Otras maneras de mirar Segovia
La ciudad del Acueducto ofrece tantas vistas que es imposible abarcarlas todas en un día
Rafael de rojas
Jueves, 24 de septiembre 2015, 18:59
Si uno quisiera recorrerse en un día los miradores más destacados de Segovia y alrededores, debería caminar durante 3 horas y 9 minutos, recorrer 14 kilómetros (la mitad cuesta abajo) y subir unos 426 escalones. Pero abarcarlos todos es imposible, porque los lugares con buenas vistas de Segovia son la mayor parte de las ventanas de esta ciudad a dos aguas, que cuando no dan a un monumento romano o medieval dan a una sierra o a un ejército de tejas mate. Por no decir los miradores móviles, de los que luego hablaremos.
Una ruta sensata de mirador en mirador empieza por la plaza del Azoguejo, temprano, a la hora en la que el sol de verano no es todavía una hoguera y los grupos de turistas se arraciman despacito y contemplan por primera vez el Acueducto entre legañas. El mirador más céntrico de la ciudad, el del Postigo, está en su extremo norte y ofrece una panorámica completa de unas montañas que son como de la familia para los segovianos: Peñalara, Siete Picos (aunque solo cuento seis desde aquí), La Bola del Mundo (Navacerrada para los madrileños), Montón de Trigo y Montón de Paja y La Mujer Muerta. Pero el motivo por el que suben la mayor parte de los turistas hasta aquí son las piedras que separan en dos este paisaje lejano: el Acueducto. Desde aquí se contempla casi completo su trazado en superficie, así como el barrio de El Salvador (a la izquierda) y los Altos de la Piedad (a la derecha).
Al mirar el perfil sin sombra de los Altos, se ve lo fácil que es salirse de Segovia en cuanto aceleras el paso. Desde su cima parten los globos aerostáticos a los que son tan aficionados los visitantes, que han conseguido que en la ciudad haya varias empresas que ofrecen este servicio de mirador en movimiento. Sin vértigo y en un día climatológicamente adecuado (lo ideal son vientos de 12 kilómetros por hora) el pasajero se lleva una fotografía de la ciudad posando de maqueta. El otro mirador móvil es el segundo piso del bus turístico, que recorre durante 50 minutos la ciudad desde una perspectiva ligeramente superior a la habitual, por alto que uno sea.
Entre seminarios, palacios de gobernadores civiles y cochinillos en oferta se alcanza la Plaza Mayor con su faro, la torre de la Catedral, abierta desde hace tan solo unos meses al sufrido público que se atreve con sus 190 escalones. Del templo tardogótico, visto desde otros miradores, escribió Ortega y Gasset: «A la mano siniestra, allá lejos, navega, entre trigos amarillos, la catedral de Segovia, como un enorme trasatlántico místico que anula con su corpulencia el resto del caserío. Tiene a estas horas color de aceituna, y por una ilusión óptica parece avanzar hendiendo las mieses con su ábside. Entre sus arbotantes se ven recortes de azul, como entre las jarcias y obenques de un navío».
Subirse a su palo mayor está diariamente al alcance de 40 personas en cada uno de los tres turnos fijados (a las 10, a las 12 y a las 16 horas). La ascensión se hace en tres etapas «hacia lo trascendente» apunta el guía José María Rubio, didactizante exprofesor que muestra la casa del campanero y explica las diferentes funciones de las campanas, «el medio de comunicación de la época». De muchas épocas, incluida esta, aunque ya no lo lea casi nadie. La vista desde el campanario resulta ser la más completa de todas: 360 grados céntricos en los que lo único que se ve a medias es el Acueducto, semioculto tras una de las cúpulas. Tampoco se divisa La Canaleja, el mirador sorpresa puesto a mitad de camino de la Calle Real y desde el que se puede simultanear el bullicio a las espaldas con una vista oxigenante de la sierra al frente.
El barrio de las Canonjías era el más bonito de la ciudad para los artistas Ignacio Zuloaga y Mauricio Fromkes, que se establecieron aquí. Por él se llega hasta el jardín que lleva el nombre de éste último, con unas amplias vistas al valle del Eresma, al norte, hacia Cuéllar. En primer término se ve de cerca el Paseo de la Alameda y el Monasterio del Parral, mientras que a la izquierda aparecen la enigmática iglesia templaria de la Vera Cruz, sola en mitad del camino a Zamarramala, y la Fuencisla, el templo clave de la espiritualidad popular segoviana. A la derecha, y bastante más lejos, la vista alcanza hasta el Parador de Segovia, que no está en Segovia, si no en La Lastrilla.
Todas estas localizaciones ofrecen la posibilidad de acercarse a ellas para mirar la ciudad al revés, de fuera a adentro. Así lo hizo Quevedo, que alaba una de las muchas entradas panorámicas a la ciudad: «En estas pláticas vimos las casas de Segovia y a mí se me alegraron los ojos», escribió. Lo cierto es que sí que alegran: las vistas desde el mismo Parador o el restaurante La Postal (ubicado en un vagón restaurado) consiguen el efecto de tenerte contemplando una ciudad de mucho empaque como quien mira un decorado o un juguete. Pío Baroja hizo lo mismo desde la Vera Cruz: «sobre el cáliz verde veíase el pueblo, se destacaba sobre la masa verde de follaje, contorneándose, recortándose en el cielo de acero y ópalo».
Ambos miradores son muy adecuados para una noche de buena luna, especialmente el de La Postal, desde donde se obtiene un picado del Alcázar que la hace pasar por fortaleza temible. En los jardines del monumento, una niña grita lo que todos piensan: «¡Un castillo de princesa!» Quizás le parezca otro cuento cuando haya terminado de subir los 156 escalones hasta su panorámica torre.
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