un curso donde nos enseñaron geografía, leyes, derechos y obligaciones, cultura, gastronomía...». Además tuvieron apoyo social, psicológico, jurídico y también económico, ya que la ONG les proporciona una ayuda integral para el alquiler piso y las necesidades básicas.

Ambos no paran de agradecer todo el apoyo y la orientación que les han proporcionado en Accem. «Es algo que nunca olvidaremos».

Actualmente han pasado a la fase dos del programa. donde se les da más autonomía y ya están en búsqueda activa de empleo. Keila está en proceso de homologación de su título, Dentista, pero el proceso es largo y puede durar varios años. Por ese motivo, ellos se han formado para poder acceder mejor al mundo laboral.

«Esto es una escuela de la vida», afirma Keila, porque «nos han enseñado muchas cosas; además a valorar cada detalle de la vida, valorar que estemos juntos como familia, poder sentarnos en la mesa a comer, porque cuando uno no está bajo estas circunstancias no se valora, no se ven los detalles». También «he aprendido que existen diferentes maneras de pensar, que no es solo la mía; he ampliado mi tolerancia y aprendido que siempre hay que estar apegado a las normas».

Su hijo, de 16 años, estudia primero de Bachillerato; y su hija, de 11, sexto de Primaria. «A veces están tristes, pero se han adaptado bastante bien aquí, además, les han acogido muy bien a los dos». Ahora, quieren encontrar un trabajo y tener una vida estable para poder quedarse en este país.

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