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Emiliano Tapia, sentado en uno de los bancos de la iglesia de Buenos Aires, llamada Santa María de Nazaret. Manuel Laya
«La Iglesia debe de estar donde la gente lo está pasando mal»

«La Iglesia debe de estar donde la gente lo está pasando mal»

Emiliano Tapia - Sacerdote de la parroquia de Buenos Aires ·

Su labor pastoral y social van de la mano desde que hace dos décadas fue destinado a un barrio de la capital donde se convive con el narcotráfico

Eva Cañas / word

Salamanca

Domingo, 31 de diciembre 2017, 11:05

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Aunque Emiliano Tapia nació en Torresmenudas hace 66 años y un día (ayer fue su cumpleaños), se puede decir que parte de su ADN ya es del barrio de Buenos Aires. Razones no faltan, por ejemplo, por su defensa del mismo durante estas últimas décadas, en especial, para terminar con el narcotráfico que está allí implantando desde los 90.

El sacerdote de Buenos Aires es un hombre sencillo, cercano, y que como él mismo reconoce, conocer diferentes realidades le ha ayudado a crecer. Entre ellas, la situación de los presos, a los que abre las puertas de su casa cuando quedan en libertad y no tienen un techo donde vivir. Un repaso a su vida, desde la infancia, sirve para comprender los cimientos sobre los que se asienta un sacerdote con un fuerte compromiso social con raíces del Evangelio, adaptado a las actuales realidades del mundo, como la pobreza o la marginación.

Hasta los 10 años vivió junto a su familia en Torresmenudas, después se fue a estudiar a los Salesianos a Andalucía, a Córdoba. Su siguiente destino estaba a unos 800 kilómetros, en Galicia, donde fue a terminar el Bachiller. Emiliano Tapia recuerda como durante su primer año de estudios en Montilla, su padre pagaba cada mes 140 pesetas, «pero a partir del segundo años ya tuve beca y no tuvieron que pagar nada».

Su incorporación a la vida religiosa llegó con los Salesianos, y con 16 años inició su formación en Astudillo, en Palencia, en unos años que recuerda con especial cariño, «fueron muy buenos». Además, la época histórica también le marcó, como el final del Concilio, Mayo del 68 o el cambio en las congregaciones religiosas, etc. Después de pasar un año enAstudillo su siguiente destino fue Medina del Campo, en Valladolid, «donde los Salesianos tenían el estudio de Filosofía previo al inicio del sacerdocio». Al terminar ese primer año se examinaron de la reválida de sexto, y los que aprobaron se fueron a estudiar Magisterio a Guadalajara, como el caso de Emiliano.

Esa etapa de infancia y adolescencia lejos de su pueblo natal la recuerda como de un cambio tremendo:«De no haber salido nunca del pueblo a pasar 34 horas en el tren desde Salamanca hasta Montilla en mi primer viaje, a ver otras realidades...», reconoce este sacerdote. Cuando terminó Magisterio su primer año de prácticas fue en La Coruña, donde trabajaba con tan solo 21 años en un centro de Bachiller de los Salesianos y al mismo tiempo, con las prácticas en un colegio público coruñés.

«Con 21 años tenía que asumir una responsabilidad muy importante, como ser responsable del intersnado del colegio, siete clases diarias, coordinador los deportes, etc. », apunta.

Fueron los años del final del franquismo, del nacimiento de movimientos juveniles y obreros, «hay algo más, no todo termina dentro de un colegio». Después de esa etapa enGalicia, Emiliano inicia sus estudios de Teología en Salamanca, en el Teologado de los Salesianos, «estuve tres años, en los que contacté con la parroquia del Dulce Nombre, donde teníamos un centro infantil y muchas tareas, «que me sirvió para contactar con otra realidad».

