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Cecilia Hernández
Lunes, 29 de febrero 2016, 11:46
Puro evangelio. Las gentes de Puente Ladrillo lo tienen claro. Antonio Romo, el enjuto sacerdote de sonrisa perenne, pertenece a su barrio y no lo olvidan ni no lo olvidarán nunca. Es su Gandhi. Su referente. Y ayer demostraron el amor y el respeto que guardan por quien fuera su párroco hasta hace apenas unos meses. Aunque se había «escabullido» en varias ocasiones, como el mismo reconoció, esta vez no pudo decir que no y fue el encargado de pronunciar el pregón de la solidaridad, acto central de las fiestas que cada año por el mes de febrero organiza este barrio salmantino.
El premio Castilla y León de Valores Humanos y Medalla de Oro de la ciudad de Salamanca realizó un repaso de la historia de Puente Ladrillo, desde aquellos primeros comienzos en los que predominaba el chabolismo y las casas se construían sin saber si durarían hasta este 2016 en el que el barrio se acerca a los 7.000 habitantes. Típica historia de barrio de aluvión, que en Puente Ladrillo sirvió de germen a una solidaridad vecinal que aún perdura y, lo que es mejor, aún se celebra.
Porque lo de ayer fue una celebración de esas aventuras pasadas. «Aquí vivía y vivo una primavera donde no aparecen más que flores, lucha, esfuerzo y alegría», dijo Romo, quien confesó también que se emociona «al pasear por las calles de Puente Ladrillo» o al escuchar la misa castellana, tan típica de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, que fue su casa durante más de 30 años.
«Puente Ladrillo forma parte de mis recuerdos de niñez, cuando el tren que venía desde Aldealengua paraba siempre aquí y veíamos un molino de viento», recordó el mítico sacerdote que ha cumplido ya los 75 años. Esas memorias de otros tiempos, de aquellos comienzos desde la nada, se entremezclaron pronto con la vida misma de Romo, cuando desde el seminario aterrizó en el barrio y después se hizo cargo de la parroquia. El trabajo iniciado en los años 60 por otro sacerdote, Heliodoro Morales, tuvo su continuidad de la mano de Antonio Romo y Jesús Arambarri y años más tarde, de Paco Buitrago.
«Se creó un grupo de baile, la escuela de tamborileros, los veranos culturales, la guardería, comenzamos a colaborar con el colegio Todos éramos una familia», continúo el cura, que sigue dirigiendo la casa de acogida que estuvo en Puente Ladrillo y que ahora se ubica en Gomecello, localidad donde dieron frutos otros de los sueños puestos en marcha en el barrio: la huerta y la quesería, con su escuela de pastores. «Creíamos en algo utópico, no teníamos dinero, pero sí mucha ilusión». Y así llegaron también el ropero, los primeros inmigrantes -que se bautizaron en la parroquia-, esa casa de acogida y un largo etcétera de iniciativas solidarias extendidas durante 52 años de trabajo y esfuerzo.
De esa ilusión nació también la empresa de economía social, Miraver Integración. «Nos preguntaron del Ayuntamiento que qué necesitábamos y nuestra única respuesta fue: trabajo», recordó Antonio Romo, que invitó a otros protagonistas de esos años de lucha a contar junto a él sus experiencias y anécdotas.
Romo concluyó su pregón dando «gracias a Dios» por su años en Puente Ladrillo, de los que, dijo, aprendió a «ser más humano» porque el barrio «siempre tuvo las puertas abiertas para todos». Asimismo, prometió regresar de vez en cuando «para llenar los pulmones del aire fresco de este barrio que me ha dado tanto». Tanto que, aseguró, su vida «siempre va a oler a Puente Ladrillo».
Premios de la solidaridad
Y con unos claveles, recogidos por él mismo, y que repartió entre aquellas personas que lucharon hombro con hombro con él por mejorar el barrio, Romo finalizó su pregón, muy emocionado por el cariño de unos vecinos que lo veneran. Llegó el momento entonces de la actuación del grupo folclórico Rescoldo, que sirvió de aperitivo para el otro gran momento de la jornada: la entrega de los premios de la Solidaridad 2016.
En esta ocasión había dos premios ya conocidos por todos los vecinos y otros dos que se mantuvieron en silencio hasta el último momento para asegurar la sorpresa de los premiados.
Antes del pregón y de los premios de la solidaridad, la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción albergó la tradicional misa castellana, que contó con la asistencia de la concejala de Familia e Igualdad de Oportunidades del Ayuntamiento de Salamanca, Cristina Klimowitz. La iglesia se quedó pequeña, una vez más, para recibir a todos los asistentes a la eucaristía, que fue concelabrada por los actuales párrocos del barrio, Tomás Gil y Juan Andrés González, junto a Antonio Romo.
Tras la misa tuvo lugar el reparto de las tradicionales rosquillas. Para caldear una mañana fría y ventosa nada mejor que un dulce casero realizado por las integrantes de la asociación de mujeres del barrio, con la receta personal de Conchi Fernández. «El viernes estuvimos desde las dos hasta las nueve, haciendo masa y friendo», señalaban. El tentempié vino muy bien a los presentes para sobrellevar las horas que quedaban hasta el almuerzo, que una vez más se desarrolló en la Casa de la Iglesia, en la calle Rosario, una vez finalizados los actos de la mañana.
En primer lugar, las asociaciones del barrio agradecieron y reconocieron la labor de esa casa de acogida fundada por Antonio Romo y que ahora sigue su actividad en Gomecello. «Allí funcionamos bien pero lo mejor se ha quedado en Puente Ladrillo: el barrio, las personas, la comida.», reconoció con nostalgia Jorge, el representante de la casa que recogió el plato de barro con filigrana charra que es el trofeo tradicional de estos premios.
De igual modo, el barrio reconoció la tarea incesante de la asociación de mujeres y de las encargadas de que el rastrillo solidario sea cada año un éxito de participación y ventas. Este año no ha sido menos y las responsables, cansadas por el esfuerzo de tres días sin parar, estaban ayer muy satisfechas por la buena acogida que, una vez más, tuvieron los productos que ponen a la venta, todos procedentes de donaciones. Recogieron el premio Conchi y Mati, en nombre de Isabel, Rebeca, Izarra, Lucía, Susana, Feli y Marisol, esto es, el equipo al completo de voluntarias.
Estos eran los premios conocidos. Los reconocimientos por sorpresa fueron a parar a Marcelino, director del coro de niños del barrio, y al matrimonio formado por Carmina y Eladio, ella hermana de Antonio Romo y catequista y él creador de los murales del salón parroquial.
Puente Ladrillo encara ahora el futuro asumiendo nuevos retos. Ser más barrio y seguir unidos son las premisas esenciales, como se dijo en la mesa redonda que tuvo lugar durante esta Semana de la Solidaridad que concluirá mañana con la tómbola de juguetes para los niños. Para eso es tarea de todos reforzar la convivencia y conseguir que las familias lleven a sus hijos al colegio del barrio, el CEIP Nuestra Señora de la Asunción, para que no se pierda ese recurso. Y también lograr que, algún día, Puente Ladrillo pueda tener un centro de salud propio, que evite los desplazamientos a los vecinos.
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