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Marta del Pozo frente a la puerta de su despacho en la facultad de Derecho.

«La violencia de género es el símbolo más brutal de la desigualdad entre sexos»

Cecilia Hernández

Jueves, 26 de noviembre 2015, 12:03

Marta del Pozo, profesora del área de Derecho Procesal de la Universidad de Salamanca, cuenta que poner en marcha los estudios de género en esta institución no fue sencillo. Pero ahora, años después, superadas reticencias y suspicacias, el doctorado y el máster en Estudios Interdisciplinares de Género que auspició junto a la catedrática Ángela Figueruelo reciben decenas de alumnos cada año y hace pocos días fueron merecedores de un premio a nivel nacional, el otorgado por la Federación de Mujeres Progresistas. Detrás, un puñado de profesores, como la misma Del Pozo los define, implicados y convencidos de la necesidad de estos estudios para intentar cambiar la concepción global que tenemos de la sociedad y de las relaciones entre hombres y mujeres.

-¿En qué situación se celebra el día contra la violencia de género?

-Hay que valorarlo desde dos puntos de vista. Por un lado, tenemos mejores leyes de las que teníamos hace unos años, como la de protección integral de las víctimas, la ley orgánica de Igualdad, se han implementado directivas europeas Así que en ese sentido estamos mejor que hace unos años y de hecho las instituciones internacionales reconocen a nuestra ley integral como la mejor del mundo. Pero si se miran la vertiente social y los datos reales nos damos cuenta de que nuestras chicas y chicos, nuestra sociedad, no está interiorizando lo que pretenden esas leyes. La violencia de género sigue existiendo, las mujeres siguen siendo asesinadas y sufriendo cada día en sus casas. Según la última encuesta del Instituto de la Mujer, de este año, hay más de 2,5 millones de mujeres mayores de 16 años que en España sufren violencia de género, casi un 13% de la población. No lo estamos haciendo bien.

-¿Qué está fallando?

-Muchas cosas. Para empezar que no estamos previniendo la violencia de género. Las leyes que mencionaba, cuando entran en actuación es porque ya ha habido violencia. Las medidas judiciales, policiales y penales se aplican cuando ya se ha producido el conflicto pero deberíamos evitar que se llegara a ese punto. ¿Cómo? Con prevención. ¿Y cuál es la prevención? La educación. Esa es la vacuna contra la violencia de género, pero no se lleva a cabo. No estamos educando en, para y por la igualdad a nuestros estudiantes. Ni en los colegios, ni en los institutos ni en la universidad. Aquí, al menos, tenemos los estudios de género pero se debería impulsar la transversalidad en los grados, que en todos los estudios hubiera asignaturas relacionadas con estas materias. Y, por supuesto, también en los colegios e institutos. Se trata de educar en respeto, en tolerancia, en igualdad, en huir del concepto del amor como dominación, como control, escapar de ese mito del amor romántico.

Además, también están fallando los recursos, hay que invertir en estas cuestiones, y los recortes no han ayudado. De hecho, los recortes tienen rostro de mujer porque es el sector poblacional que más se ha visto afectado. ¿Quién se queda en casa para cuidar al enfermo o al mayor si recortas en dependencia? La mujer. Y si recortas en guarderías o en ayudas, pasa exactamente lo mismo. Las víctimas de la violencia de género cuando se plantean salir de su situación se ven victimizadas por el propio Estado, que no les ofrece una salida.

-¿Dónde se encuentra la raíz de este problema?

-Fallamos desde la base. No educamos bien, sólo hace falta ver los catálogos de juguetes, azules para los niños, rosas para las niñas. Hay una serie de estereotipos asumidos como propios que no somos capaces de romper, como que los chicos no deben llorar. O que para que las relaciones funcionen bien, la chica tiene que estar dispuesta a ceder, a no llevar la contraria a su pareja. Y se ve mal que niños pequeños jueguen con muñecas y las niñas con balones. Ya desde pequeños nos socializan de manera diferente y se interiorizan valores diferentes. La mujer, cuidadora, y el hombre a jugar al fútbol. Es tan sencillo como fijarse en los patios de los colegios y observar quién ocupa el espacio: los niños jugando al fútbol, mientras las niñas están en una esquina. Por eso es necesario educar desde el principio, para que los pequeños interioricen estos valores y evitemos estas conductas de violencia de género, que es, no lo olvidemos, el símbolo más brutal de la desigualdad entre hombres y mujeres.

