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Julio Martínez
De identidades y héroes

De identidades y héroes

Julio Martínez García, editor

Santiago Hidalgo Chacel

Domingo, 22 de febrero 2015, 15:56

Sopesa Julio Martínez (Valladolid, 1951) sus primeros meses de jubilado voluntario empujado por la zozobra de los tiempos modernos y las próximas citas electorales. Y obligado a echar la vista atrás, a veces se reconoce como un abogado de corto ejercicio; otras, como periodista de compromiso aunque de escasa dedicación y las más, como un funcionario autonómico con clara vocación social. Fue allí donde encontró las mejores experiencias vitales, en Zambrana. Allí donde fue a apuntar todas esas historias cervantinas de reformatorio en forma también de once relatos deportivos que ahora aguardan su momento de hacerse públicas. No hay prisa, pero seguro que, como él dice, un día le apetecerá «sacarlas a la luz antes de echar el cierre a la tienda». O lo que sea.

De forma transversal tal vez, o vivencial más bien, Julio encontró otra de sus pasiones. No la única. Los libros. Un lector apasionado que un buen día casi por azar, como surgen muchas de las buenas ideas, se decidió a poner en marcha una editorial: Fuente de la Fama. El malogrado Rafael Martínez Sagarra le entregó unos cuentos sobre la guerra civil que Julio leyó. Su respuesta fue: «No entiendo mucho de editoriales, aunque conozco las imprentas, pero si lo publicamos y nos va mal, perdemos como mucho unas vacaciones». Así se lanzó con el primero, Las botas del italiano, de los más de treinta libros que llegarían después. No fue la única empresa conjunta con Rafa. Otra, poner en marcha al lado de Toño, claro, los premios literarios Café Compás. «Quiero hacer un certamen literario para saber cómo se mangonea», le decía Rafa. Y se hizo, aunque las ínfulas de este seguro que fueron hacia otros terrenos. Hasta que le llegó el aliento.

Con temática deportiva, Fuente de la Fama publicó tres ejemplares, los dos primeros dos éxitos, y el tercero, no tanto. A través de ellos, Martínez es capaz de trasladar sus pensamientos acerca del deporte, la sociedad, sus experiencias

Con el primero de ellos (Días de gloria), un compendio de escritos de diversos autores entre ellos Gustavo Martín Garzo, Vicente Álvarez o Julio Valdeón, el editor pretendía que fueran relatos que «vincularan el deporte, no con los éxitos, sino con la gloria».

Tras él, su segunda incursión deportiva llegó con VRAC, Quesos Entrepinares, un libro de culto en la entidad que tiene su intrahistoria particular: «Yo seguía el rugby. Me fui metiendo hasta convertirme en uno de la casa. Como señalaba Fukuyama, el mundo latino, con sujeto, familia y el Estado, solo va a progresar si tiene esas sociedades intermedias (la mafia o las universidades americanas), universos de confianza entre el sujeto y la familia. Esto pasaba en el Quesos. Funcionaba como una sociedad intermedia. Uno necesitaba un fontanero, o un móvil o preparar unas oposiciones a bombero, y siempre había alguien en el club que podía suministrártelo. Así también jugaban y por eso mismo ganaban», relata Julio.

Su tercer libro, José Luis Saso, el hombre que cumplió sus sueños, pretendía buscar, a través de este ilustre personaje que fue todo en la historia blanquivioleta, las señas de identidad del club. Fue el que menos ha funcionado aunque los propósitos de Julio eran meridianos. «No creo que se entendiera. La afición no es consciente de la importancia de la identidad. Por ejemplo, con el traslado del campo el club sufrió un secuestro de su identidad. El día en que el Real Valladolid salió del viejo estadio tiró parte de su identidad y memoria por la taza del váter». Así de duro se manifiesta Martínez. Para él, los Cardeñosa, Fernando Redondo, Lizarralde, Toño o Borja identifican una manera de jugar al fútbol a caballo entre Primera y Segunda, pero ubicados siempre al final del paseo de Zorrilla, la frontera, el camino andado. «En el andar hacia el campo la gente se sentía parte de la afición, como sucede con el caminar del Liverpool. Se configuraba y escuchaba la masa oliendo a farias y a coñac. Ahora, se sube en coche o autobús y a duras penas eres amigo del de al lado».

Con Mendilibar pensó que iba a darse un cierto camino de vuelta hacia esos signos identificadores. «La presión que metía al juego hacía que pasase algo siempre. El vasco era un tipo pequeño, religioso. Era literatura pura. En un momento pensé en afrontar algo sobre él», relata Julio, que confiesa haber visto el mejor fútbol del Valladolid ese año del ascenso.

La conversación converge hacia el respeto por el juego. Ya su padre, futbolista del Plus Ultra, filial del Madrid, en un momento se rasgaba las vestiduras cuando viendo disputar un partido de peñas en la Finca de Lourdes observaba el maltrato hacia la pelota y hacia el juego. Devoto confeso del juego y forofo de este, más que de equipos («al contrario de la mayoría de la gente»), para Julio siempre estará en la memoria el comentario de Alfredo Di Stéfano cuando, al lado de José Ángel de la Casa, comentaba un partido del Mundial de Italia entre España y Yugoslavia. En el minuto 91, Stojkovic marcaba para los balcánicos el gol de la victoria. De la Casa se quedó mudo, y a don Alfredo se le ocurrió decir: Che, vaya golazo que metió el zurdo.

Amante del balompié por televisión, en muchas ocasiones en la soledad del sofá, y del Arsenal, modelo de juego desvergonzado y arrogante, Julio salió escaldado el día que acudió a un palco vip del Estadio Zorrilla («eso era otra cosa»). Ve en el fútbol «un futuro magnífico ya que, como dice Valdano, el balón tiene tal capacidad de ilusionar que puede retornar todos los años».

Y aunque esta temática no parece tener secretos para él, sí hay circunstancias que no acaba de interiorizar: «Mi amigo Fernando de la Fuente Canas (entrenador de rugby del VRAC durante muchos años) siempre dice: De lo que yo entiendo de verdad es de fútbol. A mí me dan el Real Madrid y lo meto en semifinales de la Copa de Europa por lo menos. Un tío tan listo como él, yo a veces pienso que dice la verdad». Que siga la pasión.

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