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El artista salmantino Florencio Maíllo posa en una de las salas del Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid.
Florencio Maíllo se adentra en el jardín del bosco

Florencio Maíllo se adentra en el jardín del bosco

El artista salmantino expone ‘Del jardín del Bosco’ en el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid hasta el 16 de octubre

Luis Miguel de Pablos

Domingo, 19 de junio 2016, 12:47

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En el panel central de El jardín de las delicias, un jinete cabalga con un huevo en la cabeza, que representa la fragilidad del placer, tan quebradizo como una cáscara. En la parte inferior nos encontramos con fresas listas para ser recogidas. Coger fruta significaba tener comercio sexual. Una simbología que resultaba familiar en la época en la que El Bosco plasmó su crítica a una sociedad ahogada en la corrupción, y que ahora se hace difícil de interpretar.

El pintor flamenco, sin embargo, sigue siendo fuente de inspiración ahora que se cumplen quinientos años de su muerte. Buena culpa de ello lo tiene su famoso tríptico formado por El edén, El jardín de las delicias y El infierno, donde una sucesión de escenas arremete contra los pecados de la época -que no se alejan mucho de los actuales, más de cinco siglos después-. Florencio Maíllo ha bebido de ella antes de inaugurar su última exposición, muy probablemente -según reconoce- «la más importante de mi vida». Para ello, ha aislado El edén y El infierno para quedarse con la parte central. «Me interesa más El jardín de las delicias», apunta, «es una de las obras cumbre en la historia del arte, que ya forma parte del imaginario colectivo por lo que significa y por la brutal imaginación de El Bosco. Aunque lo contemples mil veces, siempre despierta en ti nuevas sensaciones, y constantemente están aflorando en él matices y nuevas sensaciones», explica el artista salmantino, que hasta el 16 de octubre expone en el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid Del jardín del Bosco, donde por primera vez logra reunir una colección completa de 150 dibujos, pinturas y serigrafías. Piezas que de forma aislada se han podido ver, algunas de ellas, en dos exposiciones anteriores como son Del jardín de las delicias al jardín japonés (solo dos) y Trazado sin rumbo, y que de alguna manera viene a complementar la extraordinaria colección de El Bosco reunida en El Prado, muy cerquita del Museo de Artes Decorativas. «Ha sido una agradable coincidencia», reconoce Maíllo, a quien la inspiración le sobrevino a través de la poesía de Luis Melero y su último libro Trazando sin rumbo. «El libro me llevó directamente a El jardín de las delicias, pero nunca pensé en el quinto centenario, y sí en hacer mi propia reflexión de lo que estamos viviendo. Un reverso de lo que refleja El Bosco en esa parte del cuadro, donde se transmite tranquilidad, paz y armonía a partes iguales». La mirada crítica de Florencio Maíllo empieza ahí. «Somos muy destructivos, la mía es una mirada nihilista del devenir humano porque no estamos cargando nuestro entorno. Mi crítica se refiere al consumismo, pero también a lo efímero de nuestra existencia. Falta respeto por la naturaleza y también por nuestros iguales», explica sobre una serie en la que presenta un diálogo con 37 obras seleccionadas por él mismo, y con las que establece vínculos a partir de cinco temas fundamentales: el caballo, el desnudo, las frutas, los vegetales y los contenedores de fluidos. «He creado ese itinerario para que el recorrido guarde relación de alguna manera con eses elementos vinculados a los cinco temas que dan sentido a la exposición y también a la obra de El Bosco», señala, siempre con las escenas de El jardín de las delicias bien presentes. «Da la sensación de que es un paraíso donde cada uno parece ir a lo suyo, disfrutando sin que exista dolor. Me interesa esa armonía, siempre me ha atraído esa luz que desprende», añade. Con ese punto de salida, su crítica desencadena en la propia deriva que ha tomado el ser humano. «Mi mirada es negativa porque somos feroces en nuestra relación con el entorno», reconoce.

En este sentido, el perfil crítico de Maíllo acompaña la mirada de El Bosco y de los pintores de su época, propensos a ensalzar los aspectos más ridículos de sus personajes para provocar un efecto emocional más acusado en la mirada del espectador, lo que es más que evidente cuando se tiene enfrente un cuadro del pintor flamenco.

En cierto modo, el artista salmantino parece dialogar con el pintor burgués nacido en Flandes, en dos época distantes que coexisten en sus cuadros aunque les separen siglos de por medio.

En la exposición que nos propone Maíllo, los personajes aparecen «emboscados tras la ferralla, las esquirlas o los restos de una producción vinculada con el consumismo actual, como los capós de los coches que se superponen a los personajes y separan su espacio del nuestro: nosotros estamos aquí, en esta realidad compleja en la que vivimos, y ellos están ahí, como almas que pertenecen a otro mundo», explica el propio autor. En la serie de serigrafías, por otra parte, lo que hace es emboscarlos tras elementos relacionados con la botánica, con «un herbario que simboliza el archivo de la memoria y con una florecilla que representa lo efímero, lo fugaz».

«Me interesa por una parte el espacio natural, que es donde habitamos, y también el tema del consumo. Esos dos elementos están presentes en toda la serie. Por una parte una crítica al consumismo en que nos encontramos inmersos, que es indefendible y galopante y nos lleva a unos derroteros nada buenos, y por otra parte esa falta de respeto hacia el medio natural», concluye.

En su obra, los personajes de El Bosco quedan «atrapados y ocultos tras una jaula enramada, una alegoría de la memoria y lo efímero, de lo vivo y lo extinto, una mirada al recuerdo inanimado a la vez que al suspiro de lo transitorio», resume Florencio Maíllo sobre un proyecto que vio la luz el pasado 2 de junio y que permanecerá en Madrid hasta el 16 de octubre.

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