Humillación y autosabotaje
«El Real Valladolid es una máquina imparable de fabricar irritación, desilusión y tristeza,... cuyo objetivo es comprobar dónde se encuentra el límite humano de la paciencia»
Alberto Cuesta
Jueves, 30 de octubre 2025, 12:05
Si algo queda claro después del partido en Coruña y la humillación histórica (otra más) sufrida en Portugalete, es que el Pucela es experto en ... dispararse en un pie, tirar piedras contra su propio tejado, meter el palo en los radios de su rueda, cavar su propia tumba y tropezar infinitas veces con la misma piedra. Resumiendo: el Real Valladolid es el peor y más despiadado enemigo del Real Valladolid. No solo esta temporada: en los últimos tiempos, es recurrente ver errores graves que guardan poca relación con la calidad individual o la aptitud del futbolista de turno, sino, más bien, con desconocer el deporte que practican, no interpretar qué pide cada momento de un partido y no ser capaces de adaptarse al contexto. Siempre hay excepciones, claro. Hay errores groseros que son fortuitos, pero lo de Marcos André y Pablo Tomeo en Riazor es injustificable e inaceptable. También observamos habitualmente una falta de actitud y de profesionalidad impropia en estos niveles. De un tiempo a esta parte, parece que el perfil favorito de toda persona responsable de confeccionar la plantilla es el del futbolista que no sabe jugar al fútbol y, además, tampoco le apetece demasiado.
El Real Valladolid es una máquina imparable de fabricar irritación, desilusión, vergüenza ajena y tristeza, que lleva muchos años sometiendo a su afición a un experimento social cuyo objetivo parece ser comprobar dónde se encuentra el límite humano de la paciencia. Es una tras otra, sin parar, como un martillo pilón infatigable capaz de resistirlo todo. Esta vez, cuando todo parecía ir por el buen camino en Riazor, gracias a una gran primera parte, teniendo el control del partido, llegando con peligro, generando ocasiones y con el marcador a favor, llegó la segunda parte y, primero Marcos André y después Tomeo, nos recordaron que en el Real Valladolid no cabe la esperanza. Después llega la Copa del Rey y el camino se convierte directamente en una tortura.
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No faltará quien piense que estoy exagerando porque también hay cosas buenas que se pueden rescatar, destacar y valorar del partido contra el Deportivo de La Coruña, y tendrá más razón que un santo, pero aquí hablo desde mi perspectiva personal, intransferible y agorera. Me resulta muy complicado asimilar que en un buen partido, del que se pueden extraer cosas positivas para construir a partir de ellas, se acabe convirtiendo en una nueva entrega de una serie dramática que ya cuenta con tantos episodios que ignorarlos es un ejercicio de irresponsabilidad. Tampoco faltará quien vea como algo positivo caer en Copa del Rey, restando importancia al ridículo de magnitudes cósmicas que hemos tenido que sufrir, porque así el equipo se puede centrar en Liga. Esta falacia se desmonta rápidamente: por un lado, los datos reales y objetivos dicen que nos suele ir mejor en Liga cuando mejor nos va en Copa. Por otro lado, llevamos 18 años sin llegar a cuartos de final y no veo que en Liga seamos la versión castellana del Bayern de Munich, precisamente.
El Real Valladolid necesita dos cosas para salir del profundo pozo en el que se encuentra a nivel deportivo e institucional en lo que llevamos de siglo: que el entorno eleve el nivel de exigencia y deje de normalizar actuaciones ridículas y humillaciones históricas y que todos los responsables de hacer que este club vuelva al lugar que le corresponde dejen de sabotearse a sí mismos.
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