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El obispillo, a lomos de la yegua Alfará, recorre la Calle Mayor repartiendo bendiciones a diestro y siniestro.

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El obispillo, a lomos de la yegua Alfará, recorre la Calle Mayor repartiendo bendiciones a diestro y siniestro. Marta Moras

Un reivindicativo 'obispillo' pide más iluminación en los parques

Esta tradición navideña palentina estuvo marcada por algunas peticiones realistas y otras descabelladas de un niño de once años

Marco Alonso

Palencia

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Jueves, 28 de diciembre 2017

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«Queremos pedir la iluminación de los parques infantiles en las primeras horas del atardecer durante el invierno. Anochece tan pronto que no podemos estar a las seis de la tarde en ningún parque por falta de luz». Así de reivindicativo se mostró ‘Monseñor’ Rubén Inclán, el obispillo, que solicitó además un museo interactivo, un parque de atracciones permanente, una pista de Karts y otra de patinaje sobre hielo. «Este obispillo ha venido a leernos la carta a los Reyes Magos», bromeaban dos vecinos que escuchaban las peticiones de Rubén, que fueron recogidas por el alcalde, Alfonso Polanco, que prometió trabajar para que Palencia siga siendo una ciudad amiga de la infancia.

La fiesta, en imágenes

Ya se sabe que para pedir, primero hay que dar, y el obispillo no ahorró ni un ápice en su trayecto desde la catedral a la Plaza Mayor. Como marca la tradición, el séquito que acompañó a Rubén repartió mandarinas a los niños que se agolpaban en las calles para ver a su representante por un día. Tres burros con las alforjas cargadas con hasta 400 kilos de fruta se encargaron de portar estos presentes para los más pequeños y de recordar de paso que la tradición del obispillo –que se retomó en Palencia en 2009– tiene como objetivo devolver el sentido religioso de los regalos a los pequeños en estas fechas. Y es que bajo su mitra, su anillo y su capa pluvial, Rubén representaba a San Nicolás, el obispo que regalaba comida a los más desfavorecidos en el siglo IV y en el que se fundamenta la figura de Santa Claus.

En el siglo IV, los regalos en forma de comida eran celebrados por el vulgo como un tesoro caído del cielo, pero ahora una mandarina parece poco premio para los más pequeños, para esos que se han hartado de pedir durante estos días un elemento esférico que poco o nada tiene que ver con cítrico. Y es que, hablar de regalos navideños este año es hablar de LOL Surprise, una bola con una sorpresa en forma de muñeca que deja a las mandarinas en mal lugar para un niño del siglo XXI, para pequeños que, como hizo Rubén ayer, son capaces de solicitar al alcalde de Palencia un parque de atracciones permanente o una pista de hielo al más puro estilo Madison Square Garden.

Para ser revestido obispillo hay que ser miembro de la Escolanía Niños de Coro Palencia, haber tomado la comunión y tener una cierta antigüedad como corista, unos atributos que cumplía a la perfección Rubén Inclán, que forma parte de la coral infantil desde hace tres años y que, junto a una treintena de compañeros, se encarga de poner música a infinidad de actos, que se celebran en la catedral. La Bella Desconocida conoce bien la voz de Rubén y los palentinos pudieron escucharla amplificada en los altavoces de la Plaza Mayor, pero no en forma de canción, sino de reivindicación. Este pequeño jugador de fútbol del CD Villamuriel lleva muy dentro las demandas de los equipos de la ciudad y provincia. «Queremos pedir que se renueven vestuarios y se arreglen los campos de fútbol», espetó el niño en su discurso, en el que aseguró que si no decía que formaba parte de la plantilla del club cerrateño, sus entrenadores le iban «a poner a correr como un loco».

Tal vez Rubén se libró de correr como un loco en los entrenamientos del CD Villamuriel, y puede ser muy importante para él. Pero lo realmente transcendente que hizo este niño de once años en la Plaza Mayor no fue librarse de dar vueltas al campo de Calabazanos, sino permitir que Palencia siga disfrutando de una tradición centenaria que data del siglo XIII, un siglo en el que no había LOL Surprises ni balones de Nike, pero en el que los niños, como ahora, sonreían cuando recibían una pieza de fruta en las calles de Palencia de mano del séquito del obispillo. Y tal vez sea eso, la sonrisa de un niño, lo único que no ha cambiado en Palencia desde entonces.

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