-¿La sociedad se toma en serio los estudios de género?

-No, para nada. Pero no sólo la sociedad sino también muchísimos organismos oficiales. Las agencias que evalúan las carreras académicas consideran al género casi como algo negativo. Para conseguir progresar en la carrera universitaria o investigadora y pasar los filtros, hay que tener un currículo que no tenga que ver con el género porque todavía hay un sector que dice que esta no es una categoría de análisis o una categoría científica. Eso implica que tenemos que trabajar el doble.

En general existe en la sociedad un fuerte ataque contra el feminismo, como si por el hecho de pelear por la igualdad fuera ir en contra de los hombres. Yo lo digo siempre en las conferencias, me encantan los hombres, pero los igualitarios. Con los maltratadores, que son delincuentes, tengo el mismo problema que con los terroristas o con los ladrones. Hay mucho miedo al término feminismo.

-¿Para qué sirven estos estudios?

-Para evitar que se construyan diferencias artificiales entre hombres y mujeres. Para luchar contra evidencias como que las mujeres trabajan más que los hombres, pero tienen menos dinero propio, menos propiedades, menos sueldo. Para evitar que una mujer universitaria tenga que trabajar 2,5 veces más que un hombre para llegar a ser catedrática. La violencia de género no se puede ver parcialmente, sino que hay que darse cuenta del mundo en el que vivimos. No es igual que otra violencia, hablamos de concepciones muy asentadas, hablamos de romper los esquemas, de atacar la base sobre la que se ha construida nuestra sociedad. Esto no es una cuestión de mujeres, es una cuestión de personas. Necesitamos más empuje.

-Pero parece que estos planteamientos no llegan a la sociedad

-No, desgraciadamente no calan. Y hay que preguntarse por qué estas cuestiones no llenan la Plaza Mayor como sí se llenó hace unos días en repulsa por los atentados de París. Y la violencia de género también es terrorismo y también nos toca de cerca, porque víctima puede ser cualquier mujer por el hecho de ser mujer, pero no somos capaces de salir a la calle y de gritar que ya está bien.

-¿Puede ser que todos tengamos asumido que estos casos suceden y nos hayamos acostumbrado?

-Desde luego. Es algo muy interiorizado en la sociedad española y de hecho existe un libro, de Miguel Lorente, que se llama Mi marido me pega lo normal. Hay que tener en cuenta que durante muchos años, no tan lejanos, en España el maltrato se consideraba una parte más de la relación de pareja a través del denominado débito conyugal. Además la sociedad está empezando a generar tolerancia, es decir, que vemos una noticia de una mujer asesinada y lo asumimos como algo natural y deberíamos salir a gritar cada día que pasa. Y debería haber una cuestión de Estado, más allá de las ideologías. Esto no es de verdes, amarillos o naranjas. Cualquier ser humano de bien, sea del partido que sea, tiene que querer que los hombres y las mujeres sean iguales.

-¿Y qué se puede hacer para colaborar?

-Todos tenemos en nuestra mano, día a día, la lucha en pro de la igualdad y contra la violencia de género. Es tan sencillo como no reírnos de los comentarios machistas, parar los pies a un amigo que acosa a su novia, preocuparnos si vemos a una amiga alicaída, no admitir determinados chistes o determinados tópicos Cada día se pueden hacer muchas cosas. Pero lo tenemos todo en contra: no hay educación, no hay inversión. Y luego está la imagen que nos dan las series, las películas, algunos programas de televisión, las canciones de moda Son los referentes que tienen nuestros jóvenes y son terribles porque promueven esa imagen de la mujer sometida, del acoso como form de verdadero amor. Tampoco nos ayuda el lenguaje o la presión que existe sobre las mujeres para que justifiquen continuamente sus decisiones personales, sobre si quieren hijos o no, o por qué no se casan. Es todo un cóctel que nos lleva a dónde estamos, a que España haya descendido muchos puestos en la lista mundial de indicadores por la Igualdad.

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