En ese momento, los Salesianos querían tener presencia más allá de los centros educativos, abrirse a lo social, a los barrios, y como recuerda Emiliano Tapia, quisieron poner en marcha una parroquia en el barrio de los Pajarillos de Valladolid. Porque como puntualiza este sacerdote, «la Iglesia debía de estar donde la gente lo estaba pasando mal». En julio del año 1977, plantea a su congregación religiosa que quiere otra opción diferente a la educativa y que le gustaría incorporarse al proyecto de Valladolid, pero no les admitieron. Ese mismo verano, abandona los Salesianos y habla con su hermano Joaquín, sacerdote de la Diócesis de Salamanca, para incorporarse a la misma. «Hablé con el obispo DonMauro y me destinó a la zona de Las Arribes, a Villarino de los Aires», relata. Lo primero que tuvo que hacer fue sacarse el carné de conducir. «Allí me incorporé con otro sacerdote, Isidoro Criado, en mayo de 1978 me ordeno como diácono y en enero de 1979 me ordeno como sacerdote», detalla.

Durante los 17 años que permaneció en la zona de Las Arribes, entre otras cosas, descubrió lo que significa la evangelización y el anuncio del Evangelio acompañando a la gente. En el mundo rural, Emiliano vivió el inicio de la Democracia, las primeras elecciones, «la presencia de la Iglesia en la lucha de los pueblos por los servicios mínimos, como los centros de salud», enumera. En ese momento, eran fieles a la realidad de la gente, «a lo que necesitaban».

Los sacerdotes jugaban un papel destacado en los municipios, y estaban al lado de la gente tanto en sus penas como en sus alegrías. En esos años también abrieron las puertas de su casa a los que más lo necesitaban, como a jóvenes y personas mayores que vivían solas:«Intentando sentir que el anuncio del Evangelio es estar y acompañar a personas mayores». Para ello adecuaron la casa parroquial que tenían, que era muy grande, según indica Emiliano.

De su etapa en Las Arribes destaca un año de forma especial, en concreto, 1987, cuando quisieron instalar en la zona un cementerio nuclear. «Fueron nueve meses donde nos organizamos, caminamos por muchos pueblos y tratamos ese tema también en la lectura evangélica y lo que suponía aquello en esa tierra», sentencia Emiliano. Todavía recuerda alguno de los lemas:‘No al cementerio, sí a la vida’, y subraya la defensa de la tierra por parte de sus gentes.

La despoblación

Y a medida que pasaba la década de los 80 y llegaba la de los 90, en aquella zona, como Emiliano apunta, «la vida se empezaba a oscurecer, el futuro se ponía en cuestión, lo que hoy es una realidad, la despoblación, el envejecimiento de aquellos pueblos».

En mayo de 1994 su vida dio un giro por completo al ser destinado a la parroquia del barrio de Buenos Aires. «La iglesia se había inaugurado en 1993 y dada la realidad de la zona querían que hubiera un cura allí», confirma. Las viviendas de este barrio de la capital se construyeron en el año 1983 y no fue hasta primeros de los 90 cuando llegó a la zona el narcotráfico y sus consecuencias.

«En 1994 vivían en Buenos Aires unas 3.500 personas y cuando llegué existían unos ocho o nueve colectivos que querían afrontar esa realidad del barrio, como la desempleo, al mismo tiempo que hacer frente al problema de las drogas», admite Emiliano. Y en septiembre de 1994 se suman todas esas fuerzas y crean la asociación Asdecoba. En 1995, el obispo le encomienda una nueva tarea además de estar en Buenos Aires que es ser capellán de la cárcel de Topas, «otra realidad de empobrecimiento muy dura», según lo describe.

En esa misma época también se hace cargo de dos pueblos, hace ya 21 años:Florida de Liébana yPino de Tormes. «El barrio, la cárcel y el medio rural son tres realidades que hemos intentado unir y de descubrir la situación de empobrecimiento de cada una». Asimismo, desde el año 1998-1999 acoge en su casa parroquial a gente que sale de la cárcel y no tienen donde vivir, «una manera de defender los derechos fundamentales de las personas».

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