'Anora' y los tres grandes ingredientes para triunfar en los Oscar de 2025
La cinta se alza con los principales galardones de la gala, entre ellos, mejor película, dirección, actriz y guion original
Hay dos claves básicas para una buena comedia: ritmo en la superficie y, de fondo, una tragedia encubierta. Si hubiera que sumar un tercer ingrediente ( ... y hay que hacerlo sí o sí), entonces habría que añadir unos actores inspirados. Y voilá.
Decirlo es fácil. Conseguirlo ya es otra cosa.
El primer tercio de 'Anora' (gran triunfadora de los Oscar 2025) es un torbellino de sexo, neones y desmadre que uno no sabe muy bien por dónde va explotar. El hijo multimillonario de un traficante de armas ruso (un patán infantiloide guiado por sexo, alcohol y play station) se encapricha de Ani, una joven prostituta que durante los primeros minutos masca más chicle que Ancelotti en el banquillo. Vale. Salen juntos, él paga por su compañía, follan, la lleva a su casa, follan, la invita a sus fiestas follan y, arrebatados ambos por el subidón, deciden casarse en Las Vegas. Cuando la familia de él lo descubre, entran en acción tres empleados (¿sicarios? ¿resuelvembrollos?) con la misión de atemorizar a la chica y conseguir la anulación matrimonial. Bien. Esta primera parte tal vez sea algo morosa, pero lo que viene a continuación es pura comedia clásica como hace tiempo que no veíamos (que no veía) en el cine.
La larguísima secuencia de la mansión es brutalmente divertida. Lo tiene todo para que no puedas dejar de sonreír y pensar, mientras la disfrutas, joder qué bueno. Hay gags físicos, tensión, varios personajes (algunos al otro lado del teléfono) con distintas motivaciones que deben conseguir, una colección eterna de 'fucking' en el guion (por cierto, Oscar para él). Un 'timing' milimétrico. Y un momento clave en el que uno de los personajes secundarios dice «hola» (entre tímido y arrobado) para recordarnos que estamos ante una comedia romántica que tal vez no vimos venir. A partir ese momento, mientras todo es ajetreo, amenazas, vómitos y movidas en el coche, las miradas de Igor se convierten en la gran subtrama que lo acapara todo. Ahí está cuando le ofrece el pañuelo naranja, el vaso de agua, cuando Ani le dice a Iván que sea maduro o cuando él le espeta que por supuesto que se van a divorciar. El callado empleado ruso, siempre está ahí. Sin decir una palabra para con su rostro decirlo todo.
Ritmo y tragedia de fondo, decíamos. Y lo del ritmo queda demostrado no solo en esa magistral escena de la mansión, sino en el periplo callejero por el Nueva York nocturno, la visita de nuevo al club de alterne (ese momento en el que todas las chicas se levantan y dejan plantados a los clientes por una pelea en el local), ante el juez o con la funcionaria que debe anular el matrimonio. Muy buenas. Y, como no podían faltar, gags fugaces (como que conozcan a Iván en todos los billares y salas de videojuegos que visitan) y eficaces golpes de guion. Como esa cruzada de uno de los personajes contra Instagram. «No, no lo tengo. Soy adulto», dice en una escena, para pocos minutos después recriminar a un grupo de chavales («qué mierda de juventud») que toda su vida sea «Instragram, Tik Tok, Instagram, Tik Tok».
Lo de la tragedia encubierta asoma en la escena final, con nieve y más ecos a 'El apartamento' que al repetido mantra de que este es el reverso de 'Pretty woman'.
En versión original, el salto entre el ruso y el inglés añade chispa a la peli (no sé cómo lo habrán resuelto en el doblaje). Además, por aquello del tercer ingrediente, lo de Mikey Madison es estratosférico.
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