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Miguel Indurain acababa de ganar su quinto Tour, y el verano deportivo se llenaba de alabanzas hacia el ciclista navarro, con el fútbol en un segundo plano. El Real Valladolid de Rafa Benítez se concentraba en Los Ángeles de San Rafael, donde apenas llevaba una semanas de 'stage' después de un descenso doloroso a Segunda, tras la «historia de un fracaso», como titulaba El Norte de Castilla la crónica del último partido ante el Albacete, en la que los manchegos se quedaban con el 'play off' de descenso y el Pucela con billete directo para la categoría de plata.
Benítez valoraba en las horas previas a uno de los episodios más surrealistas del fútbol español, que su equipo necesitaba dos delanteros para afrontar «con garantías» el regreso a Primera, y un tal Alen Peternac llegaba a la concentración segoviana «a prueba». Sin embargo, todo cambió en unas horas, en un capítulo que quién y quién menos lo firmaría para el término de la presente temporada.
El martes 1 de agosto de 1995 los cimientos del fútbol español se tambalearon, después de que el presidente del Real Valladolid, Marcos Fernández, acompañado de un notario, en el último día de inscripción en la Primera División (lunes, 31 de julio) exigiera la documentación a todos los clubes a quienes correspondían las plazas. El empresario leonés comprobó que Celta y Sevilla no cumplían los requisitos de la entonces LFP (Liga de Fútbol Profesional) en relación a los avales económicos que exigía la Ley del Deporte de 1990. Por tanto, correspondía el descenso de estos equipos, a lo que siguió la solicitud por parte del presidente pucelano del ascenso de Real Valladolid –y, colateralmente, el Albacete–.
La Liga decidió descender en base a la normativa a sevillistas y celestes a Segunda División B, lo que propició que se produjeran manifestaciones en protesta por el descenso administrativo. «No tenéis cojones de mandarnos a Segunda B», espetó Luis Cuervas, presidente por aquel entonces del Sevilla FC, dirigiéndose a la figura de Jesús Samper, secretario general de LaLiga.
En total, faltaban 85 millones de pesetas (510.000 euros) al Sevilla FC y 45 millones (270.000 euros) al RC Celta para cumplir con los requisitos impuestos. En concreto, la LFP exigió a todos los clubes de Primera presentar un aval correspondiente al 5% del presupuesto de cada equipo que funcionaba como una provisión de posibles deudas futuras.
Desde los despachos, políticos de renombre como Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro de Presidencia, o Felipe González, presidente del Gobierno y sevillano de nacimiento, intercedieron en busca de una salida. «No se puede castigar a la gente», sentenciaba públicamente Rubalcaba.
La presión popular y política comenzó a desgastar la rigidez de la LFP, gracias en parte al trabajo del Consejo Superior de Deportes (CSD) y de su por aquel entonces presidente, Rafael Cortés Elvira, que obligó a modificar el calendario liguero y a readmitir a los dos equipos obligados a un descenso administrativo. Tampoco se podía rectificar la permanencia del Albacete y del Real Valladolid, pues eran miembros de Primera de pleno derecho. Así, el CSD propuso dar pie a una liga con 22 equipos.
Finalmente, el 16 de agosto de 1995 la liga se reunía de urgencia en Madrid con representantes de los 38 clubes del futbol profesional. Durante la asamblea, el presidente del Atlético de Madrid, Jesús Gil, sintetizó la solución: «¿En qué quedamos? ¿22 equipos? ¿Estamos todos de acuerdo? ¿Sí? Pues aprobado». No obstante, la imagen del acuerdo fue el apretón de manos entre Ramón Mendoza –presidente del Real Madrid CF entre 1985 y 1995– y Joan Gaspart –mano derecha de Josep Luis Núñez en el FC Barcelona– tras una breve charla: «Ramón, ¿estás de acuerdo? Tú, sí; yo, también», apuntaron ambos directivos, tal y como recoge Vozpopuli.
Así, la liga de 22 equipos fue instaurada para las temporadas 1995-96 y 1996-97. Sevilla, Celta, Valladolid y Albacete compartieron dicha permanencia en Primera, marcando un precedente histórico. El experimento de 22 equipos tuvo su fin en 1997. Concluidas las dos temporadas excepcionales, se determinó que cuatro equipos descenderían directamente y solo dos ascenderían.
En ese periodo, Zorrilla vivió grandes momentos, tras la llegada de Vicente Cantatore, la salvación primero, y la clasificación para Europa en la temporada siguiente, sin que el aumento de descensos afectara al club.
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