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La localidd de Montes de Valdueza es un pintoresco remanso de paz.
Contra el mundanal ruido, Bierzo

Contra el mundanal ruido, Bierzo

Curvas, arte y pueblos con encanto se esconden en lo más profundo del Valle del Silencio

javier prieto gallego

Viernes, 18 de julio 2014, 18:26

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A la vista de lo que hay resulta difícil imaginar cómo debían pintar en la profunda Edad Media los apartados rincones montañosos por los que baja el río Oza, culebreando entre precipicios, hacia la localidad de Ponferrada. O a lo mejor no tanto: si hoy ese apartado valle, al que sólo se puede llegar por una estrecha carretera o en helicóptero, parece el fin del mundo, en el siglo VII debía de ser como el fin del Universo o la antesala del cielo o del infierno, dependiendo de los merecimientos de cada cual.

Ese valle sigue siendo hoy tan estrecho y arriscado como en el siglo V, cuando al visigodo san Fructuoso le dio por buscarse un lugar tan apartado y remoto como para que no le encontrase nadie, ni con revelaciones divinas. Sólo que entonces sus bosques serían como selvas feraces, bien surtidas de lobos, osos y muchas otras alimañas varias.

En aquel entonces este valle leonés, en el que no existían poblaciones conocidas ni pillaba de paso hacia parte alguna, no podía ser otra cosa que un escondrijo seguro hasta el que uno sólo iba o por apartarse del mundanal ruido o por estar más cerca de Dios. O por ambas cosas. San Fructuoso venía de fundar el también remoto monasterio de Compludo y, harto de las aglomeraciones de su conventín, se echó monte arriba en busca de un lugar en el que orar y laborar sin ruido.

Tierra de ermitaños

Así es como arranca la historia de santos y ermitaños que buscaron en las orillas del río Oza y entre las faldas septentrionales de los montes Aquilanos un lugar especial en el que cultivar su santidad, poblando muchas de sus cuevas naturales hasta terminar por convertirlas en santuarios rupestres o levantando pequeños monasterios que, con el tiempo, devinieron en centros de peregrinación hasta los que se llegaba en busca de la fórmula de sacrificio y aislamiento que garantizaba un sitio en el cielo.

Algún tiempo después de la remontada de san Fructuoso en busca del cielo, concretamente a finales del siglo IX, san Genadio, otro santo amante del silencio, encontró en este mismo lugar el escondite perfecto desde el que regatear las tentaciones del mundo. Es entonces, sobre todo a partir de la llegada de san Genadio, cuando la zona alta del valle comienza a poblarse de ermitaños, de monjes o exilados que vienen hasta aquí para habitar las frías cárcavas que la piedra caliza va ahuecando a su propio ritmo.

La presencia en esta zona de El Bierzo de dos templos mozárabes de factura impecable, Santiago de Peñalba y Santo Tomás de las Ollas, hablan de una comunidad mozárabe, puede que de procedencia cordobesa, llegada al valle con ánimo de olvidar los vaivenes de una Reconquista que, en el sur peninsular, tuvo que parecer eterna.

También debió de parecerles que aquí, en el regazo de un valle al que sólo podía accederse por un estrecho y peligroso camino, rodeados de cumbres con altitudes superiores a los dos mil metros, ganara quien ganara el envite contra el Islam, nadie vendría a buscarles. Y acertaron.

Los afanes fundadores de san Genadio y sus seguidores doce monjes echados para adelante se rastrean hoy en dos rincones fundamentales del valle: el monasterio de San Pedro y Santiago de Peñalba.

Las localidades más pintorescas

Algo después de su llegada a estos lares y tras recomponer lo que entonces quedaba del monasterio San Pedro de Montes, fundado en su momento por san Fructuoso, inicia, un poco más arriba aún, la construcción de un monasterio dedicado a Santiago. El único resto que ha sobrevivido de esta última fundación es la hermosa iglesia de Santiago de Peñalba, tenida por los expertos como una auténtica joya del mozárabe leonés.

El único camino posible, al menos en coche, hacia este oasis de espiritualidad arcaica, arranca en Ponferrada para buscar, en un primer momento, la carretera hacia San Esteban de Valdueza. Desde ese nudo, ya con mejor indicación, se toma el ramal que caracolea hacia las alturas de los Montes Aquilanos dejando atrás las localidades, pintorescas todas, de San Clemente, primero, y Montes de Valdueza, a la que se llega tomando un corto desvío.

El desvío hasta Montes de Valdueza resulta ineludible para quien se decida a explorar con calma estos espirituales repliegues montañosos. Junto a inmensos bosques de castaños, y a los pies de un pueblo que parece atascado en un pasado bien remoto, queda el monasterio de San Pedro, refundado por san Genadio y que sobrevivió hasta que las desamortizaciones del XIX y un incendio posterior le dejaron en el limbo de los monasterios abandonados.

De vuelta a la carretera que remonta el valle, al final del todo, en un regazo abierto de cara a la montaña de la Aquiana, se explaya Peñalba de Santiago, pueblo de postal, tejados pizarrosos y chimeneas humeantes que ni pintiparado para olvidarse del mundo y sus machaconerías tediosas. Otra cosa es que si san Genadio levantara la cabeza le daría un pasmo al ver las aglomeraciones que llegan a montarse algunos fines de semana. La belleza de su estampa ancestral y el espectacular enclave montañoso que la rodea atraen cada fin de semana decenas de visitantes. Tantos que a veces es imposible acercar el coche.

En cualquier caso, el espectáculo que se ofrece bien merecen tanto el revoltijo de curvas como los trajines del final. La estampa es de película: en medio del mar de tejados de pizarra que cubren de manera uniforme todas las construcciones del pueblo despunta, como la vela de un buque, la espadaña de la iglesia de Santiago. Esta iglesia mozárabe es en realidad el único trozo superviviente de aquel monasterio que fundara a finales del siglo IX san Genadio.

El templo es una maravilla tan llena de enigmas como de hermosura, empezando por la espléndida portada de arcos geminados de herradura apoyados sobre capiteles de mármol y terminando por la colección de grafitis dibujados en la Edad Media sobre el yeso de las paredes desnudas, apuntes, caricaturas y trazos que hablan de la vida cotidiana de una comunidad de monjes perdidos entre montañas.

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