Pocos mimbres para un verano extraño
Villoruela ·
La localidad salmantina solo ha podido salvar de su intensa actividad estival el campus de fútbol, que ha contado con 80 niñosLa historia de Florentino Hernández posee el mismo hilo conductor que la de su pueblo: el mimbre. Ligado a esta industria, el alcalde de la localidad salmantina de Villoruela, vivió en primera persona, como sus vecinos, el auge y derrumbe de esta actividad, de esto último hace ya una decena de años.
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«Hay algún pequeño almacén, cinco o seis, pero ya no se fabrica y la industria es irrecuperable», explica Florentino, que rememora con nostalgia esos momentos en los que cuadraba el dicho de que quien hace un cesto hace ciento, si le dan mimbres y tiempo. Ahora todo aquello prácticamente acabó «y las tiendas de cestería han desaparecido por la globalización y la producción más barata de los países asiáticos cambió el mercado, donde las grandes cadenas se han comido a los pequeños establecimientos».
Villoruela sufrió esa crisis, como Florentino, de 61 años, que logró salir tras cerrar su empresa –«pasé unos años muy malos», recuerda– y encontró trabajo en el Consejo de Cuentas de Castilla y León, en Palencia. Y no olvida la trascendencia del mimbre «que permitió que los padres dieran carrera a sus hijos», aunque eso supusiera que toda una generación de jóvenes abandonaran el pueblo y no continuaran con la actividad artesanal de cestería, muebles y enseres derivados del mimbre.
Si aquella crisis económica cambió la forma de vida del pueblo, esta sanitaria, por fortuna, no lo ha hecho. «La situación sanitaria no ha sido problemática, con apenas ocho casos, no como en un pueblo cercano con una residencia grande que lo ha sufrido», asegura y advierte que eso no es óbice para que padezcan «una cierta tensión por el temor a un rebrote, sobre todo por las reuniones de los jóvenes».
«Todo esto ha provocado que vivamos un verano triste, en el que no podemos hacer actividades», lamenta Florentino quien explica que «es complicado hacer algo ya que carecemos de un lugar grande en el que poder mantener la distancia de seguridad». «La plaza –añade– no es suficiente porque somos 800 vecinos y con esas normas no cabemos si queremos realizar algún acto». El pueblo se ha quedado sin las fiestas, que eran en torno al día del Carmen, a mediados de julio, «en el que hacíamos una paella para 1.500 personas o una verbena en la que hemos llegado a reunirnos alrededor de 4.000, algo que hubiera sido imposible de controlar». «Y tampoco pudo ser la semana cultural a principios de julio», agrega.
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Pero en el desierto de este verano triste, Villoruela encontró un oasis en el campus de fútbol, casi el único mimbre con el que pueden hacer un cesto de ocio estival. «Hemos podido celebrarlo, en la penúltima semana de julio, con la asistencia de 80 niños y con una decena de monitores», señala para contar que «el campo de hierba y el pabellón son grandes y aunque otras veces eran 120 chavales, lo importante es que se ha podido hacer».
Cercanía
El alcalde presume de un pueblo «al que la cercanía a Salamanca –a solo 15 minutos en coche– ha salvado de sufrir una gran sangría de población porque la gente trabaja en la ciudad y vive aquí». «Tenemos servicios suficientes, con bar, tiendas, centro médico, biblioteca y ese gran polideportivo y solo hace falta la alta velocidad tecnológica y que venga la fibra para que algunos piensen que es una buena alternativa volver al mundo rural», afirma.
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Con esos mimbres se haría un buen cesto, de los clásicos de Villoruela, para retener a quienes prefieren vivir en un pueblo que cuenta con la ventaja de su proximidad a Salamanca. Mientras, tendrá que pasar este verano «en un pueblo muy dinámico que siempre ha hecho muchas actividades», dice Florentino, pero que no cuenta con piscina «porque es una instalación muy cara». Pocos mimbres por el virus, en el verano extraño.
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