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A la izquierda, Chatún (Tordesillas); a la derecha, Marcos André (Real Valladolid), ambos en sus partidos de Copa. R. Jiménez/Marcos Calvo
Partido de vuelta

La mentira del fútbol

«El día de la Copa, Chatún salió de su casa al amanecer, impartió clase en el instituto, cogió coche y luego corrió, sufrió, peleó y marcó. Sin alardes, ni algodones. Fútbol de verdad, sin pompa»

Viernes, 31 de octubre 2025, 12:24

El fútbol es el Pinocho de la industria del deporte. Destila más postureo que verdad. En realidad, es algo parecido a un ecosistema de ficción, ... en el que los actores actúan como estrellas cuando están dentro y se estampan de bruces contra la vida real cuando el propio entorno les expulsa, bien por incompetencia o por edad. Entonces se produce una extraña humanización que desnuda al personaje y le provoca un aterrizaje forzoso que muchas veces termina en drama. La burbuja explota y quedan al descubierto hábitos adquiridos que, cuando la fama pierde el suflé, carecen de sentido.

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El Tordesillas (Tercera Federación) estuvo a punto de eliminar al Burgos (Segunda División) en la primera ronda de la Copa. Marcó Carlos Alonso Villacorta. Su apodo es Chatún, el nombre de su pueblo. El día del partido, Chatún salió de su casa al amanecer, impartió clase en el instituto en el que es profesor de Educación Física y vuelta al hogar. A las 15.45 su voz sonaba en la Cadena Ser, en el programa de Tornadijo. El partido comenzaba a las 19h. Teniendo en cuenta que entre Chatún y Tordesillas hay más o menos una hora, apenas tenía tiempo para comer, descansar unos minutos, coger el coche y vestirse de rojiblanco. Lo hizo, corrió, sufrió, peleó, saltó, empujó y marcó. Un golazo, por cierto. Sin alardes, ni algodones. Fútbol de verdad, sin pompa, rudo y veraz. Imagino que los jugadores del Burgos tendrían otras rutinas muy distintas antes del duelo. Para eso son élites escogidas para bailar sobre el verde. Y eso que en Segunda hay menos tontería que en Primera. Pues casi se van para casa contra un equipo de currantes que disfruta del deporte sin artificios. A lo mejor ahí está la clave, en la diferencia entre la pasión y la obligación. Por eso unos lo viven y otros lo lucen, a veces lo padecen. Unos miran por encima del hombro y el resto, los que están en el barro, no entienden de clases. Dos porterías, un rectángulo de juego y un balón. Ahí, en ese espacio, se acortan los escalones entre la mal entendida zona noble y el pueblo llano.

Este ejercicio demuestra que no hace falta tanta parafernalia para ser futbolista. De hecho, me gustaría ver a muchos de los que se pasean con el mate y las gafas de colores, comiendo tres horas antes del partido, conduciendo 70 kilómetros y saliendo a comerse el césped. El Pucela no tuvo tanta suerte como el Burgos. El Portugalete, una categoría inferior a la de su filial, le abofeteó y le demostró que el fútbol es otra cosa. Almada reconoce que les falta precisamente eso, fútbol. La Copa es un acelerador de la desnudez de la élite. Salgan de la burbuja, actúen con normalidad, ábranse a la ciudad y al aficionado, lloren en la derrota y sonrían en la victoria, pero sobre todo disfruten de su profesión porque, partidos como el de Portugalete, bendita tele que nos impidió ver el bochorno, demuestran que los futbolistas del Real Valladolid quieren llegar al éxito sin salir de su idílico hotel de bienestar. Solares debería dar una vuelta al proyecto antes de que sea demasiado tarde. La trayectoria en Liga es preocupante, pero perder ante un rival de quinta enseña las costuras de una plantilla abúlica y un entrenador incapaz de enderezar el rumbo para que su equipo tenga el nivel mínimo de juego para superar a un contrario que solo tuvo que aplicar verdad para ridiculizar a la gran mentira que representa el negocio rey.

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