¿Tregua en el Real Valladolid?

La afición habló de nuevo, esta vez en el Carlos Tartiere, y se volvió a escuchar el cántico pidiendo la dimisión del entrenador justo en el momento de la celebración del gol de Marcos André. Podemos debatir si fue en un buen o mal momento o si esto es positivo o negativo para el equipo, pero lo que no admite discusión es que el reclamo de la gente no es por una cuestión resultadista. Y es que entender a Pezzolano es cada día más difícil.

Por primera vez, su intervención en el partido fue positiva para el equipo, pero tuvo que hacerlo para solucionar un error suyo de planteamiento; la obsesión enfermiza con Kenedy le está privando al equipo de Raúl Moro, uno de los más destacados hasta ahora, al que, además, le ha colocado injustamente la etiqueta de revulsivo; sigue sin contar con Garri prefiriendo poner a un jugador fuera de su posición en lugar de darle confianza al canterano y ya lo de dejar a Marcos André en el banquillo por decisión técnica cuando no tiene competencia real (Sylla es inofensivo y Cédric jugador de un contexto muy determinado) es directamente tirar piedras contra nuestro propio tejado.

Entrenador y afición parecen estar a una distancia insalvable. Su crédito, para mí, se agotó ya antes de terminar la temporada pasada y sus decisiones me parecen cada día más incomprensibles. Sigo pensando que no está capacitado para llevar a este equipo al (supuesto) objetivo del ascenso y que lo mejor sería tener un entrenador que conozca mejor la categoría. Sin embargo, si tras el empate contra el Elche se le pedían resultados y los ha logrado en los partidos posteriores aunque no hayan sido las victorias más brillantes de la historia es justo darle ahora un pequeño margen. Puede ser pan para hoy y hambre para mañana, pero prefiero que el equipo se construya desde las victorias aunque el entrenador no sea santo de mi devoción. Eso sí, firmar una tregua y concederle la última oportunidad de redención no significa mirar para otro lado. Más bien es justo lo contrario.